«Vulgar apología de la sumisión a cualquier tiranía; nacionalismo español; versión policial; tufo franquista; pacificación militarista; manipulación escolar; odio camuflado».
Por Jose Mari Esparza Zabalegi / Editor
Haciendo de tripas corazón, como diría mi abuela, visité el Memorial de las Víctimas del Terrorismo. El Melitonium. Sito en el corazón de Gazteiz, los patrocinadores no se han andado en chiquitas gastando de la caja común. Grupos de escolares atienden las explicaciones de los monitores, bien entrenados en el embeleco. Las pantallas ofrecen juegos infantiles con preguntas capciosas y pueriles. La joya de la exposición es la maqueta del zulo donde, lamentablemente, Ortega Lara estuvo 532 días secuestrado, muy similar al zulo donde han estado y siguen aislados, lamentablemente también y más de 11.000 días, numerosos presos vascos.
Intentaba en vano ver algo que fuera más allá de la mera sucesión de imágenes luctuosas. Recordé lo que cuenta la italiana Barbara Balzerani en su libro Compañera Luna; partisana comunista implicada en el secuestro de Aldo Moro y 25 años presa, que reflexionaba así sobre la denominación de terroristas a los militantes armados: “Este afán por separar a los militantes del contexto histórico-político en el que nacieron nos lleva a un fenómeno preocupante: la ausencia de cualquier hilo conductor de razonamiento”.
Y buscando razonamientos andaba yo cuando hallé en un panel la piedra Rosetta del Melitonium. Según, son cuatro las fases del terrorismo: “La primera oleada fue la anarquista/nihilista en el último tercio del siglo XIX. La segunda fue la nacionalista/anticolonial a partir de la Primera Guerra Mundial. La tercera fue la de la nueva izquierda a finales de 1960. La última, de índole fundamentalista religiosa, surgió a finales del siglo XX y sigue en activo”.
Todo aclarado: terrorista fue el activismo anarquista, y no las tenebrosas condiciones de explotación del siglo XIX. No era terrorista el zar Alejandro II, carnicero de Polonia, sino el mozo que le arrojó una bomba. Angiolillo hizo mal cuando en Arrasate, sacó del mundo al presidente Cánovas, verdugo de Cuba y responsable de los fusilamientos de Montjuic. ¿Podemos celebrar el Primero de Mayo y recordar los Mártires de Chicago si eran anarquistas? La jornada de 8 horas o la lucha sufragista ¿justificaron los actos violentos? ¡Jamás! nos dice el Melitonium. Sin embargo, miles de comunaleros navarros, obtusos y salvajes, aplaudieron cuando se cargaron a su verdugo Regueral. La Patagonia rebelde, sublevada por los anarquistas, la pacificó el milico Varela con 1.500 obreros muertos; luego, en ¿injusta? venganza, lo finó un anarquista alemán. Ergo, un terrorista, como Michele Schirru, ejecutado por intentar asesinar a Mussolini. Como Sacco y Vanzetti, electrocutados por manejar pistolas libertarias. Antes de ser fusilado, Severino Di Giovanni no quiso arrepentirse: “No busqué una vida acomodada, ni una vida tranquila. Elegí la lucha. Me enfrenté con sus mismas armas, sin inclinar la cabeza, por eso me consideran, y soy, un hombre peligroso”. De todos estos mamaron luego los Jacob, Durruti, Likiniano, Quico Sabaté y hasta nuestro entrañable Lucio Urtubia. Anarcos, idealistas, pacíficos, armados a veces, según el cuándo y el dónde.
La segunda oleada, dice el Melitonium sin ruborizarse, fue la nacionalista /anticolonial. Terrorista no fue el reparto de África a escuadra y cartabón; ni la Guerra del Opio; ni la ocupación de India o Indochina; ni las torturas masivas en Argelia o Kenia; ni el Apartheid. Terroristas fueron quienes se levantaron contra el demócrata europeo: los Mau-Mau, los muyaidines argelinos… ¿Cómo se entiende que cien naciones independientes honren a próceres que practicaron la violencia?
La tercera oleada, agárrense, fue la de la nueva izquierda, a partir de los 60. Con siete fusiles comenzó Fidel. Luego, Camboya, Angola, Palestina, Nicaragua… Todos los que, tras los iconos del Che, Sankara o Mandela, creyeron que había que hacer cien Vietnam, liberar pueblos y acabar con el capitalismo. Terrorista no era Franco, ni las dictaduras americanas; lo eran el Che, Txiki, Argala, Puig Antich… No la OTAN sino la ETA, las FARC o el ELN, expresamente citados en el Memorial. Víctima del terrorismo fue Melitón Manzanas, no los obreros masacrados en Gasteiz, a pocos metros del Melitonium. De la cuarta oleada, citan, claro está, las Torres Gemelas, jamás los horrores e invasiones sufridas por el mundo árabe desde las Cruzadas.
En resumidas cuentas, salí contento del Melitonium. Esperaba algo más sutil, menos burdo. Condenar en bloque las rebeliones armadas que en el mundo han sido contra la opresión nacional y el capitalismo, deja al Memorial a la misma altura que el Monumento a los Caídos de Iruñea. Vulgar apología de la sumisión a cualquier tiranía; nacionalismo español; versión policial; tufo franquista; pacificación militarista; manipulación escolar; odio camuflado. Mantener un antro así, y no los “ongi etorris”, es lo que debería resultar ofensivo para las víctimas.
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