Jorge Txokarro: «Me colgaron de un cuarto piso por los tobillos en comisaría, pero lo que vino luego fue aún mucho peor»

Foto: Iban Aguinaga

Conocidas las conclusiones del informe sobre la tortura en Navarra, hablamos de estas gravísimas vulneraciones de derechos humanos con uno de los participantes en el estudio.

Por Jesús Barcos | Noticias de Navarra

Jorge Txokarro (Iruña, 1978), se define como “una más” dentro de la Red de Personas Torturadas de Navarra, que valoró el pasado lunes el informe de torturas en Navarra presentado al Gobierno foral por el Instituto Vasco de Criminología (IVAC). Hablamos con él de su experiencia vital, del propio informe y del trabajo de su asociación. Txokarro, que ha participado en la investigación dando su testimonio, fue condenado por daños en 1999 junto a otros seis jóvenes por quemar en 1996 el concesionario Lipauto de Renault en Burlada. Posteriormente fue detenido en 2002 acusado de pertenecer al ‘comando Urbasa’ de ETA acusado de asesinar al concejal de UPN José Javier Múgica. Dos años después quedó en libertad bajo fianza en 2004 por el juez Ruiz de Polanco. En 2008 fue juzgado en la Audiencia Nacional y condenado a 8 años en el marco del sumario contra Gestoras Pro Amnistía, junto a otras 20 personas. Txokarro los cumplió en Soto del Real, Salamanca, Cáceres y Fontcalent (Alicante).

Creen que se ha dado un paso en el reconocimiento de y el cierre paulatino de una herida social. 

Se puede calificar como un antes y un después, y utilizar la palabra ‘hito’ pues es la primera vez que un gobierno encarga un informe así de manera profesional e independiente.

Pero en la anterior legislatura ya se encargó el primero, con los casos desde 1960 hasta 1978.

Sí, pero el primero se enmarcaba más dentro de una ley de memoria democrática, o de una primera investigación de la época del franquismo, pero este segundo informe desde 1979 hasta 2015 abarca un contexto político distinto, la Transición y un periodo que se autodenomina democrático. Por eso, esta segunda fase ha tenido muchísimos problemas para poder llevarla a cabo. Recursos de inconstitucionalidad, vetos a iniciativas parlamentarias… Un trabajo que se podía haber realizado hace 6 años es ahora cuando ve la luz.

Estudio que por las condiciones de financiación se tenía que desarrollar con mucha celeridad. Sus autores indican que está inacabado, por más que adelanten una proyección. 

Los datos son referenciales, ni mucho menos van a ser los definitivos, pensamos que van a ser bastantes más, pero nos marcan por dónde va todo esto. El trabajo de investigación es muy complicado de hacer. Los profesionales dicen que todavía quedan dos fases más de trabajo. Nosotros como asociación tenemos todavía por lo menos dos años más de recopilación de datos.

Esa proyección cifra sobre un millar las víctimas entre 1960 hasta 2015. ¿Son datos dentro de lo esperado?

Sí, nosotros barajábamos unos datos muy parecidos. Llevamos un año y dos meses haciendo una labor de documentación espectacular, con una red en toda Nafarroa que ha permitido trabajar prácticamente casa por casa. Pero todavía hay mucho por hacer y mucho formulario por recoger. Los investigadores han hecho un trabajo prácticamente récord, increíble, pero piden que durante los dos siguientes años, por lo menos, se pueda seguir desarrollando este trabajo.

El informe dice que “nos encontramos ante una violencia negada, no investigada y en consecuencia no sancionada”. Y que ello ha generado “desconfianza” en las víctimas.

Esa desconfianza ha existido. Los profesionales hablan de que las personas torturadas hemos estado desamparadas desde el punto de vista social e institucional. Durante la existencia de la tortura se ha estado mirando para otro lado de una manera descarada, siendo conscientes de lo que ocurría . Este informe viene a decir que las personas torturadas nunca hemos tenido ningún depósito de confianza, ni en las instituciones ni en la sociedad ni en los medios de comunicación. Solamente en los activistas que en aquellas épocas denunciaban que la tortura se estaba dando en los cuarteles de la Guardia Civil, de la Policía Nacional y de la Policía autonómica vasca. Hemos llegado a un contexto político completamente distinto, en donde parece que podemos empezar a ser aceptados también como víctimas o como supervivientes de la tortura. Las instituciones empiezan a abrirse para visibilizar una realidad que ya sabían que existía. Lo sabían, pero políticamente era inaceptable salir a la palestra.

Alguien podría decir que el número de detenidos fue muchísimo mayor que el de víctimas conocidas. 

Sí, y también podemos afirmar que muchísimas detenciones ni siquiera se comunicaban a los estamentos judiciales y las personas eran soltadas en la calle después de recibir auténticas palizas o se las llevaban al monte o había retenciones forzosas por las calles o incluso secuestros en automóviles para dar paseos por la ciudad, etcétera, etcétera. Eso no se contempla, pero eso también ha existido.

“La sensación de impunidad en la Audiencia Nacional era increíble, la segunda vez que declaré lo hice con un forro polar sobre mi cabeza”

Ha contado al IVAC que fue torturado en dos ocasiones.

Efectivamente. Cuando era menor de edad, con 17 años, por parte de la Policía Nacional en la calle general Chinchilla, en la comisaría central de la Policía Nacional en Madrid (Canillas) y en Moratalaz. Y posteriormente, cuando tenía 23 años, por parte de la Guardia Civil en avenida de Galicia y en Tres Cantos, en Madrid.

¿Y a eso se le da muchas vueltas? ¿O se mete en un tapón y hay días que sale y días que parece enterrado?

Eso lo tienes presente para toda tu vida. Tienes temporadas que rebrota o permanece más estanco. Pero una persona que ha sido torturada tiene que saber llevar esa violación de tu cuerpo, psicológica sobre todo, de la mejor manera posible durante el resto de su vida, porque por mucho que pasen 10, 20, 30, 60 años es algo imposible de olvidar y carecer de secuelas, que se te han quedado para toda la vida. Al final, tu cuerpo ha sido violado físicamente y tu cabeza desde un punto de vista psicológico completamente quebrada. Cada persona lo vive de una manera distinta y de hecho muchísima gente que ha pasado por esta práctica inhumana no ha sido capaz luego de levantar la cabeza y arrastra este tema durante el resto de su vida, incluso en ámbitos familiares. Muchas veces, las personas torturadas acaban diciendo: yo hubiera preferido que durante aquellos días me hubieran pegado un tiro directamente y no haber pasado por eso, porque ahora tengo que vivir con ello.

¿Recuerda un shock diferente de la primera detención y la segunda? 

La segunda detención se produjo en mi cuarto de la casa de mi madre. Fue un estado de shock total. Yo creo que se me paralizó todo el cuerpo y la cabeza. Me pegaron un palizón impresionante en el mismo cuarto de casa, y me tuvieron que llevar al hospital. Me costó salir de este estado de shock incluso estando en los calabozos. Sabía perfectamente lo que me venía, pero nunca eres capaz de saber si vas a poder aguantar. Se te pasa por la cabeza de todo.

¿Le pegaron delante de su madre?

Mi madre estaba encañonada en la bañera del cuarto de baño, de rodillas, con varias metralletas, sin poder levantar la cabeza, y a mí mientras en el dormitorio me estaban dando un palizón en el suelo entre seis o siete personas, encima de una puerta que habían roto que tenía cristales, y luego me metieron en la cama para enrollarme la cabeza con la manta y la sobrecama.

Siendo consciente de que su madre estaba en otra habitación.

Yo en esos momentos no era consciente de nada, estaba en un estado de shock total e intentando literalmente recibir las hostias de la mejor manera posible y sobre todo intentar coger aire. Ahí me quedé sin conocimiento, tuvo que venir la ambulancia a casa deprisa y con oxígeno me llevaron en una silla de rueda en calzoncillos con una manta encima al hospital. Y luego del hospital al cuartelillo de la Avenida de Galicia y de ahí a Tres Cantos.

¿Con torturas similares?

Sí, sí, sí, por supuesto, eso fue un calvario. En el hospital me desperté tras perder el conocimiento. Estaba en una camilla echado con la Guardia Civil custodiándome y todo el rato diciéndome: en cuanto salgas de aquí ya vas a ver. Amenazas miles: a tu madre le ha dado un infarto, está muriéndose en la UCI, no ha podido soportar que te hayamos llevado, tú si sales de aquí vivo te vamos a matar, te vamos a hacer como a Lasa y a Zabala, no se va enterar nadie, como digas aquí algo a los médicos ya vas a ver, ni se te ocurra decir que te hemos tocado en casa. Claro, la secretaria judicial no había entrado en el momento del registro con la Guardia Civil. Llegó al rato.

¿Y en la primera vez, con 17 años?

Fue muy duro, pero sobre todo aquí, en general Chinchilla en Pamplona. En Canillas y en Moratalaz también, pero el primer día y medio aquí yo me decía: estos están chalados. Era mi primera detención, no sabía lo que podía suponer una incomunicación. Me llegaron a colgar de un cuarto piso agarrado por los tobillos a un patio interior. Pero lo que me vino luego fue todavía mucho peor.

¿Hay cosas peores que te cuelguen de un cuarto piso?

Sí, sí, sí, sin lugar a dudas, muchísimas cosas peores. Se me hizo muy duro, por ejemplo, en esa primera detención, que en Madrid durante el día estabas en la comisaría de interrogatorios en Canillas y a la noche te llevaban a otra que con el tiempo supe que era Moratalaz, porque no sabía a dónde iba. La comisaría de noche tenía un calabozo con unos azulejos nuevos blancos, pero con cuatro fluorescentes en diagonal que directamente te miraban a los ojos, porque me obligaban a ponerme de pie contra la pared, no te dejaban en ningún momento sentarte ni descansar. Tenía a una persona a cada muy poco tiempo pasando por la ventanilla para que incluso con los brazos en alto pasaras toda la noche así. Y te obligaban a levantar el cuello para mirar a los fluorescentes. Si no hacías eso te abrían la puerta, y lo primero empezaban a pegarte de hostias, que hiciera flexiones y me agotara físicamente.

En los desplazamientos, fuera de la furgoneta, iba con los ojos tapados. 

Sí, sí, siempre.

Esa estampa de detenidos con la cabeza tapada se veía en los medios.

Sí, pero hubo gente para quien eso duró durante prácticamente los cinco días de la incomunicación. En mi caso mirar a los cuatro fluorescentes que tenía echándote luz creaba un desequilibrio en todos los sentidos. No solo en el sueño, en no poder descansar, es que nunca te podías sentar. Exceptuando el último día antes de pasar por la Audiencia Nacional en el que nos ofrecieron unos garbanzos en un táper de plástico y me dejaron sentarme.

¿Y en Canillas por las mañanas?

Me hicieron una simulación de ejecución antes de llegar a esa comisaría, me metieron en una vía forestal, en un camino empedrado blanco, me hicieron ponerme de rodillas, con las esposas atrás, me pusieron la capucha y me pusieron dos pistolas en la cabeza, y apretaron gatillo con el clac, clac, y bueno, al coche otra vez, y ahí en el coche también bajando a Madrid interrogatorios con libros de fotos de mucha gente, numerosos golpes, asfixia… fue todo un calvario.

¿Llegar a la Audiencia Nacional era constatar la impunidad de esto?

Totalmente.

¿O un cierto momento de alivio de que por lo menos salía de ese pozo?

No, porque incluso en los calabozos de la Audiencia Nacional me daba la sensación de que las personas que me estaban custodiando en ese pasillo habían venido conmigo en ese furgón, porque en alguna ocasión la ventanilla del calabozo se abría y te decían algo, tirando de amenazas a escasos minutos de pasar por el juez. Yo pensaba, hostia, ¿esto cuándo acaba? Tampoco te acababas de destensar, yo no descartaba nada, ni que me abrieran la puerta y me pegaran cuatro tortazos más. La sensación de impunidad en la Audiencia Nacional era increíble. Me pasó en las dos ocasiones y con dos jueces distintos. Y la segunda vez incluso el juez instructor, Ismael Moreno, en aquella época, cuando me subieron a declarar, me llevaron con un forro polar subido sobre mi cabeza, sin que se me pudiera ver la cara, y cuando estaba con un abogado de oficio, alguien, no se quién, preguntó: ¿Se le quita el abrigo al detenido de la cabeza? Y el juez dijo: No, no, puede declarar así.

Establecía la comparación con un cuerpo violado. ¿En qué medida en el caso de compañeras de la asociación el elemento sexual estuvo presente en estas vulneraciones?

Sí, es evidente, la tortura para la mujer ha tenido una connotación con grado agravante. Ha sido un denominador común jugar con la mujer en los cuartelillos desde el punto de vista sexual. La tortura desde ese punto de vista la han planteado de manera sistemática también, muy organizada, y sabían perfectamente que ese tipo de tortura para la mujer es todavía más desgarrador y es una casuística que se puede ver en todas las mujeres torturadas en sus testimonios. El agravante de la tortura sexual siempre está encima. Es un añadido.

¿Ha habido mujeres torturadoras?

Sí, sí, en menor medida. En mi caso una mujer entraba de manera esporádica en acción. En los interrogatorios prácticamente no formaba parte, pero sí cuando me venía a sacar del calabozo para llevarme a esos interrogatorios y siempre su función era amenazar: que me iba a violar a mí, que iba a tener hijos guardias civiles y que iba a vivir con esa lacra el resto de mi vida. Entraba y directamente me tocaba el culo, empezaba a poner las manos encima de las partes y decía que mi compañera sentimental estaba al lado detenida y que si a mi me violaba ella, a mi compañera otro guardia civil… Ese tipo de amenazas, comentarios y vejaciones me sucedieron en tres ocasiones distintas que por lo menos me acuerde en la segunda detención, con la Guardia Civil.

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