En la región de Shengal, en el norte de Irak, el pueblo yezidí resiste los intentos de ocupación. Las mujeres de esa tierra sufrieron las atrocidades del Estado Islámico y ahora organizan una nueva sociedad autónoma, democrática y libre.
Por Leandro Albani / Sudestada
Volver a Shengal. A su tierra originaria, en esa región cargada de historia y misticismo en el norte de Irak. Volver después de sobrevivir al terror del Estado Islámico (ISIS o Daesh). Retornar al territorio donde su familia la esperaba en un solo abrazo. Y, tal vez, sentir que la larga pesadilla negra del Daesh queda atrás, aunque su padre, su madre y sus hermanos siguen secuestrados por el grupo terrorista más grande que vio el mundo en los últimos años. Felicidad y dolor, sonrisas y frustración, esperanzas y llantos. Esa vorágine de sentimientos debió sentir la joven yezidí Roza Emin Bereket, que la semana pasada se pudo reunir con sus familiares en Shengal.
Roza fue capturada por Daesh hace ocho años y rescatada por las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), el grupo de autodefensa conformado por kurdos, árabes, asirios, armenios y otros pueblos de Rojava (Kurdistán sirio). Cuando fue secuestrada, tenía apenas 11 años. Dos años después, tuvo un hijo, que se llama Hoodh, del que desconoce su paradero. Roza fue vendida, casada a la fuerza y violada.
“El 3 de agosto de 2014 es el día más trágico de nuestras vidas –recordó al retornar a su tierra-. Cuando los mercenarios del ISIS atacaron Shengal, masacraron a nuestra gente, los separaron unos de otros. Violaron a las mujeres y las vendieron en mercados de esclavos”.
En esa fecha que Roza pronunció, el pueblo yezidí de Shengal quedó abandonado ante el Daesh, que en ese momento era una maquinaria imparable de destrucción y ocupación en Irak y Siria. Los yezidíes del norte iraquí vieron con terror cómo las fuerzas Peshmerga –que dependen del Gobierno Regional de Kurdistán (GRK), liderado por el nacionalismo de derecha kurdo- huían a toda prisa. Y sus ojos también observaron con pavor el silencio y la inmovilidad del gobierno de Bagdad.
Cuando Daesh ingresó a Shengal, el genocidio ya estaba en marcha. Además de asesinar y saquear, los yihadistas secuestraron a más de 3.000 mujeres yezidíes. Después, las vendieron en mercados de esclavas sexuales. Roza fue una de ellas. Muchas otras siguen en las garras del Daesh.
Al recordar su calvario, la joven yezidí explicó que “la ideología de los mercenarios de ISIS contra las mujeres yezidíes era muy mala. Utilizaban la tortura psicológica. Yo estaba en Deir Ezzor (Siria). Habían decidido llevarnos a Turquía. Pero las fuerzas de las FDS nos salvaron cuando íbamos hacia allí”.
En sus declaraciones, recogidas por la agencia de noticias ANF, Roza agregó: “Me alegré mucho de ver a mi familia. Pero estoy triste porque no puedo ver a mi madre. Pero creo que las FDS la liberarán y podré recibirla”.
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El pueblo yezidí habita las regiones norte de Irak y Siria desde hace miles de años. En su gran mayoría kurdos, los y las yezidíes fueron víctimas de un sinfín de genocidios a lo largo de su historia.
Los pobladores yezidíes veneran el fuego, el agua, el aire y la tierra, al igual que el zoroastrismo, donde existe el dualismo entre el bien y el mal, que no se confrontan, sino que se complementan. Este pueblo tiene tres celebraciones principales: la “Fiesta de la Asamblea”, cuando se conmemora el reencuentro de los siete arcángeles, a principios de octubre; el año nuevo yezidí (Çarşema Sor), el primer miércoles de abril, una fiesta de la primavera que se relaciona temporalmente con el Newroz, el año nuevo kurdo que se celebra todos los 21 de marzo; y a mediados de febrero, los faqir (santos) ayunan durante 40 días y luego se celebra la “Fiesta del Sacrificio”.
Desde tiempos inmemorables, a los yezidíes se los calificó erróneamente como “adoradores del diablo” debido al sincretismo de su religión. Este sincretismo convierte al yezidismo en una fe rica culturalmente y con profundas características humanistas. La sociedad yezidí está dividida en castas y tiene reglas estrictas que regulan las relaciones con otros grupos religiosos. Para preservar su identidad, con el correr de los siglos, se volvieron un grupo endogámico.
En el libro Genocidio del pueblo yezidí (2020), la periodista Ethel Bonet apunta que el yezidismo es la religión más antigua monoteísta, que tiene a Khoda (el que se creó a sí mismo) como su dios y su centro geográfico en la Mesopotamia. La meca yezidí se encuentra en el Valle de Lalish, en la provincia iraquí de Ninive, a 60 kilómetros de la ciudad de Mosul, en Irak. En ese lugar, se alza el santuario de Adi ibn Musafir al-Hakkari, que se remonta al siglo XII. A su vez, los yezidíes adoran al Ángel Pavo Real (Tuasi Melek), que en su mitología es el primer arcángel creado por la iluminación de dios para guiar a los otros seis arcángeles.
Muchos yezidíes se consideran “kurdos puros” y su denominación, según Bonet, proviene del persa “izid” (ángel) o “yezdan” (dios), términos que aparecen en Avesta, el libro sagrado para el zoroastrismo. Otra teoría indica que la denominación “yezidí” deriva del Califa proscripto omeya, Yazid bin Mawirye, que asesinó al imán chií Husein ibn Alí, nieto del Profeta Mohammed. Esta teoría señala que el yezidismo es una rama del Islam.
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Aunque las cifras no son concretas, se calcula que en la actualidad hay 2.800 mujeres y niños yezidíes desaparecidos, de los cuales la mayoría fueron “comercializados” por el Daesh. Para una sociedad como la yezidí, el retorno de las mujeres secuestradas no fue algo fácil de asimilar. El rechazo estaba en boca de una parte importante del pueblo. En 2019, el Consejo Espiritual Yezidí, la máxima autoridad religiosa de Shengal, pidió a sus miembros que aceptaran a todas las sobrevivientes yezidíes, pero unos días después aclaró que la decisión excluía a los niños nacidos de las violaciones cometidas por los integrantes del Daesh.
Tras el paso arrasador de ISIS por Shengal, la población rápidamente se organizó, estuvo en vilo con la intervención de la guerrilla del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) para detener al Daesh –y que permitió abrir un corredor humanitario para que los hombres y mujeres yezidíes escaparan-, y abrazaron las ideas de autonomía, democracia y libertad impulsadas por el Movimiento de Liberación de Kurdistán. Los y las yezidíes crearon sus propias instituciones de autogobierno, sus fuerzas de autodefensa, y declararon la autonomía de la región, algo que no es aceptado ni por el GRK ni por el gobierno central de Bagdad.
En una realidad convulsa y cruzada por los diversos intereses de las potencias regionales e internacionales, las mujeres yezidíes no se quedaron atrás y construyeron (y construyen hasta el día de hoy) sus propios espacios de discusión y decisión, desde las unidades militares hasta casas para analizar, debatir y solucionar sus problemas cotidianos.
En el artículo Desde el genocidio hasta la resistencia: las mujeres yezidíes y su contraataque, la reconocida antropóloga kurda Dilar Dirik analizó que “las mujeres yezidíes han sido representadas por los medios como víctimas violadas indefensas”, además de mostrarlas “como la personificación del llanto” y como “la bandera de rendición femenina al patriarcado”. Frente a esto, Dirik remarca que a través del orientalismo se ignora “que las mujeres yezidíes se armaron y ahora se movilizan ideológica, social, política y militarmente, con el marco trazado por Abdullah Öcalan, líder del PKK”.
Dirik recordó que en julio de 2020, pobladoras yezidíes de todas las edades en Shengal fundaron el Consejo de Mujeres, y que decidieron “que las familias no deben de intervenir cuando las chicas quieren participar en cualquier parte de la lucha y se encomendaron a democratizar y transformar internamente su propia comunidad”.
Las mujeres yezidíes de Shengal hoy renacen día a día. Con los traumas y dolores que dejó a su paso el Daesh, apuestan por una nueva sociedad que todavía se encuentra amenazada. Si bien el Estado Islámico no volvió a atacar Shengal, el peligro ahora se llama Turquía. El gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan está empecinado en destruir al pueblo yezidí a través de bombardeos cada vez más frecuentes. Pero entre los escombros y las cenizas de Shengal, existe una braza ardiente que tiene el color y la fuerza de las mujeres yezidíes que luchan por su libertad.
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