Ahora que ha terminado la Eurocopa y los JJOO es el momento de explicar por qué algunas personas no nos sentimos representados por los símbolos nacionales españoles. Aceptamos el reto de entrar en la polémica.
Por Manuel del Valle | 1/09/2024
¡Bienvenidos de nuevo! Tras un tiempo de descanso que me he tomado quiero abordar este tema controvertido, pues al llegar las competiciones deportivas internacionales existen personas que, como yo, no nos sentimos representados con los deportistas o los símbolos nacionales. No quiere esto decir que queramos convencer a los lectores para que sigan nuestra opción, simplemente vamos a intentar de explicar esta postura.
Sin embargo, no entraremos en debate sobre ciertos deportistas, ya que la diversidad es muy amplia y solo en la selección española de fútbol masculino hay un espectro tan amplio y opuesto como Unai Simón, Álvaro Morata, Daniel Carvajal, pero en las antípodas tenemos a Nico Williams o Lamine Yamal. Dejando aparte este tema vayamos al quid de la cuestión.
En primer lugar, qué le ocurre al símbolo más evidente de todos, la bandera. Este en esencia es una tela de color rojigualda y con un escudo que representa a un territorio y a una familia. Identificarse con ella para mí significaría “aceptar” la superioridad de los Borbones por el hecho de nacer en una familia privilegiada, en la cual la primogénita heredara la jefatura del Estado por su condición social… Algo normal en el siglo XVI, pero anacrónico en el XXI. Además, los colores de la actual bandera provienen del reinado de Carlos III, concretamente del año 1785, aunque no se impone como bandera nacional hasta el reinado de Isabel II en 1843. La única modificación importante se realizó durante la II República, aunque poco duró, pues el dictador que acabó con la democracia en España volvió a la bandera bicolor y puso un “pollo” como símbolo. Esto significa que no ha sido elegida por la población, ha sido impuesta por una persona que detentó el poder de forma arbitraria o dictatorial y a pesar de que la constitución actual establece los símbolos oficiales para el país, la misma constitución no obliga que alguien deba identificarse con ella.
Por otro lado, ¿debemos sentirnos orgullos de la historia de España? Este es el argumento de muchas personas y es el punto más fácil de argumentar debido a mi profesión como historiador. El nacionalismo, surgido en el siglo XIX a raíz de la expansión de los ideales revolucionarios franceses por los ejércitos napoleónicos, es el germen de los Estados que conocemos hoy en día, como son los casos de Alemania, Italia e incluso España. Cuando hablamos de Historia de España nos referimos al pasado de un territorio peninsular que tuvo diferentes configuraciones políticas. No quiere decir que España no sea heredera de Castilla, pero esta condición no implica que sean lo mismo.
Lo primero que hay que reseñar es que España como entidad política comienza con el reinado de Felipe V, concretamente tras la finalización de la Guerra de Sucesión y la firma de las paces de Utrecht y Rastatt. Es ahí cuando el nuevo monarca de la casa Borbón decide homogeneizar las leyes de todo su reino según las castellanas, puesto que había sido en Castilla donde había encontrado sus principales apoyos, castigando al resto de reinos peninsulares. Esta situación ocurrió a principios del siglo XVIII, así que debemos señalar que en el siglo XV lo que se produce con los Reyes Católicos es una unión dinástica de Castilla y Aragón, es decir, que ambos serían gobernados de forma conjunta, pero según sus propias leyes.
De esta manera, los principales hechos nacionales de este país han sido luchar contra los franceses en favor de un rey absolutista que, a la primera oportunidad y contando con un gran apoyo, derogó la Constitución liberal de Cádiz, establecer un régimen liberal apoyado por la rama más conservadora, la intervención constante de los militares en la vida política que a su antojo derribaban o constituían gobiernos, el fracaso de un primer régimen republicano, la llegada de un sistema electoral (La Restauración) que tenía tres pilares: el amaño electoral, el caciquismo y el bipartidismo, una primera dictadura autoritaria de Primo de Rivera, la llegada de la democracia con la II República, una Guerra Civil y el establecimiento de otra dictadura que acabó con las esperanzas democráticas y modernizadoras para España, una mal llamada Transición que significó “perdonar” a los miembros del régimen y que poco cambiara en el país, y por último, una democracia burguesa consolidada que permite la corrupción sistemática y que el poder judicial quede secuestrado durante años.
Este es el bagaje, muy resumido, del que es muy difícil identificarse o sentirse orgulloso. Además, todo sin mencionar los recortes en materia social, educativa, sanidad o laboral que se han producido desde la crisis de 2008 y que en muchos casos han llegado para quedarse, produciéndose en la sociedad un efecto de anestesia que se multiplica cuando llegan las grandes competiciones deportivas.
En resumen, para terminar de situarnos, asumir un sentimiento nacional es parecido a enamorarse, hay que encontrar a la persona adecuada, nadie te puede obligar ni enfadarse por no sentir, es una elección personal y libre.
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