Por Javier DG
Flotan por España aires de tristeza.
Hombres, mujeres, niñas y niños
de pueblos y aldeas escondidas y pobres,
bajo un signo de letras y tierra ausente
y el yugo de una cruz rota en la base.
Se integran sin molestar en el paisaje
y son apartados del mundo y olvidados
a propósito, entre cañas y barro y la presencia
de un diablo inventado por el hombre
para angostar sus mentes.
Gritan de gozo en la Semana Santa de España.
Gritan,
no por ver pasear sobre andas de olor rancio
imágenes con rostro dolorido y ropajes caros
cubriendo un esqueleto de madera seca y yerma
y cargada sobre los hombros
de quien paga en la subasta.
Gritan de emoción
al ver llegar gente de carne y hueso
que les entrega saber,
sin pedir nada a cambio.
Misiones pedagógicas aparcan su camión
en la plaza, frente a la puerta del Ayuntamiento
junto a la fuente vieja, para responder preguntas
y ofrecer respuestas tan lejanas, tan necesarias.
Riegan las calles con libros, películas, discos,
láminas, cuadros y compañías de títeres
lanzados en el guiñol, para humanizar el campo.
Regalan enseñanza al que mira y escucha,
proponen aprender sin varas sacudiendo la piel,
sin llantos ni rodillas clavadas en el suelo
sangrando hasta el amanecer.
En ese camino ilustre, tras abrir la mente y gozar
allá donde el cielo aparece raso,
miles de jornaleros se reúnen en un templo
vacío de altares, para pedir soluciones,
hartos de soportar una dura carga, ellos solos,
sin ayuda de nadie, para gloria de otros.
Desde ese momento, se muestra con altivez
la grieta de una barca de rumbo virado,
de una España rota en el alma,
donde timoneles de antaño coronados
con tricornios charolados y envueltos
en capotes verdes de estemeña, diseñan
su ruta en el mapa, a base de palos,
a base de tiros, a base de matar hermanos
y cazar poetas proscritos.
Se recrudece la brutal lucha desde la cuna.
Por arriba, suenan canciones lanzadas
a vivo fuego hacia unas trincheras
llenas de semillas que apuntan hacia la nada.
Mientras, en la Iglesia, entre bancadas de roble
envueltas con papel de mármol
y los cauces labrados por un babeo incesante
caído del ambón barroco, riegan la piedra
palabras oscuras y de sangre.
Va a ser difícil encontrar justicia
para toda una generación entregada y enterrada
bajo esa niebla que baña las jaras del camino.
Va a ser difícil reponer la sangre extraída
de un regadío desierto de olivos, donde ahora
gobierna el hambre, no el hombre.
Aún hoy,
entre montículos por descubrir
rugen calaveras de gesto informe
sobre cunetas vacías de luz.
Aún hoy,
hacen imposible redescubrir un pasado
que sigue marcando el presente.
Sobre todo, hoy, en el Parlamento,
sepultan la memoria que grita fuerte
desde una tierra donde no germinan
los huesos de toda esa generación, rota
por la cobardía del Cruzado mayor
en esta España, todavía hoy, de claustros,
caciques, clausura, corrupción,
ministras con mantilla y el régimen caduco
de unos obispos
con misa en la televisión.
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