El director congoleño Dieudo Hamadi pone el foco en un puñado de aquellas víctimas, hombres y mujeres cuya vida quedó truncada en aquellos seis días de junio del 2000.
Por Angelo Nero
En junio del año 2000, en medio de la guerra mundial africana, también llamada guerra del coltán, que causó cuatro millones de muertos, con varios ejércitos implicados y innumerables milicias armadas, se produjo en la ciudad de Kisangani, ella tercera ciudad más grande de la República Democrática del Congo, un conflicto abierto entre dos países aliados hasta entonces, Ruanda y Uganda, pero que apoyaban a facciones rebeldes congoleñas rivales, la primera a la Rassemblement congolais pour la démocratie, RCD, y a las milicias Banyamulenge, y la segunda a Mouvement pour la Liberation du Congo, MLC, y a la Union des Patriotes Congolais, UPC.
En la lucha por derrocar al gobierno congoleño de Laurent Kabila, Kisangani era un objetivo muy apetecible para Ruanda y Uganda, y para sus aliados, y no dudaron en desatar un sangriento combate por la ciudad que duró seis días, sembrando el terror en sus 200.000 habitantes, en medio de los llamamientos de Naciones Unidas para lograr un alto el fuego que, cuando se consiguió, había dejado, según la organización de derechos humanos congoleña Justice et Libératión, alrededor de mil muertos y tres mil heridos, la mayoría de ellos civiles, después de que cayeran sobre ellos cerca de seis mil proyectiles de mortero, además de un intenso fuego de artillería.
El acuerdo de Lusaka, firmado en julio de 1999 en esa localidad zambiana, entre Angola, la República Democrática del Congo, Namibia, Ruanda, Uganda y Zimbabue, y varias milicias armadas, para mantener un alto el fuego global en aquella guerra que estaba desangrando el corazón de África ya era un papel mojado cuando se produjo la guerra de los seis días de Kisangani, a pesar de la mediación del presidente de Zambia, Frederick Chiluba, con los presidentes de Uganda, Yoweri Museveni, y de Ruanda, Paul Kagame. No hubo un claro vencedor de aquel conflicto, pero si que hubo claros perdedores, y muchos todavía arrastran, hoy en día, las secuelas de la guerra de los seis días.
En el documental “Downstream to Kinshasa”, el director congoleño Dieudo Hamadi, nacido precisamente en Kisangani, pone el foco en un puñado de aquellas víctimas, hombres y mujeres cuya vida quedó truncada en aquellos seis días de junio del 2000, que perdieron brazos y piernas, pero no sed de justicia, y que decidieron constituir una asociación para reclamarla. Para ello no dudan en embarcarse para recorrer los más de 1700 kilómetros que los separan de la capital, Kinshasa, con la intención de exigir al gobierno congoleño una ayuda que ha tardado veinte años en llegar. La Corte Internacional de Justicia impuso a Uganda el pago de 325 millones de dólares para “expoliación y daños de recursos naturales, daños causados a los civiles y a la propiedad”
“La mente del hombre es capaz de cualquier cosa, porque está todo en ella, tanto el pasado como el futuro. ¿Qué había allí, después de todo? Júbilo, temor, pesar, devoción, valor, ira -¿cómo saberlo?-, pero había una verdad, la verdad despojada de su manto del tiempo. Que el necio se asombre y se estremezca; el hombre sabe y puede mirar sin parpadear.” Señalaba Joseph Conrad en su genial novela “El corazón de las tinieblas”, cuya acción se desarrolla en ese mismo río Congo por el que los protagonistas del documental viajan de Kisangani a Kinshasa.
Y es que nada más cierto que la mente del hombre, y de la mujer, naturalmente, es capaz de cualquier cosa, pero no siempre alcanzan a materializarla, no como este grupo de supervivientes a los que la guerra les convirtió en minusválidos, y que son capaces de enfrentar a los elementos, en una frágil embarcación, hacinados, con la movilidad doblemente reducida, con la comida precaria, y aún así son quien de cantar y bailar, de compartir la comida y el espacio para dormir, de protegerse los unos a los otros, ante la cámara de Dieudo Hamadi.
Desembarcan en Kinshasa como un ejército derrotado, los que no empuñaron un arma y sufrieron tantas heridas, en medio de la campaña electoral de 2018, que pondría fin a la era Kabila, pero nadie quiere recibirlos, se manifiestan a las puertas del parlamento congoleño y son hostigados por la policía, que interrumpe abruptamente el rodaje, no tienen mejor suerte en las oficinas de Naciones Unidas, consiguen que les escuchen en la radio y llevan su mensaje por las calles. Celebran la esperanza surgida con la elección del candidato opositor, Félix Tshisekedi, de la socialdemócrata Union pour la Démocratie et le Progrès Social, el partido más veterano en la lucha contra el mariscal Mobutu, sin embargo no tardaran en comprobar que ocupe quien ocupe el poder, ellos seguirán formando la legión de los invisibles.
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