Talibanes, hacia una victoria incontenible

Por Guadi Calvo / Línea Internacional

Los veinte años de la ocupación norteamericana de Afganistán, solo ha servido para confirmar la leyenda de que los guerreros afganos son invencibles a la hora de defender su escabroso territorio. Lo que pueden atestiguar desde el imperio británico, a la Unión Soviética y los Estados Unidos. Por mencionar los últimos que se han atrevido a semejante osadía.

Aunque en esta oportunidad, aquellos guerreros se han convertido en fanáticos religiosos que han antepuesto su particular interpretación del Corán, a cualquier otra razón. Montados en ese espíritu indomable, los talibanes, están a punto de volver al poder y arrastrar al medioevo, a los 37 millones de afganos, como lo hicieron desde 1994 a 2001. Impidiendo el desarrollo de la sociedad y fundamentalmente de las mujeres.

A modo de ejemplo recordemos que durante su interregno, a los hombres, se les imponía desde el largo de sus barbas, las que eran obligatorias, a prohibirles naderías como volar cometas, criar pájaros o escuchar música, ni mencionar la actividad política fuera del circulo áulico del Taliban.

Aunque todo el atavismo de los Mullah, se concentró con particular brutalidad en las mujeres, las que tuvieron vedado absolutamente todo. Convirtiéndolas en objetos sin ningún derecho, sometidas a las estrictas ordenanzas del purdah (cortina) que regimentada la vida de la mujer en público. Dependiendo del mahram el parentesco cercano con cualquier hombre esposo, padre, hermano e incluso hijos de los que dependía absolutamente para todo y sin lo que no podía salir de su casa, bajo pena de ser encarcelada y en el peor de los casos lapidada. La mujer tenía prohibido desde reír en público a ser atendidas por un médico y teniendo especialmente cercenada la posibilidad de acceder a cualquier nivel de educación.

Por lo que son las mujeres, las que más temen a la próxima e indiscutida victoria del Talibán, que los legitima, ya que los muyahidines, no solo lograron resistir la ocupación, de los Estados Unidos y sus socios de la OTAN, sino que han conseguido el apoyo de las grandes mayorías afganas, dado los altos niveles de corrupción de la clase política que se formó al amparo de Washington y las innumerables arbitrariedades de las tropas invasoras, las que han producido ciento de miles de muertos, torturados y desaparecidos además de pérdidas culturales y materiales en una sociedad fuertemente atada a sus tradiciones.

Quizás lo más simbólico de la retirada de los norteamericanos, que ya no pueden disimular la derrota, sea el abandono del pasado dos de julio y casi en secreto, de la base militar y área más importante que han tenido en ese país: Bagram, a unos 72 kilómetros al norte de Kabul, con una pista de aterrizaje de 3500 metros, de donde partían las mayorías de las operaciones aéreas contra los insurgentes. Además de ser el cuartel general de las tropas de Operaciones Especiales de Estados Unidos. Donde se llegaron a albergar más de 100 mil soldados, que para no extrañar las costumbres de su país contaba con piletas de natación, cines, locales de las cadenas Burger King y Pizza Hut, un hangar utilizado para interrogar y torturar prisioneros conocido como punto de recogida de Bagram y una prisión para 5 mil reclusos.

Tras el ingreso de efectivos afganos a Bagram, encontraron que todo el material abandonado por los norteamericanos, entre los que había unidades de transporte y de comunicación, habían sido vandalizadas, por un certero temor, el que, más temprano que tarde caiga en manos del Talibán.

Se espera que el ejército americano, complete su retirada, de la que ya realizó el noventa por ciento, en pocos días más, aunque algunas fuentes mencionan finales de agosto. No importa cuando la retirada norteamericana fijar el punto, en que empezaran a correr el tiempo final del gobierno del presidente Ashraf Ghani y toda la estructura política de Kabul y la mayoría de las 34 provincias que pueden derrumbarse cuándo el Talibán lo considere oportuno. Por lo que la Casablanca ha ordenado la evacuación de gran parte del personal de su embajada y la asignación de 650 efectivos, para protegerla.

La ofensiva de los muyahidines iniciada el primero de mayo, no solo es incontenible, sino que se incrementa a cada momento. Dado no solo la por el abandono de sus posiciones del Ejército Nacional Afgano (ENA), sino por la constante incautación de armas y otros materiales con los que en el último año han reabastecido a sus guerreros.

El pasado día 6 de julio los talibanes exhibieron contenedores repletos de armas y equipo militar y una veintena de camionetas, tomadas al ejército afgano en la base militar Sultan Khil en la provincia de Wardak a poco más de 120 kilómetros al oeste de Kabul. Muchas de las armas incautadas estaban sin uso y todavía conservadas en sus cajas de embalaje.

En estas últimas semanas han tomado más de ochenta de los 421 wuleswali (distritos) del país particularmente en el norte, donde se registran los mayores progresos. Incluyendo el sitio de cuarto capitales provinciales. Badakhshan, Takhar, Khunduz y Qala-i-Naw, capital de la provincia de Badghis, la que ocuparon durante varias horas, durante las que asaltaron la prisión, liberaron 200 “hermanos” y saquearon las oficinas del gobernador, la policía y la sede de la Dirección Nacional de Seguridad. Además de forzar rendición masiva de altos mandos policiales y de las Fuerzas de Seguridad y Defensa Nacional de Afganistán (ANDSF).

La macha de tinta.

Como una mancha de tinta sobre el papel, el Talibán continúa extendiendo su control territorial, ya libre de su mayor enemigo: los bombardeos de la aviación norteamericana. Los reportes se reiteran como una letanía. Más y más departamentos siguen cayendo bajo el control de los integristas. Según los últimos reportes los insurgentes ya controlan 188 wuleswali y disputan otros 135 de 421 que tiene el país.

Quizás lo que sucede en la provincia de Badakhshan, donde los insurgentes controlan 23 de los 28 wuleswali y muchos de esos distritos se han rendido sin luchar, tenga una fuerte carga simbólica, ya que Badakhshan, fue uno de los principales centros de resistencia al talibán, hasta septiembre de 2001 y donde tenía su cuartel general, la Alianza del Norte, la última fuerza local que intentó impedir el acceso al poder del Mullah Omar, el fundador de los talibanes. Ahmad Shah Massoud, líder de la alianza fue asesinado en un atentado suicida dos días antes de la caída de las torres.

La pérdida de las provincias de Badakhshan y Takhar, donde los integristas controlan 14 de los 17 distritos, los tres restantes incluido el de Taloqun, donde se encuentra la capital provincial, terminaría con las esperanzas de Ahmad Massoud, el hijo de Shah, quien en las últimas semanas había recibido importantes apoyos materiales del presidente Ghani. Mientras el pasado sábado tres, imágenes de televisión mostraron a políticos y funcionarios de Badakhshan, abordando aviones para huir a Kabul.

Mientras, se siguen conociendo deserciones masivas como la sucedida con más de un millar de hombres de las fuerzas de seguridad que responden a Kabul y cientos de funcionarios del gobierno que han huido hacia Tayikistán. Incluso el Talibán, que han tomado los principales cruces fronterizos con ese país, abandonados por las fuerzas afganas, tomando el control y administrando esos pasos cuyas operaciones representan millones de dólares al año. Lo que ha obligado a Rusia a movilizar helicópteros de ataque desde su base en Tayikistán.

Los logros de los talibanes no han sido exclusivos del norte. En el sur, han tomado el control de varios distritos claves, como Gereshk en Helmand y Shah Wali Khot y Panjwayi en Kandahar.

El distrito de Panjwayi, donde nación el movimiento Talibán, junto a Shah Wali Kot, ya han quedado bajo el control de los insurgentes lo que pone en jaque la ciudad de Kandahar, capital de la provincia del mismo nombre, donde además asechan Spin Boldak, cabecera de un importante cruce fronterizo con Pakistán.

Todos los expertos coinciden en que el gobierno de Kabul, cuenta con pocas semanas, para revertir la situación y evitar su caída. Mientras que la máxima autoridad del ejército norteamericano en el país centro asiático, el general Austin S. Miller declaró que: “La retirada se produce en medio de temores de que podría poner a Afganistán en el camino a una guerra civil”. Cómo si Washington, durante estos últimos veinte años hubiera sido un mero observador de la crisis, que seguirá consumiendo vidas afganas y anuncia la victoria incontenible del Talibán.

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