Por Manuel Tirado
Yo soy del sur. Andalucía es una tierra que cada verano se llena de turistas que vienen buscando sol y playa, esas playas que siempre vemos en los panfletos publicitarios de las agencias de viajes y que nos muestran imágenes maravillosas de paraísos idílicos, puestas de sol despampanantes y mareas de gente disfrutando en sus tumbonas mientras broncean sus cuerpos al sol.
Desgraciadamente esta imagen contrasta con la de esas otras playas que no salen mucho en la prensa y menos en los reclamos publicitarios de las agencias de viajes, ni en las promociones de la Junta de Andalucía, pero que son playas que también existen y que en vez de estar llenas de tumbonas, se convierten en las tumbas de cientos de personas inocentes que decidieron subirse a una patera, esas barcas de Caronte llenas de desesperación, donde a lo largo del año mucha gente se embarca buscando una vida mejor, pero en las que desgraciadamente encuentran la muerte.
Puedo entender, hasta cierto punto, que estas imágenes de niños muertos en las playas, de madres que llegan ateridas de frío a nuestras costas, de hombres deshidratados y casi moribundos, no aparezcan en los panfletos publicitarios de las agencias de viajes, pero lo que no entiendo es que nuestro propio gobierno trate de esconder este drama silenciando durante más de cuarenta y ocho horas la noticia de la muerte de un niño aparecido en las playas de Barbate (Cádiz) hace unos días.
Al parecer, el cuerpo del niño de unos seis años fue recuperado el pasado viernes por la mañana en las playas de Barbate, pero la noticia no se conoció hasta que el domingo por la tarde fue confirmada por medios locales a través de la Asociación de Derechos Humanos de Andalucía. Los medios apuntan que el cadáver del pequeño pertenece a un niño subsahariano que posiblemente viajaba en una patera que habría naufragado a mediados de enero.
Vergonzoso otra vez más el silencio, en este caso de la Subdelegación del Gobierno en Andalucía, que se calló la noticia durante dos días. El silencio nunca evitará que nos topemos más tarde o más temprano con la cruda realidad, pero es bien sabido que lo que no se dice no existe, así que el silencio sólo es cómplice de que no sepamos lo que ocurre a nuestro alrededor.
Estamos ciegos y no vemos los cientos de muros que hay en toda Europa, en España también, que son la vergüenza de este continente que presume de civilizado y de ser defensor de los derechos humanos, pero donde esos mismos derechos son fusilados en estos muros de la vergüenza.
Desgraciadamente este gobierno facha cada vez es más propenso al silencio, al “no contesto y así no pueden acusarme”, a amordazar la verdad con la amenaza de los tribunales, a silenciar y a esconder la realidad para que esas imágenes de desesperación no golpeen nuestras conciencias tranquilas y juguemos una vez más a la hipocresía que nos caracteriza a los seres humanos, o al menos, a esos “seres humanos”, aunque a veces parecen haber perdido cualquier atisbo de humanidad, que gobiernan los designios de nuestros países.
No hay que ir muy lejos para encontrar esa hipocresía de la que hablo. La semana pasada en la Unión Europea nos echábamos las manos a la cabeza por el muro que quiere construir Donald Trump en la frontera con México y estamos ciegos y no vemos los cientos de muros que hay en toda Europa, en España también, que son la vergüenza de este continente que presume de civilizado y de ser defensor de los derechos humanos, pero donde esos mismos derechos son fusilados en estos muros de la vergüenza construidos por los poderes fácticos y la Troika. Estos muros de la vergüenza que sonrojan al mundo y cuya única razón de existir es impedir que los pobres, los refugiados, los machacados por la guerra y el hambre puedan llegar a un mundo mejor.
Nuestro silencio con el drama de la inmigración y los refugiados es cómplice de la misma desgracia. No podemos callar por más tiempo. No debemos permitir que las playas, que el mar, esos muros de agua que tratan de cruzar cada año cientos de personas desesperadas por acariciar un futuro mejor, sean el cementerio silencioso de más gente.
Las playas deberían ser lugares donde los niños jueguen y no donde pierdan su vida.
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