Opinión | La España distinta

Por Luis Aneiros

Existe una España distinta. No diferente, no… eso era el slogan de quienes querían que nos visitaran turistas de playa y chiringuito. Existe una España distinta a la oficial, la de personas sin miedo, sin complejos ni ataduras pseudoculturales. Existe una España que aspira a ser modelo de sociedad democrática y de igualdad y justicia como sistema. No como objetivo, sino como sistema. Cuando nos planteamos la igualdad y la justicia como un objetivo, estamos transmitiendo a los demás la idea de la posibilidad, de lo ideal, de la meta a alcanzar, y a partir de la cual formaremos un nuevo país. Pero, en vista de cómo transcurren las cosas, la justicia y la igualdad deben de ser el sistema, el motor de todo lo demás. El futuro sólo se puede entender desde un sistema absolutamente distinto al actual.

Las relaciones estado-agentes económicos no son justas. Las relaciones estado-iglesia no son justas. Las relaciones estado-UE no son justas… El sistema que penaliza a la gente por no ser élite no es justo… pero la España mayoritaria, la de los dos bandos, la de PP y PSOE, la de Real Madrid vs Barcelona, la de centro-derecha  y centro-izquierda, no espera justicia sino inmovilismo. Identificar al contrario, en esta España heredera de rojos y azules, es poder conocerlo para poder acordar con él cómo mantener miedos, filias y fobias. Pero ahora surge otra España, la distinta, la de quienes tienen esperanza y fe en la gente. Y es imparable porque es la más pura lógica llevada a la práctica. La España distinta está cansada de realezas ficticias y de políticos de lunas tintadas en las gafas. Mirar arriba, hacia los que nos gobiernan desde las nubes del poder, produce dolores en las cervicales del sentido común y la decencia.

Es hora de cambiar de manos, de que las necesidades a cubrir sean las de quienes sostienen el país con su propio esfuerzo, no a costa de los intereses que genera el esfuerzo de los demás

La España distinta está abocada al entendimiento, el respeto y el acuerdo, cosas todas ellas que brillan por su ausencia en la vida política española. Desempleo, pobreza, salud, educación, pensiones… No son temas ideológicos sino lógicos. Los cajones donde se encerraban las ideas, y de los que no podían salir más que doctrinas partidistas y sectarias, han reventado sus cerraduras, y ahora la gente puede tener el control. Los vecinos que podían ponerse de acuerdo para contratar un servicio de limpieza para el portal de su comunidad, pueden ahora ponerse de acuerdo para decidir asuntos de más altura, cosas que les afectan como sociedad plural. La política no puede ser una carrera, sino un servicio, y desde esa perspectiva ya no exigimos a la mujer del César que sea honrada y lo parezca… Exigimos que no haya mujer del César, sino una sociedad decidiendo su presente y su futuro.

Tenemos la voluntad y las herramientas. Y no nos importan ya los nombres ni la popularidad. Esperamos tan sólo el compromiso del entendimiento y el cumplimiento de la promesa dada. Devolver al pueblo las instituciones y el poder de decidir. Y si eso supone discutir, se discute. Y si eso supone que se retiren quienes han descubierto las bondades del sistema actual, que se retiren. ¿Convencer a los que ahora sustentan el poder real? ¿Atraer a los que abren los ojos cada mañana al ritmo de sus cajas registradoras, llenas de nuestras vidas  e ilusiones? Es hora de cambiar de manos, de que las necesidades a cubrir sean las de quienes sostienen el país con su propio esfuerzo, no a costa de los intereses que genera el esfuerzo de los demás.

Pero…

Siempre hay un pero…

… esa España está oculta detrás de cada titular de prensa, de cada cabecera de telediario. Esa España, en buena parte, ni sabe que existe, porque cuando se busca en la televisión no se encuentra, porque cuando mira en las páginas de los periódicos no se encuentra, porque permanentemente le dicen que es irreal y utópica. Y cuando nos cuentan que alguien busca esa España, nos recuerdan que encontrarla es peligroso. Estoy convencido de que usted, que ahora está leyendo este artículo en este medio, forma parte de la España distinta, pero la fría estadística lo califica a usted de rareza. Y a mí… y a una gran mayoría de españoles que, juntos, formaríamos una fuerza imparable de democracia y cambio. Pero no nos conocemos, y renunciamos a hacerlo porque… “que inventen ellos”. La España distinta tendrá que esperar a que el hartazgo  se convierta en necesidad. Y a que del “son todos iguales” pasemos a “somos todos iguales”. Desde ahí construiremos un país distinto, solidario, consciente y preocupado de sus problemas reales, y ansioso por buscar soluciones que hagan que todo funcione.

La justicia y la igualdad deben ser el sistema, el motor de todo lo demás. El futuro sólo se puede entender desde un sistema absolutamente distinto al actual.

Hoy, España es diferente. Diferente por mantener las mayores tasas de corrupción de Europa y una de las mayores del mundo; diferente por hacer que un cargo político sea un blindaje vergonzoso; diferente por recurrir a métodos del pasado oscuro para esconder la disidencia y la libertad de expresión; diferente por primar el poder del dinero sobre el poder del cerebro… España es diferente porque ha cambiado en estos cuarenta años tan sólo lo necesario para que a los alemanes no les de mucha vergüenza venir…

Construir una España distinta no es fácil, pero no nos dejemos engañar: es posible.

 

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