¿Acaso creen que hemos olvidado al Javier Solana que, en un arranque de sinceridad nada más comenzar la invasión declaró que “vivimos las consecuencias de sugerir que Ucrania entraría en la OTAN”?
Por Domingo Sanz
No sé si a usted le ocurre lo mismo, pero soy de los que piensan que cualquier persona que hubiera despertado hace unos días tras un sueño de dos meses y viera las imágenes de la cumbre de la OTAN, con los gestos optimistas que han enseñado los líderes convocados en Madrid, pensaría que Putin acababa de ser derrotado y un gobierno provisional ruso estaría pidiendo limosna a Occidente para que la hambruna no se extendiera desde Moscú hasta los confines más lejanos de Siberia.
Nada más lejos de la realidad. La ciudad de Lisichansk acaba de caer en poder de la potencia que lideraba el Pacto de Varsovia. Era la última población de Lugansk que resistía.
Dicho esto, me sumo a Javier Pérez Royo quien, desde una perspectiva distinta a la que me ha traído al teclado, pero compatible, ha elegido “Nada que celebrar” para el título de su última entrega.
Entonces, ¿por qué no pueden disimular su satisfacción los líderes de la OTAN en medio de una guerra en la que también mueren niños cada día? Hasta el momento, trescientos cuarenta y tres.
¿Acaso creen que hemos olvidado al Javier Solana que, en un arranque de sinceridad nada más comenzar la invasión declaró que “vivimos las consecuencias de sugerir que Ucrania entraría en la OTAN”?
Resulta que Solana fue secretario general de la OTAN, y no hay como un “ex” hablando para enterarnos de lo que pensaban cuando era “in”. ¿Recuerda usted quién ha declarado recientemente que “ahora que no estoy en el gobierno, puedo decir la verdad”?
Pero volviendo al enfoque compatible con el del catedrático de Sevilla, lo que me tiene pensando delante del teclado son los líderes de la OTAN, pero solo en tanto que son personas. Y sus optimismos.
Y, como personas que son, comparten con la mayoría de los cerca de 8.000 millones restantes algunos deseos. Por ejemplo, dos, salvando las distancias.
El primero es el de tener un trabajo estable. Y, mire usted por dónde, han sido muy pocos desde la 2ª GM los que, cuando legislan, que es su trabajo, se aplican la limitación de mandatos, algo muy eficaz contra la consolidación de intereses creados y corruptelas de todo orden y desorden.
El segundo, también compartido por millones de personas en todo el mundo, sostiene que, una vez establecidas la categoría y funciones del trabajador, no gusta nada que venga una autoridad diferente y superior modificando pautas y protocolos.
Y mire usted otra vez, a ver cuántos líderes de democracias OTAN encuentra que hayan establecido mecanismos tipo referéndum vinculante para que las decisiones de mayor trascendencia, sobre todo si existen discrepancias en los parlamentos, sean aprobadas por toda la sociedad y respetadas y aplicadas por los políticos, sean del partido que sean.
¿Suiza está en la OTAN? “Pues eso”, pero esta vez sin meter la pata, como hizo Pedro Sánchez unos días antes de las elecciones generales.
Así que nuestros líderes europeos del Atlántico Norte no pueden evitar la nostalgia, recordando a sus predecesores, de aquellos años tan bipartidistas, o casi, y tan previsibles, de una época de Guerra Fría durante la que solo les salpicaba sangre desde lugares tan lejanos como Corea y Vietnam, y con conflictos internos que terminaban siendo de menor cuantía, como aquel de mayo del 68 que se cerró “bien”, es decir, con una nueva victoria de Charles de Gaulle en las urnas.
Imposible les ha sido disimular el optimismo, durante esta cumbre de la OTAN, a unos líderes occidentales que solo pueden estar agradecidos a un Putin cuya invasión de Ucrania les ha permitido atisbar, y hasta anunciar de forma descarada, una segunda Guerra Fría que necesitaban como el comer pues, como cualquier amenaza global, consigue que el miedo prolifere y, por tanto, que comience a extenderse ese deseado respeto a la autoridad que tras la caída del Muro de Berlín también se fue debilitando en Europa Occidental. Gracias, entre otros factores, a la proliferación de nuevos partidos de diferente signo y a la eclosión más reciente de movimientos independentistas en varios países, destacando UK y España, que se atreven a cuestionar viejas unidades territoriales.
Mientras existan las fronteras, los dirigentes de cualquier país evaluarán los conflictos internacionales en clave interna. Después, cuando finalizan, ya se sabe que la historia la escribirán los vencedores, pero, mientras están vivos, capitalizar los sentimientos que prevalecen en una sociedad amenazada proporciona rendimientos electorales importantes.
“La función crea el órgano” y, por tanto, la OTAN post Ucrania no es sino la reconstrucción de la organización imprescindible para divulgar de manera convincente y masiva la sensación de segunda Guerra Fría que busca una clase política europea a la que cada vez le da más pereza gobernar sin el argumento del miedo y contra un ambiente de paz que comenzaba a destilar los frutos del ejercicio de la libertad por parte de millones de europeos.
En resumen, mejor nueva OTAN y otra Guerra Fría que el esfuerzo de abordar reformas políticas que consoliden la democracia en la UE y en los países que la forman.
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