Vivimos en una realidad huérfanos de otros. Parte de nuestra “lapidación” diaria en las redes, reside en ese distanciamiento escogido.
Por Manuel Pérez
“¿Qué es lo objetivo? ¿Lo verdadero?” Se preguntaba el otro día Nevado en Twitter. Nuestro compañero @guibilloarrate entraba a responderle empezando una discusión en torno a la nada sobre no sé qué conocimiento filosófico. En esa pregunta inocente sobre lo objetivo radica el mayor de los problemas de nuestro tiempo. El exterior en sí que excusa cualquiera de nuestros actos.
La proliferación de ciencias, supuestamente, “neutras” permite que la dictadura se infiltre en cada uno de nosotros. Habiendo asumido todos, cuál es nuestro papel y cuál es el orden global. Lo externo es dogma, lo real es la ley. El cuerpo policial (aun presente en nuestros días) ya asumido, hecho nuestro. Ninguna ciencia es neutra, está contaminada con por el capital que la gestione.
Y es que “lo objetivo”, de existir, debería de ser innecesario e irrelevante para nosotros. Aunque la roca sea una roca sin nosotros, es nuestra presencia la que la convierte en única. En la roca que se nos muestra. “Lo objetivo” sin mí, no importa. No está. En una de las pocas presentaciones de mi libro hablaba de la importancia de las relaciones, de la relación con los objetos. Sin saber, si allí o aquí, si en ellos o en mí: la relación es quien habla, quien nos determina. Soy siendo.
La sanidad, la información o el apocalipsis a las afueras del paraíso occidental nos invitan la democratización del vacío inter-sujetos. Es decir, vivimos en una realidad huérfanos de otros. Parte de nuestra “lapidación” diaria en las redes, reside en ese distanciamiento escogido. No es casualidad que, cuando mayor es la importancia de las redes sociales en nuestro día a día, nosotros hayamos abrazado el distanciamiento tan educadamente. “Desconéctate del mundo, allí estas a salvo”.
Lo que pueden parecer fenómenos independientes son radicalmente dependientes. Ni la distancia sería aceptada sin “lo objetivo” prioritario, ni la brutalidad sería común con una cercanía obligada. La presencia nos pone a prueba, nos muestra tal y como somos. Rara vez seriamos tan letales como lo somos con una pantalla de por medio.
¿En estos días tan ruidosos quién escucha? Recuerdo vagamente un relato infantil sobre la ciudad y los sonidos, sobre el oír y el escuchar. Ni nos escuchamos, ni queremos hacerlo. Incluso los debates por redes, de los que hemos participado y seguiremos participando, se han traslado a esta atmosfera de la distancia. Los tertulianos, ya de por sí ausentes, no tienen ni que compartir sala. Como irónicamente nos señala Ignacio Castro “No creemos en un Dios por un déficit en nuestro materialismo, debido a la descreencia de fondo en el espectro en lo visible” En espera (La Oficina, 2021)
Y, sin embargo, todavía queremos seguir conociendo “lo objetivo”. Porque ese que será nuestro objetivo tendrá que ser un objetivo universal. “Yo soy uno, ellos son todos” decía en el mismo libro nuestro autor ruso. Esa ambición por lo neutro, no radica en desconocerse a sí mismo. Tiene la clara intención de hacer nuestro propósito el único posible. Nuestra voz tiene que ser la voz. Y de voces, está el ruido lleno. Ni periodistas, ni opinadores, ni analistas son neutros. Tampoco lo pretenden. La neutralidad no existe, no nos olvidemos que donde se encuentran objeto y sujeto pasa algo. Nuestra presencia construye, de ahí el bombardeo contra lo real, lo tangible. Y cuanto más lejos, más “unidos”, más “sanos”. Irónicamente, se acaba de lanzar el metaverso de Facebook.
Marketing twittero después, ¿Cuántas personas de tus seguidores acuden a tu llamada? Acostumbrados al tamaño de nuestras cuentas (y el tamaño importa) desaconsejamos el encuentro. El ruido, la distancia, guarda la violencia de nuestros teclados. Se persigue sin preguntar por el prójimo. No existe un prójimo, porque no lo conocemos. Hemos aceptado que tras nuestros teléfonos no hay nadie. Protegidos de cualquier salpicadura, ahondamos en la herida desde nuestras casas. Unos y otros pertenecen a ese infierno que grotescamente Happy nos presenta en Netflix.
“¿Qué sabe la razón? La razón sabe únicamente lo que sabe la razón”.
Fiódor Dostoyesvski
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