México | La rueda de la historia

Por Jose de Villa

Un loco en Washington y un anodino en la Ciudad de México parece que acordaron no desvelar el «misterio» de una humillación hecha por el primero al segundo, humillación sumamente grave si, como inicialmente difundieron algunos medios, fue la amenaza que el (prepotente y genocida) ejército gringo invadiría por octava ocasión México, tal como lo hizo 7 veces antes durante los siglos XIX y XX.

 Al ver cómo crecía el escándalo internacional, no así la reacción (que se debía esperar) del gobierno mexicano (cobarde e inepto), ambos mandatarios diluyeron el asunto y calmaron las aguas. Ambos echaron a andar sus mecanismos de prensa, la mexicana, más corrupta y fácil de manejar que la gringa, y todo acabó teniendo a Trump como director e interlocutor único de su talk-show. Cuando un entrevistador le preguntó muy clara e inequívocamente a Trump ¿sí era cierto que le había informado a su par mexicano que iba ordenar al ejército intervenir en su país? el “loco”, saliéndose por peteneras expresó «le dije (a Peña) que México tiene un problema con los cárteles de las drogas que no ha podido manejar y que estos son un veneno para nuestra juventud, por lo que nosotros tenemos la obligación de ayudar».

Luego Donald Trump afirmó que los medios gringos habían mentido, distorsionado sus palabras y sacado de contextos sus llamadas al líder mexicano y al primer ministro australiano. Y en su último enredo dijo que le correspondía a Peña Nieto decidir si aceptaba ser ayudado y que por lo mucho que lo estimaba no iba a revelar el contenido textual de la conversación telefónica.

En ningún momento el Congreso mexicano exigió a Peña Nieto una explicación ni el hacer pública la conversación con su par americano, muy al contrario, se arguyó que «no abonaría nada bueno para el diálogo constructivo dar a conocer el texto de la conversación entre los presidentes». No hay que olvidar que México sufre una dictadura disfrazada de «república democrática», y por lo tanto sólo se hace lo que el jefe del Ejecutivo o los plutócratas jefes de él ordenan. El Congreso (onerosa reunión de vividores del presupuesto) queda claro, es mera parafernalia. Lo más triste, es que mientras Peña ocultaba a la Nación lo que su amo yanqui le exigía, hubo perversos y estúpidos que iniciaron una ridícula campaña de «apoyo al presidente, para enfrentar a Trump«. ¡Tragicomedia, no otra cosa!

El Congreso mexicano tampoco se enfrentó a Trump, lo que trajo a la memoria, una de las páginas más humillantes de la Historia de México: «El brindis del desierto» cuando el 29 de enero de 1848, o sea, cinco días antes de la firma de los Tratados de Guadalupe-Hidalgo, que despojaron a México de Texas, California, Nuevo México, Arizona, Colorado, Nevada, Wyoming, Montana, Utah, Idaho y el sureste Arkansas, donde el Congreso en pleno y los altos jerarcas del Arzobispado de la Ciudad de México, ofrecieron en la zona boscosa denominada «Desierto de los Leones» una comida a los generales yanquis que el 16 de septiembre del año anterior (1847) habían entraron triunfantes a la capital de la República Mexicana. El cobarde Congreso se había refugiado previamente desde agosto en la Ciudad de Querétaro y ahí decidió rendirse, en lugar de proseguir (como el pueblo lo exigía) la guerra, una guerra de guerrillas.

Hoy la rueda de la Historia gira una vez más,  señalando nuevamente a los lacayos.

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