Pablo Alcántara : ‘Los presos políticos eran arrojados por las ventanas de la DGS, torturados en sus calabozos y asesinados de forma brutal’

Alcántara explica que el aparato represivo de Franco era heredero de un sistema y unas ideas autoritarias previas. / Paola Gómez.

Franco se vio forzado a crear un Estado alternativo. Y, después de obtener la victoria, quiso asegurarse de que los integrantes de las instituciones policiales le eran fieles y de que todos los que se oponían a su toma del poder eran perseguidos de manera implacable.

Por Jayro Sánchez | 11/08/2024

Pablo Alcántara (Avilés, 1992) es un joven y prometedor historiador asturiano centrado en el estudio de las fuerzas policiales del franquismo. Fue el primero que se atrevió a analizar en profundidad el papel de la temida Brigada Político-Social (BPS) en la dictadura, y sus indagaciones respecto a este tema le llevaron a publicar La Secreta de Franco (2022) en Espasa.

El pasado mes de mayo, la misma editorial dio a conocer al público su nueva investigación sobre la pieza clave del sistema represivo del régimen, la Dirección General de Seguridad (DGS), en La DGS. El palacio del terror franquista (2024). Hablamos con él sobre la organización y los restos de su legado.

Tu último libro narra la historia ignorada de un edificio muy famoso en España: la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol. Ahora solo alberga al gobierno de la Comunidad de Madrid, pero tiene un pasado mucho más oscuro que está relacionado con la represión policial del último siglo y medio. Aun así, muchas personas no lo conocen. ¿Por qué?

Está claro que detrás de ello hay una intencionalidad política. El Partido Popular (PP), que fue creado por 7 ministros de la dictadura franquista y que es el heredero de sus aparatos policial, judicial y político, no quiere que se sepa nada sobre los crímenes de esta.

Ese es el motivo por el que se niega a aprobar la construcción de un monumento que conmemore a las víctimas del franquismo en la Real Casa de Correos. Sí que está de acuerdo en que allí haya placas que recuerden a las personas que fallecieron a causa del COVID-19 o de los atentados terroristas del 11M, pero porque sus miembros nunca han tenido vínculos con esas muertes.

Por tus palabras, entiendo que algunos partidos políticos españoles gestionan la memoria sobre la historia de nuestro país en función de la comodidad con la que pueden relatar cada una de sus etapas. ¿Es así?

Sí. Y esa tendencia se puede observar con mucha facilidad cuando se habla de este edificio, que ha sido sede del Ministerio de la Gobernación y de la Dirección General de Seguridad.

La reconstrucción de su pasado es muy interesante porque nos permite analizar la represión ejercida contra el movimiento obrero, los estudiantes, los liberales, los republicanos progresistas y otros grupos en distintos periodos cronológicos, no solo en el del régimen de Franco.

Ese es uno de los aspectos más interesantes de tu investigación. En ella explicas que las dependencias de la DGS son bien recordadas por los miembros de la oposición antifranquista, pero también dices que los disidentes ya las mencionaban aterrorizados con anterioridad. ¿Las fuerzas represoras del franquismo eran herederas de un sistema y unas prácticas inventadas en otra época?

Eso es algo indiscutible. De hecho, en mi libro La Secreta de Franco, que estudia la estructura y el funcionamiento de su policía política, la BPS, revelé que muchos de sus agentes habían adquirido experiencia en la tarea de reprimir al movimiento obrero durante la II República (1931-1939) y la dictadura del general Miguel Primo de Rivera (1923-1930).

Los actos más salvajes del régimen franquista tienen una clara ligazón con la violencia política vivida en la época de la Restauración (1874-1923) y del primorriverismo. Al igual que con la de la Transición (1975-1982), nos han querido vender el cuento de que estuvo caracterizada por la paz y el orden social, pero no es verdad.

Aunque el canovismo y la dictadura de Primo de Rivera legaron sus primitivos sistemas represivos a Franco, este creó uno completamente nuevo tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. ¿Qué le llevó a hacerlo?

Sin duda, su decisión se vio influenciada por el hecho de que la sublevación militar no triunfó en todo el país desde el primer momento. Aunque el aparato estatal republicano se vino abajo durante los primeros meses de la Guerra Civil española (1936-1939), muchos de sus funcionarios se mantuvieron leales al Gobierno del Frente Popular.

En esas circunstancias, Franco se vio forzado a crear un Estado alternativo. Y, después de obtener la victoria, quiso asegurarse de que los integrantes de las instituciones policiales le eran fieles y de que todos los que se oponían a su toma del poder eran perseguidos de manera implacable.

El objetivo de cumplir con su programa involucionista le obligó a recurrir de manera constante al uso de la fuerza y del terror. ¿Fue por eso por lo que instaló la sede de la DGS en la Real Casa de Correos?

Sí. La Puerta del Sol siempre ha tenido un valor simbólico progresista y de movilización, y el franquismo quería acabar con él. Además, situar las oficinas de la DGS en pleno centro de la capital le permitía controlar todo el territorio de la ciudad y el del propio país.

El antiobrerismo fue uno de los más importantes pilares conceptuales en el proceso de construcción del régimen. ¿Representaba esta ideología un elemento más de la herencia que tomó del aparato estatal ya existente en España?

Por supuesto. El estado se ocupa, entre otras cosas, de reprimir cualquier tipo de disidencia contra los que lo controlan. No solo de tipo político, sino también moral.

El historiador piensa que la dictadura no tuvo fases más o menos sanguinarias, sino que siempre se caracterizó por la violencia. / Paola Gómez.

Incluso su actitud hacia la delincuencia se explica a través de un cierto sentimiento exclusivista de clase, porque muchos actos criminales tienen que ver con las desigualdades sociales, la falta de servicios públicos y la carencia de mejoras salariales.

Esa cultura antiobrerista existente en el Estado español provocó que este creara en su seno unos cuerpos policiales de evidente marcaje político e ideológico. Quizá esto no sea fácil de ver en los periodos de paz social, pero sí que se nota en los momentos más convulsos.

¿Las actuales fuerzas de seguridad mantienen alguna de estas características autoritarias?

Yo creo que sí. Es cierto que la represión no se ejerce al mismo nivel que durante el franquismo u otras épocas, pero sí que existe. Y ello se demuestra a través de casos como el de los encarcelados de Zaragoza o el de los ataques contra el derecho a la libertad de expresión de Pablo Hasél.

De todas formas, este problema no solo es propio de la policía. También existe en la judicatura y en otros órganos de la administración.

En tu libro aseguras que la Dirección General de Seguridad obtuvo sus máximas competencias durante el franquismo. ¿Hasta dónde llegaba su poder?

Hasta los lugares más insospechados. Al acabar la Guerra Civil, la dictadura encargó la tarea de reprimir a sus opositores a varias fuerzas: la Falange, la Guardia Civil, los requetés…

Pero, ya entrada la década de 1950, estructuró y centralizó su aparato policial en torno a la gran piedra angular de la DGS, que tenía un papel muy importante en las grandes ciudades. A su vez, el organismo de seguridad mantenía un estrecho contacto con la Guardia Civil, la cual vigilaba las áreas rurales.

La DGS tenía dos frentes de acción: el político y el moral. Todo aquel intelectual, obrero, sacerdote o estudiante que se significase de manera política en contra del franquismo pasaba por sus manos y por las de la Brigada Político-Social.

Por otro lado, también era la encargada de hacer cumplir medidas como la prohibición de los carnavales o la de algunos tipos de vestimentas, estableciendo un cierto grado de control sobre la vida privada de la gente.

Otra cuestión que tu estudio pretende desmentir es el hecho de que la dictadura tuviera fases duras y blandas. ¿En qué argumentos te basas para hacer tal afirmación?

El que mencionas es un mito basado en datos cuantitativos reales, porque la represión de la posguerra causó 50.000 muertos y es obvio que en la época «desarrollista» del franquismo hubo muchos menos.

Sin embargo, la trampa está en el hecho mismo de fijarse en esas cifras concretas. Yo creo que deberíamos considerar la manera en que el régimen respondió siempre a la amenaza de la oposición. A principios de la década de 1970, las «autoridades» te podían meter 10 o 20 años en la cárcel por participar en una huelga o en una manifestación.

Los presos políticos eran arrojados por las ventanas de la DGS, torturados en sus calabazos y asesinados de forma brutal. De hecho, los últimos fusilamientos del franquismo se ejecutaron el 27 de septiembre de 1975, dos meses antes de que Franco muriera.

Todo ello prueba que, durante cuatro décadas, el régimen nunca dio la espalda a la violencia, la tortura y el asesinato. Además, muchos de sus funcionarios siguieron actuando con impunidad en la Transición.

En tu obra, no son pocas las veces en las que comparas las dependencias de la DGS con los campos de concentración nazis. Cuando escribiste estas palabras, ¿estabas utilizando una metáfora literaria o te limitabas a describir la realidad?

Fue el militante del Partido Comunista de España (PCE) Ramón Vía el que equiparó por primera vez las prisiones franquistas con el campo alemán de Bergen-Belsen. Lo hizo en un artículo del periódico clandestino Mundo Obrero en el que denunciaba las terribles condiciones de vida de los apresados por el régimen.

Es cierto que la oposición trataba de hacer propaganda con este tipo de expresiones, pero la documentación y los testimonios existentes nos dejan claro que la dictadura se caracterizaba por la dureza, la represión y las torturas.

Otro renombrado historiador español, Julián Vadillo, ha escrito el prólogo de ‘La DGS. El palacio del terror franquista’. Se titula Los símbolos que imprimen el carácter de una ciudad. En él habla sobre la necesidad de hacer de la Real Casa de Correos un recordatorio de lo que representa el régimen franquista para nuestra historia. ¿Ese objetivo se cumplirá a corto plazo?

En cuanto a poner una placa o a hacer un museo, lo veo difícil por lo que hablábamos antes. La Comunidad de Madrid es la que tendría que decidir cualquiera de esas dos cosas, y quien gobierna aquí es el PP.

Estos últimos meses ha habido peticiones por parte de Más Madrid (MM) y de Unidas Podemos (UP) para que, por lo menos, se haga una placa. Pero el Gobierno de Ayuso ni siquiera les ha respondido.

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