Por Gisèle y por todas, sigamos adelante con la convicción de que la vergüenza debe cambiar de bando.
Por Isabel Ginés | 9/09/2024
El caso de Gisèle Pélicot es una herida abierta, un dolor para todas, para ella y su gente, que expone con crudeza la violencia que tantas mujeres sufrimos en silencio. Lo que ella ha enfrentado no es solo un acto individual de maldad, sino una expresión de una cultura de violación que se perpetúa por el silencio, la complicidad y la indiferencia de quienes deberían protegernos, pero que optan por callar, mirar hacia otro lado o, peor aún, participar en el abuso.
Gisèle, con su valentía al enfrentar a sus agresores en un juicio público, no solo busca justicia para sí misma, sino que levanta la voz por todas aquellas que han sido silenciadas, que han sido reducidas a objetos y que han tenido que cargar con la culpa y la vergüenza de algo que jamás debió ocurrirles. Ella nos recuerda que la verdadera vergüenza no recae sobre las víctimas, sino sobre los agresores y sobre una sociedad que permite y normaliza estos actos atroces.
La valentía de Gisèle al confrontar a los más de 50 hombres que la violaron mientras estaba drogada y vulnerable es un grito de lucha. Es un recordatorio de que debemos romper el pacto de silencio que sostiene la cultura de la violación. Es hora de que la vergüenza cambie de bando, de que los agresores enfrenten las consecuencias de sus actos y de que como sociedad dejemos de tolerar cualquier justificación de la violencia.
Las excusas de los hombres que dijeron «no sabía que estaba inconsciente» o «creí que era una pareja swinger» son la prueba más clara de la deshumanización y la falta de compasión. No hay lugar para la ignorancia cuando el daño es tan evidente. Estos hombres sabían lo que hacían, y lo hicieron con total desprecio por la dignidad y la vida de Gisèle. No es solo la violencia física lo que duele, es la traición, la cosificación y la impunidad que parecen estar garantizadas para los agresores.
Gisèle ha dicho que su fachada es sólida, pero por dentro está destrozada, y sin embargo, sigue luchando. Lucha no solo por ella, sino por todas nosotras. Nos recuerda que denunciar es importante, que nuestras voces pueden romper cadenas y que la justicia no siempre será inmediata, pero es nuestra obligación moral no rendirnos.
En un mundo donde tantas veces se nos dice que debemos callar, que debemos aceptar la violencia como parte de nuestra realidad, Gisèle se levanta y nos muestra que la lucha es necesaria, que debemos alzar la voz aunque parezca que nadie escucha, porque solo así podremos cambiar las cosas.
Por Gisèle y por todas, sigamos adelante con la convicción de que la vergüenza debe cambiar de bando. Sigamos adelante, porque cada vez que una de nosotras levanta la voz, estamos más cerca de derrumbar la cultura de la violación y construir un mundo donde nuestras vidas y cuerpos sean respetados y valorados.
La violencia contra la mujer es una manifestación brutal de un sistema profundamente misógino y enfermo, que se alimenta de la impunidad y la complicidad. No es un problema aislado; es una epidemia que atraviesa todos los niveles de la sociedad y que nos mata, nos mutila, y nos silencia cada día. Gisèle Pélicot es una de tantas mujeres que han sido sacrificadas en el altar del patriarcado, y su caso desnuda la cobardía de una cultura que prefiere proteger a los agresores antes que escuchar el grito desgarrador de las víctimas.
No es un accidente ni una excepción que cada día haya una mujer que sufre una agresión, es la consecuencia directa de un sistema que nos deshumaniza, que nos reduce a objetos y que perpetúa la violencia como un arma de control. Las excusas de los agresores, la indiferencia de las instituciones y el silencio de tantos son la prueba de que vivimos en una sociedad que odia a las mujeres. Y ya no podemos permitirnos seguir siendo cómplices con nuestro silencio.
La lucha contra esta violencia no es una opción, es una obligación. No basta con sentir indignación; necesitamos una sororidad activa, un compromiso feroz y constante para desmontar este sistema opresor. Necesitamos alzar la voz y exigir justicia, no solo por Gisèle, sino por todas aquellas que no han podido hablar, por las que ya no están, y por las que día a día siguen enfrentándose a la brutalidad.
Es hora de cambiar las reglas del juego. Debemos destruir el pacto de silencio, denunciar, visibilizar y actuar sin descanso. Que cada agresor sienta el peso de nuestras palabras, que cada cómplice sepa que no hay refugio para su cobardía. Que la vergüenza, el miedo y la condena recaigan sobre ellos. Porque nosotras, unidas en sororidad, somos más fuertes que cualquier sistema que intente oprimirnos. Y no vamos a parar hasta que cada mujer pueda vivir libre de miedo y violencia.
La lucha es nuestra y la llevaremos hasta el final.
Ya está bien de silencio cómplice, de avergonzar a la víctima, de mirar hacia otro lado. Gracias Isabel por poner en valor el gesto de esta mujer que solo ha merecido unos minutos en el telediario.
Todo mi apoyo a Gisele, ella sí que es un ejemplo de coraje.