Por María Torres
Seis meses después de haber derrotado al dictador Fulgencio Batista, Cuba vivía bajo la perpetua amenaza de los Estados Unidos y el Gobierno tomó la decisión de enviar a Ernesto Guevara, que un año después sería ministro de industria, como embajador itinerante a un largo periplo de once semanas por Egipto, Siria, India, Birmania, Japón, Indonesia, Ceilán, Pakistán, Yugoslavia, Sudán y Marruecos, para presentar al régimen cubano y establecer relaciones amistosas.
Despedido en La Habana con honores de comandante, su primer destino era El Cairo, donde debía asistir a la Cumbre de Países No Alineados, con escala técnica en Madrid. Así fue como a las ocho de la tarde del 13 de junio de 1959, el más famoso revolucionario de todos los tiempos descendió por la escalerilla de un avión de la Cubana de Aviación que acababa de aterrizar en el Aeropuerto de Barajas, ataviado con uniforme militar verde olivo, boina negra sobre la cabeza y un puro asomando por sus labios. En el aeropuerto le esperaban varios miembros de la embajada cubana; César Lucas, un joven fotógrafo de 18 años que trabajaba en Europa Press; el periodista del Diario «Pueblo» Antonio Olano, que ya conocía al Che de su estancia en Sierra Maestra y el cuerpo de los servicios secretos del gobierno franquista casi al completo.
El régimen franquista que no tenía la más mínima simpatía por el personaje que acababa de pisar el suelo madrileño, autorizó su estancia con condiciones: No podía permanecer más de veinte horas y la expresa prohibición de establecer contacto con la oposición política.
César Lucas relató tiempo después que desde el aeropuerto le llevaron al Hotel Plaza, situado en la Plaza de España y después a la Casa de Campo a ver una feria de productos agrícolas. Tras la cena (se sabe que tomaron pulpo), se despidieron de un Che insomne quien sabe si por el «jet lag» o el peso de la responsabilidad. A las seis de la mañana del domingo 15 de junio, día en que el comandante cumplía 31 años, Antonio Olano le entrevistó en la habitación del hotel. Después junto con César Lucas le acompañaron en un paseo por la Ciudad Universitaria, donde el guerrillero quiso ver la Facultad de Medicina. Desde allí, y siempre a petición del revolucionario fueron a la Plaza de Toros de Vista Alegre en Carabanchel, que fue abierta para él y donde dio una vuelta por el ruedo. Más tarde regresaron al centro, recorrieron la Plaza de Oriente, el Palacio Real y desayunaron en la cafetería California de la Gran Vía donde fue reconocido por una camarera (Carmen Muñoz), con quien se hizo una fotografía.
A pesar de ser domingo, el Che comentó que necesitaba hacer unas compras, y Antonio Olano telefoneó a Pepín Fernández, un cubano que había trabajado de botones en los almacenes «El Encanto» de La Habana y que entonces era el propietario de Galerías Preciados. Le expuso la situación: «Una persona allegada a usted, venida de La Habana, necesita comprar el domingo. Es el Che Guevara». La respuesta de Pepín Fernández fue: «No se preocupe, Olano, les estarán esperando en los almacenes de Preciados dos dependientes».
El Ché compró una máquina de escribir portátil, material fotográfico, dos libros y útiles de aseo y regresó al hotel a recoger sus equipaje para partir al aeropuerto, dando por finalizada su primera visita a España. Una visita que pasó desapercibida para la mayoría de españoles. El régimen se ocupó de silenciarla. Una escueta nota sin fotografía en el diario «Pueblo» dos días después de su marcha informó de su paso fugaz por Madrid. Las imágenes del reportaje de César Lucas quedaron guardadas en un cajón y no vieron la luz hasta el año 1996.
En el mes de septiembre al regreso de su viaje, el Che hizo de nuevo escala en Madrid. Se alojó en el Hotel Suecia, cercano al Círculo de Bellas Artes y aprovechó las escasas horas para ver una corrida de toros desde la barrera de las Ventas y realizar una breve rueda de prensa con algunos periodistas españoles en su habitación.
La tercera y última vez que pisó suelo madrileño, siete años después, lo hizo amparado en la falsa identidad de Ramón Benítez Hernández, de profesión comerciante y nacido en Montevideo. Era el mes de octubre de 1966 y su destino era El Congo. La copia del falso pasaporte uruguayo que le permitió desplazarse y en el que se aprecia a un Ché caracterizado para pasar desapercibido, así como los sellos de entrada y salida del Aeropuerto de Barajas, se encontraba entre las pertenencias del guerrillero cuando fue asesinado en Higueras (Bolivia) aquel fatídico 9 de octubre de 1967.
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