Un tipo de violencia existente en la España de los primeros cuatro decenios del siglo XX, la que sufrían los desfavorecidos por los bajos salarios, el paro, la falta de coberturas sanitarias adecuadas, las insuficientes o nulas pensiones, la carestía de la vida, el hambre, los impuestos indirectos elevados, las quintas, y el pago de alquileres.
Por Eduardo Montagut
Estamos asistiendo a un crecimiento de suicidios en nuestra sociedad, fruto de muchas causas. En este artículo queremos estudiar la relación entre el suicidio y la pobreza en los años treinta.
Creemos que estamos ante una cuestión inédita en la historiografía. Por ahora no tratamos más que de dos ejemplos de finales del invierno de 1934, pero pueden animarnos a estudiar más este hecho histórico para ahondar en el conocimiento de la realidad de la casi perenne crisis económica en una España en la que los gobiernos republicano-socialistas intentaron paliar sus efectos apostando por vez primera por una clara política económica y social favorecedora de un mayor reparto de la riqueza, encontrándose con una férrea oposición de los sectores económicos poderosos del país, como ya había ocurrido con anteriores intentos, mucho más tímidos, de algunos reformadores en tiempos de Alfonso XIII. Estos hechos desesperados, además, permiten aportar más información sobre un tipo de violencia existente en la España de los primeros cuatro decenios del siglo XX, la que sufrían los desfavorecidos por los bajos salarios, el paro, la falta de coberturas sanitarias adecuadas, las insuficientes o nulas pensiones, la carestía de la vida, el hambre, los impuestos indirectos elevados (consumos), las quintas (sin la posibilidad de la redención en metálico), y el pago de alquileres. Esa violencia se sufría en muchos hogares y en rincones callejeros o en el campo, y que, efectivamente, podía explotar en hechos físicos violentos contra la propiedad, la Iglesia o el poder, una violencia mucho más conocida y aireada que la otra.
El 20 de marzo de 1934 (nº 7839) el diario socialista se hacía eco del suicidio de un anciano el día anterior en la madrileña calle del cardenal Mendoza en un piso bajo. El periódico aludía a que estos hechos empezaban a ser muy frecuentes, poniendo como ejemplo el suicidio de un adolescente de trece años en el barrio de Tetuán ante la grave situación económica de su familia. En este caso, se trataba de Eladio Gómez Palacio, un hombre de 76 años. Había trabajado unos cuarenta años como guarda, quedando como cesante. Por esa razón comenzó a sufrir duras consecuencias económicas. El paro general y las dificultades de encontrar un trabajo para un anciano le impidieron regresar al mundo laboral. Eladio no pudo resistir más y se golpeó con mucha fuerza en la pared de su domicilio, produciéndose graves heridas en la cabeza. Se desplomó y falleció. Al parecer, el anciano iba a ser desahuciado. Eladio dejó una viuda y dos hijas, que tuvieron que dejar la casa, siendo recogidas por unos vecinos. “Los dramas de la miseria” es el título de esta crónica.
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