Riqueza, felicidad y desafección política

Acabar con las desigualdades debería ser prioritario y un paso en esta dirección es poner cifras a estas desigualdades, por eso es importante el papel que tienen los servicios de estadística y las encuestas.

Por Mari Ángeles Castellanos

Riqueza y felicidad están relacionadas, o eso se desprende del módulo anual de la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) publicada a finales de abril por el INE. Este módulo, dedicado a la calidad de vida, explora distintos aspectos relacionados con la felicidad o la disponibilidad de tiempo en función de parámetros como los ingresos o la edad.

Respecto a la felicidad, según los datos de la encuesta, el porcentaje de personas felices sube a medida que sube el nivel de ingresos, así entre quienes tiene los ingresos más bajos se declaran felices el 61% mientras que la felicidad alcanza al 70,7% de la población con los ingresos más altos.

También hay datos de felicidad por sexos, y ¿sorpresa! los hombres son más felices, así el 24% de los hombres son felices siempre y el 1,8% nunca, mientras que las mujeres que se declaran siempre felices son el 21,6% y las que nunca son felices son el 2,1%.

No profundiza en las causas de la infelicidad, pero si tenemos en cuenta que en todos los parámetros de carencia material tales como mantener una temperatura adecuada en el hogar, capacidad de afrontar gastos imprevistos o poder ir de vacaciones, las mujeres presentan peores resultados que los hombres igual esta mayor precariedad tiene algo que ver con esa menor felicidad. Por cierto, el único parámetro en el que los hombres tienen peores datos que las mujeres es en el de haber tenido retrasos en pagos en gastos relacionados con la vivienda.

Otro de los indicadores de la encuesta es la percepción de sentirse excluido, aquí no hay diferencias destacadas entre sexos, pero sí entre niveles de renta, de tal forma que el 3,1% de las rentas más bajas está totalmente de acuerdo con la percepción de sentirse excluido frente al 1% de las rentas más altas, mientras que no se perciben como excluidos   el 28% de quienes tienen rentas más bajas frente al 45% de las rentas altas.

Infelicidad y exclusión son sentimientos más presentes en las rentas más bajas.

Respecto a la soledad las diferencias por sexos son notables, el 62% de los hombres nunca se sienten solos frente al 55% de las mujeres, mientras que el 4,2% de las mujeres casi siempre se sienten solas frente al 3% de los hombres. La edad también es determinante, así casi el 10% de las mujeres de más de 65 años se sienten solas siempre o casi siempre frente al 5,5% de los hombres.

Tristeza y soledad son sentimientos más presentes en las mujeres, sobre todo en las de más edad.

Otro dato cuanto menos curioso se refiere a la lectura casi el 30% de los hombres no lee libros porque no está interesado frente al 16% de las mujeres.

El desinterés por la participación en actividades de partidos políticos o manifestaciones no presenta diferencias por sexos, el 64% de hombres y mujeres no participan porque no les interesa.

Por nivel de estudios sí hay más diferencias, así el 9,3% de quienes tienen formación superior sí ha participado en estas actividades frente al 1,7% de quienes tienen educación primaria y aunque la mayoría no participa por falta de interés, es mayor el desinterés, entorno al 70%, entre quienes tienen menor nivel de estudios que entre quienes tienen estudios superiores (58,4%).

También hay diferencias por nivel de rentas, entre las rentas más altas la participación política es más elevada (9,5%) que entre las rentas más bajas (3,1%) y el desinterés es el motivo para no participar entre el 70% de las rentas más bajas frente al 57% de las más altas.

Las rentas más bajas muestran más desinterés por la política, pero es la acción política la que puede cambiar los problemas a los que se enfrentan las rentas más bajas.

Siguiendo con la ECV el 32,8% de quienes tienen las rentas más bajas no pueden permitirse mantener una temperatura adecuada en sus hogares. No podemos desvincular esta realidad de las desorbitadas subidas de precios de la energía que han tenido como resultado que las energéticas ganaron 54 millones diarios en 2022.

Estas ganancias millonarias diarias se producen a costa de detraer recursos de las rentas de los hogares, se apropian de los recursos escasos de personas que tienen que vivir pasando frío o calor para que estas energéticas presenten beneficios récord en 2022.  Que esto no cambie o que esto cambie depende de decisiones políticas.

Quienes se benefician de este capitalismo salvaje tienen claro que su situación y sus privilegios extractivistas podrían cambiar si una mayoría social impulsa cambios para terminar con estas y otras desigualdades, por eso conviven bien con el desinterés generalizado por la política y por eso se ataca de forma despiadada a quienes suponen una amenaza a sus privilegios ya sean partidos políticos, movimientos sociales o cualquier otra forma de organización social.

Acabar con las desigualdades debería ser prioritario y un paso en esta dirección es poner cifras a estas desigualdades, por eso es importante el papel que tienen los servicios de estadística y las encuestas que nos hablan de estas mujeres solas e infelices o de las personas con rentas bajas que se sienten excluidas o que pasan frío o calor porque no pueden permitirse vivir de otra manera, saber lo que pasa es importante para cambiar lo que no funciona.

La desigualdad existe y está cuantificada, podemos ver los datos recopilados por La World Inequality Database que tiene como objetivo proporcionar acceso libre a la más extensa base de datos sobre la evolución histórica de la distribución del ingreso y la riqueza a nivel mundial. En el caso de España, en 2021 el 1% más rico acumula el 24% de la riqueza frente al 6,6% que acumula el 50% más pobre. Brutal este dato y complejo cambiarlo

Este proyecto vinculado a Thomas Piketty así como el World Inequality Lab  ofrecen datos e informes de la desigualdad  y buscan fortalecer el debate ciudadano sobre las desigualdades gracias a los datos.

Existen evidencias de la desigualdad pero la desafección por la política, la aceptación de la lógica económica neoliberal en la que la soberanía o la libertad se basan en el consumo, una lógica que lleva a que se empatice  más con los propietarios de los pisos que con quien no puede permitirse un hogar, la buscada atomización social promovida con ideas como que el esfuerzo individual garantiza el éxito y por el contrario el fracaso es el resultado de tu falta de motivación o de trabajo, estas ideas que secuestran el pensamiento de mucha gente, esconden las evidencias de la desigualdad.

Pero como lo que es difícil de ocultar es la dificultad con la que trascurren muchas vidas, aparecen respuestas simples e interesadas a problemas complejos para convencer a quienes son pobres, a quienes son vulnerables, a quienes son infelices,  de que la culpa de lo que les ocurre no es de esas empresas que tienen beneficios millonarios diarios, es de otros pobres, es de quienes señalan a esas empresas millonarias porque los pensamientos secuestrados entienden que una empresa lo que tiene que hacer es ganar todo lo que pueda y de la forma que sea y que eso es el éxito y creen que esa es la forma de crear riqueza ( y la crean claro pero no para quienes trabajan en ellas ni para quienes consumen sus productos).

Se puede vivir de muchas formas, pero poner la vida en el centro, hacer que todas las vidas merezcan la pena ser vividas, avanzar desde la sostenibilidad es incompatible con la desigualdad y para acabar con la desigualdad en cualquiera de sus formas hacen faltan políticas contra la desigualdad y para poner en marcha estas políticas hacen falta personas que pongan en marcha estos procesos pero, sobre todo, hace falta que quienes viven en la vulnerabilidad, que las mayorías sociales, se impliquen en el cambio, aunque el camino no es fácil porque el poder económico tiene muchos instrumentos para acabar con quienes lideran procesos transformadores, para dividir  a los movimientos transformadores y para convencer a las mayorías sociales de que los culpables no son las élites económicas, son quienes les han subido los salarios, les han mejorado las pensiones o han conseguido que tengan contratos indefinidos.

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