La debacle del socialismo español permite el avance de la derecha y la ultraderecha, que se prepara para gobernar otra vez. No sólo en Europa, sino también en América Latina, el progresismo se asemeja cada vez más a quienes dice combatir.
Por Gonzalo Fiore Viani / La tinta
Las elecciones regionales en España se llevaron a cabo el domingo 28 de mayo y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que actualmente gobierna, sufrió derrotas en casi todo el país. Como resultado, el presidente Pedro Sánchez convocó elecciones generales anticipadas para el 23 de julio, seis meses antes de lo previsto.
El partido gobernante sufrió una derrota total, perdiendo el control de los gobiernos en la Comunidad Valenciana, La Rioja, Extremadura, Aragón, Canarias, Baleares y Cantabria. Solo lograron mantener el control de Castilla-La Mancha, Asturias y Navarra, pero de manera precaria. En todos los casos en los que perdieron, se enfrentaron al Partido Popular (PP) y a la ultraderecha de Vox.
Sánchez asumió personalmente la responsabilidad de los resultados, al decir: “La situación requiere una clarificación de la voluntad de los españoles sobre las políticas y las fuerzas políticas que deben liderar esta etapa”. De las 22 capitales provinciales que son gobernadas por el PSOE, solo lograron retener Coruña, Soria, Las Palmas, Cuenca, Jaén, Tarragona, Palencia, León y Lugo, en todos los casos, mediante acuerdos con diferentes fuerzas nacionalistas o regionales.
Lo que sucede en España tiene puntos en común con el resto de Europa, pero también con América Latina. La derrota del progresismo español muestra algunos paralelismos con el proceso electoral que llevó a la extrema derecha chilena a liderar la renovada Convención Constituyente. Las recientes debacles electorales en Chile y en España han dejado en claro que la versión “progresista” de la socialdemocracia no tiene un futuro demasiado prometedor.
Estos comicios, tanto en Chile como en España, han puesto de manifiesto la necesidad de que la izquierda se transforme y vuelva a sus fundamentos básicos de techo, tierra y trabajo. La política identitaria, que ha sido predominante en el progresismo, ha fracasado en alcanzar sus objetivos. El exceso de política identitaria en la corriente progresista o, más precisamente, en la socialdemocracia europea primero y latinoamericana después, heredados del ala liberal del Partido Demócrata, ha tenido el efecto de fortalecer la identidad de la derecha y la radicalización y consolidación de la extrema derecha.
En tiempos de crisis, no se puede esperar ganar elecciones con un discurso que no ofrezca certidumbre económica, orden social, pan y trabajo. Estos son los pilares fundamentales que la gente parece buscar en sus líderes y programas políticos, y que hoy la izquierda no está ofreciendo, salvo excepciones.
Tras la caída del Muro de Berlín, se produjeron transformaciones importantes en las corrientes de izquierda. La principal de ellas fue el surgimiento de la llamada “tercera vía”, con orígenes muy anteriores, pero consolidada en su versión moderna durante la década de 1990 con figuras como Tony Blair, en Gran Bretaña, o José Luis Rodríguez Zapatero, en España. No obstante, el último giro de la izquierda fue su versión “progresista”, quizás más dañina en lo electoral y en el largo plazo. Una versión que descuida los elementos fundamentales de cualquier política inclusiva como la necesidad de buscar techo, tierra, pan y trabajo, cubriendo las necesidades básicas de los pueblos, como la vivienda, la igualdad social y el empleo. Si, en la década del noventa, Margaret Thatcher dijo que su principal triunfo fue Blair, porque logró que los laboristas adoptaran su programa económico, hoy, el establishment estadounidense puede afirmar que su victoria más importante es que las izquierdas tomaron el suyo sin grandes cuestionamientos.
En España, los socialistas perdieron bastiones históricos en su totalidad, como las ciudades de Valencia, Sevilla, Valladolid, Palma de Mallorca y Gijón. Ahora, comienza la carrera hacia el Palacio de la Moncloa, donde la derecha parte como clara favorita. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, fue la gran ganadora de la jornada electoral. La líder del Partido Popular (PP) obtuvo la mayoría absoluta, lo que significa que ya no necesitará aliarse con Vox para gobernar. Ayuso pertenece al ala conservadora del PP y se posiciona como seria contendiente para disputar el liderazgo del partido a Alberto Núñez Feijóo, quien hasta ahora era uno de los candidatos a presidente en los próximos comicios anticipados.
Ayuso comparte puntos de vista con Jair Bolsonaro y Donald Trump, al mismo tiempo que acusa a Sánchez de “buscar encarcelar a la oposición, como en Nicaragua”, o de “odiar Madrid”. Bajo el lema “comunismo o libertad”, y buscando una “apertura total” de Madrid frente a las restricciones impuestas por el gobierno durante la pandemia de la COVID-19, Ayuso ya había duplicado los resultados del PP en la región en 2021, en comparación con su primera victoria en 2019.
Sin embargo, este domingo, dio un paso más allá, al obtener una doble mayoría absoluta en el parlamento regional, lo que le permitirá gobernar sin el apoyo de terceros partidos. Madrid, con una población de 6,7 millones de habitantes, es la región más próspera de España. Está claro que las ambiciones de Ayuso no se limitan a la capital y se extienden a nivel nacional.
Mención aparte merece la debacle de la izquierda, especialmente de Podemos, que perdió 5 de las 12 autonomías, pasando de tener 47 diputados y diputadas (en 2019) a 15. Esto pone a la formación de izquierda al borde de la disolución. De los cinco gobiernos regionales en los que Unidas Podemos gobernaba, solo podrán mantener Navarra, gracias a un acuerdo con el PSOE. En Madrid, pasaron de tener 10 escaños a no tener representación, al igual que en Valencia.
Esta caída se debe, en gran medida, a motivos ideológicos, más allá de las deficiencias en su gestión (que, en líneas generales, fue fallida). Con un enfoque excesivo en la política identitaria y la lucha por los derechos de las llamadas “minorías”, la izquierda española, que ganó fuerza después de las protestas de los y las indignadas tras la crisis inmobiliaria de 2008 y 2009, se ha ido reduciendo hasta dejar de representar a los sectores de trabajadores o jóvenes descontentos con el funcionamiento del sistema. En este contexto, el resultado electoral y la necesidad de una reconfiguración y renovación interna en las organizaciones de izquierda para adaptarse a los nuevos desafíos no deberían sorprender.
El mensaje fue tan contundente que el gobierno no pudo ignorarlo y tuvo que admitir que se trató de un golpe en su contra. Todo indica que la próxima administración de España estará encabezada por el PP, aunque aún se desconoce en qué medida participará Vox o qué lugar se les dará a los líderes de extrema derecha. Sin embargo, hay pocos indicios de una victoria de Sánchez o del PSOE en este momento: sería casi milagroso.
Que la derecha, en su vertiente radical, encabece el proceso constituyente chileno en medio de un gobierno pretendidamente de izquierda o pase a gobernar España tras la fallida experiencia del PSOE y Podemos demuestra que algunas posturas políticas no sólo no han sido eficaces, sino que han logrado espantar y alienar a gran parte de las mismas bases sociales que históricamente representaron. Similar a lo que sucedió durante 1990 con el New Labour, de Blair, el giro hacia posturas más liberales resultaron en debacles electorales, pero, sobre todo, programáticas.
¿Qué tiene para ofrecer hoy la izquierda a un trabajador o trabajadora que vio mermar o perder su fuente de ingresos? ¿Cómo incluye a sectores que no se sienten parte de un mundo que los dejó afuera? Esas preguntas deberá responder si quiere volver a constituirse en una verdadera opción de cambio y progreso.
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