Por Puño en alto
Aún le debe escocer y mucho que Pablo Iglesias, hoy en el gobierno junto a Pedro Sánchez, le dijera en sede parlamentaria aquello que estaba manchado de cal viva. Y este escozor ha servido para que saliera raudo y veloz diciendo que las manifestaciones de Iglesias, en las que compara a Puigdemont con los exiliados republicanos durante el franquismo, le produce vergüenza ajena. Los mismos exiliados republicanos a los que olvidó desde el minuto uno de su periplo presidencial.
La comparación de Iglesias puede entenderse como desafortunada, pero más allá de ello, se hace necesario repasar donde el expresidente pone el límite para empezar a experimentar vergüenza ajena, ya que la propia no la conoce.
No sintió vergüenza ni propia ni ajena cuando dijo aquello de “OTAN de entrada, no”, para después en un vergonzoso referéndum pidió la entrada de España en dicha organización atlántica.
No sintió vergüenza ni propia ni ajena cuando se daba su veraneo presidencial a bordo del buque Azor, aquel que solía utilizar el dictador.
No sintió vergüenza ni propia ni ajena haber perpetrado una reforma laboral retrógrada contra los derechos laborales que abrió la puerta a otras venideras.
No sintió vergüenza ni propia ni ajena que le señalen como la X de los Gal.
No sintió vergüenza ni propia ni ajena al haber permitido por acción u omisión innumerables casos de corrupción durante sus mandatos presidenciales.
No sintió vergüenza ni propia ni ajena cuando desmanteló gran parte de la industria de este país.
No sintió vergüenza ni propia ni ajena cuando privatizaba o desmantelaba las grandes empresas públicas.
No sintió vergüenza ni propia ni ajena haber sido contratado, con sueldo muy generoso, en un consejo de administración de una compañía eléctrica, en la que decía que se aburría mucho mientras el recibo de la luz subía como la espuma.
No sintió vergüenza ni propia ni ajena cuando presuntamente amparó los despropósitos del actual rey emérito.
No sintió vergüenza ni propia ni ajena al pedir un gobierno de concentración PSOE-PP para evitar la constitución de un gobierno progresista.
En definitiva, alguien con este impresentable curriculum presidencial no debería sentir más vergüenza que la propia.
Cada año que pasa y cada vez que puede, Felipe González, aquel que la chaqueta de pana solo la utilizaba en los mítines electorales, demuestra que ni es jarrón, ni mucho menos chino, simplemente intenta estorbar desde el resentimiento propio de quien pudo y no supo o no se atrevió y terminó engañando a propios y extraños.
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