Mauritania, entre dos tormentas de arena

Si las naciones de Europa Occidental desean garantizar su seguridad en un medio-largo plazo, la prevención de la expansión islámista en Mauritania mediante un aumento de la cooperación militar y económica se perfila cómo esencial.

Por Alex Santos Roldan / Descifrando la guerra

La conjunción de factores geográficos y humanos transforman a ciertas naciones en un nexo entre distintas regiones. En una autopista por la cual, la cultura, el comercio, las ideas y los ejércitos circulan en ambas direcciones periódicamente. Dicha situación otorga a este tipo de naciones una influencia innegable en su entorno, convirtiéndose en “cuna de imperios”, al mismo tiempo que en épocas de inestabilidad, esta termina por ser canalizada en ellas.

Mauritania ha tenido la suerte o la desgracia, según cómo se mire, de tratarse de una de estas naciones. El país sirve de trampolín entre el Sahel y el Magreb, cosa implica que es un territorio fronterizo entre Europa y el África Subsahariana, por lo tanto, fundamental en las relaciones entre ambos entes geográficos, especialmente en los ámbitos de la seguridad y de las migraciones. 

A su vez, a día de hoy, tiene el potencial para convertirse en la peligrosa confluencia de dos conflictos paralelos que amenazan al igual que una tormenta de arena con desplazarse y engrandecerse con aquello que arrastre a su paso. 

Desde el norte, los vientos levantados por la decisión del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, de reconocer la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental, se entrelazaron con los tumultos regionales propios de la ya tradicional rivalidad entre Argelia y Marruecos, sirviendo dicha decisión cómo catalizador de una nueva escalada de tensiones en el Magreb.   

Dicha medida pone a Mauritania en el foco de una disputa geopolítica de la cual históricamente se ha tratado de mantener al margen, debido a las profundas implicaciones internas que tiene su posicionamiento y que amenazaría la propia existencia del Estado mauritano.  

Paralelamente, desde el este, el tumulto causado por la caída de Muamar el-Gadafi y la desertificación, ha levantado una tormenta de fundamentalismo islámico e inestabilidad, que está arrasando a los vecinos Malí y Burkina Fasso, y a su vez poniendo en jaque las estructuras político-económicas que encumbran a la antigua metrópoli, París, cómo una gran potencia.  

En la actualidad, Mauritania se ha mantenido cómo un oasis ante tal inestabilidad, pero, la crisis alimentaria derivada de la sequía mundial y de la Guerra entre Rusia y Ucrania pueden poner punto y final a la precaria estabilidad de dicha nación.   

Es por ello por lo que la seguridad y el futuro a medio y largo plazo, del tercio suroccidental de Europa, con especial énfasis en cuestiones migratorias, que pueden desestabilizar internamente al viejo continente, se dirime en la misma medida en que lo hace en los países vecinos del Sahel, en Mauritania. 

Así pues, ante tal coyuntura, cabe ante todo preguntarse: ¿Qué tipo de sociedad y nación es la mauritana? ¿Cómo puede influir esto en el devenir de los acontecimientos en la región, por lo tanto, favorecer o perjudicar a Europa?  

Extractivismo, esclavitud e Islam 

Las topografías accidentadas y que parecen conspirar en contra del asentamiento humano en su superficie, tiende por lo general, y Mauritania no es una excepción, a generar sociedades altamente conservadoras con una estricta jerarquía y un intrincado entramado de lazos parentales que sirven cómo base para la concentración y el reparto de riquezas y poder político.  

En el caso mauritano la sociedad se articula mediante el Islam en su versión sunní e interpretación malikí, rito islámico caracterizado por la flexibilidad de su enfoque normativo, haciéndolo altamente compatible con sociedades tribales y multiétnicas, cosa que le ha valido la implantación a lo largo y ancho del norte del continente africano, vinculando entre sí a dichas sociedades.  

Más allá del clima religioso que impregna la vida social de dicha nación, se abre un abanico de etnias y tribus, con sus propios sistemas jerárquicos, que definen el transcurso de la vida política del país. 

Una vez atravesado el umbral que supone una creencia religiosa en común, la sociedad se divide por la mitad entre los mauritanos arabizados (“moros blancos”) y los pertenecientes a etnias subsaharianas relacionadas con los vecinos Senegal y Malí, cómo son los fulani, los wólof entre muchos otros, consecuencia de la artificialidad del Estado mauritano y de la imposición de fronteras coloniales. 

Este cleavage divide diametralmente la sociedad, puesto que el primer colectivo ostenta en la práctica el poder. Por contra, los segundos han sido utilizados frecuentemente cómo chivo expiatorio por los diferentes regímenes militares, cómo fue el caso de la limpieza étnica llevada a cabo por el régimen del coronel Taya y que desembocó en una guerra de baja intensidad con el vecino Senegal. 

La división se transforma en fragmentación a medida que aumentamos la precisión de las lentes con las que observamos la sociedad mauritana, puesto que entre la población arabizada se observa una doble fractura: 

  • Por una parte, cualquier atisbo de identidad mauritana se difumina ante la multitud de clanes tribales que compiten entre sí por las cuotas de poder y que tienen relaciones cercanas tanto con saharauis cómo con marroquíes. 
  • Por otro, dicha población se encuentra dividida y jerarquizada mediante un sistema esclavista que sitúa a los bidan (de genealogía íntegramente árabe) cómo dueños de los harratin (descendientes de subsaharianos). Oficialmente dicha práctica fue abolida por el régimen del coronel Khouna, pero sigue estando profundamente arraigada en la sociedad. 

Manifestación contra la esclavitud presumiblemente durante la primera década de los 2000. Fuente: El turista curioso.

A su vez, en consonancia con su papel de nexo geográfico, Mauritania se ha visto sometida a una serie de cambios a nivel económico, político y social, provenientes del exterior, que han llevado a que la sociedad mauritana a padecer en su seno las siguientes paradojas. 

El colonialismo galo abrió al país la economía de mercado, la cual se ha cebado con los recursos minerales (hierro, oro, cobre, etc) y pesqueros del país. Su extracción, si bien el grueso de sus plusvalías es recaptado por multinacionales extranjeras, ha dejado completamente obsoleta la tradicional economía basada en la ganadería y el comercio transahariano. Obligando a la sociedad a reinventarse.  

Dicha reinvención se ha traducido en una migración masiva del campo a la ciudad, especialmente a la capital Nouakchott, dónde en la actualidad se concentra el 55% de la población. Así, nace una segunda paradoja, puesto que la migración a la ciudad fue vista cómo una válvula de escape frente a la pobreza, pero lejos de disiparse, la falta de oportunidades e infraestructuras simplemente la ha concentrado. 

Esto, teniendo en cuenta la naturaleza de la sociedad mauritana, implica que el país, y especialmente su capital, es campo abonado para el integrismo islámico.  

Lo cual nos lleva a la tercera paradoja. La inestabilidad política interna y el carácter extractivista- país rico en minería, y especialmente en hierro- de su economía ha suscitado, durante prácticamente toda su independencia, una fuerte irregularidad en sus postulados internacionales. 

Puesto que una parte de la nación parece remar en dirección a los postulados panarabistas e integristas islámicos (un claro ejemplo de ello fue el apoyo de Mauritania al Irak de Saddam Hussein en su invasión a Kuwait), mientras que la otra, presumiblemente por motivos económicos, apuesta por un acercamiento con “occidente”. 

Y es así, cómo las fronteras coloniales se desvanecen en las arenas del desierto del Sahara, y Mauritania se sumerge de lleno en la tormenta de arena proveniente del norte.   

Reclutados a la fuerza 

En la década de 1970, la mezcla de ambiciones expansionistas y de temor frente a un eventual derrocamiento, impulsa al rey marroquí, Hasán II, a promover el proyecto del “Gran Marruecos” y a reclamar la soberanía marroquí del Sahara Occidental, cómo forma de brindar a la opinión pública marroquí un motivo de orgullo nacional.  

La jugada fue parcialmente exitosa, puesto que sí bien ocupó el Sahara Occidental con el beneplácito de Estados Unidos, Francia y Arabia Saudí, así cómo con la cesión de España fruto de un contexto de debilidad interna. A su vez, desató una respuesta armada del Frente Polisario apoyado por Argelia, la Libia de Muammar el-Gadafi, así cómo de una parte sustancial de las naciones africanas.  

En este punto entra en escena la Mauritania de Moktar Ould Daddah, un joven líder revolucionario árabe que había dirigido al país a su independencia y había conseguido mantenerlo unido de forma paupérrima. Durante las negociaciones secretas previas a la retirada española, la visión idealista de Daddah convirtió a Mauritania en un comodín en las disputas entre argelinos y marroquíes.   

De este modo, Mauritania se vio arrastrada a un conflicto ajeno, del bando marroquí, siendo el resultado un desastre para dicha nación, puesto que carecía del nivel militar para inmiscuirse en la guerra, al mismo tiempo que la oposición interna a esta y la desconfianza frente a su socio alauita, fruto de las pretensiones expansionistas del Gran Marruecos, se difundieron por todo el país.   

El conflicto cobró cómo víctima la carrera política de Daddah, el cual fue depuesto por una junta militar. Abriéndose así un período de inestabilidad, el cual terminó por encumbrar en el poder al coronel Khouma. Quién impuso hasta la vigente fecha la neutralidad absoluta frente a la Guerra del Sahara Occidental, mediante el reconocimiento parcial de la RASD. Manteniendo interlocución con el reconocido gobierno saharaui pero sin desarrollar plenamente la relación bilateral; a día de hoy ambos países no tienen embajadas ni consulados pese a reconocerse mutuamente desde hace más de 40 años.

Población civil marroquí durante la marcha verde. Fuente: El mundo

Más de 45 años después de la marcha verde, el conflicto geopolítico que desató esta ha girado completamente sus tornas. Hoy, Marruecos refuerza sus aspiraciones de convertirse en la potencia  hegemónica del Magreb, pese a que en el plano económico y social sigue padeciendo sería deficiencias, al mismo tiempo que el régimen argelino se encuentra atrapado en un modelo económico rentista y extractivista, que se antoja caduco.   

Ante tal tesitura, enmarcando el conflicto en el contexto internacional actual, desde las cancillerías occidentales se hizo obvia la absurdidad de mantener las apariencias de neutralidad. Así, Donald Trump, prescindiendo en sus cálculos del Derecho Internacional, con el aparente objetivo de avanzar hacía la normalización de Israel, marcó el camino para las naciones aliadas, con su reconocimiento de la soberanía marroquí del Sahara Occidental. Provocando a la vez una reacción argelina en forma de escalada de tensiones con Marruecos.  

Pese a que el contexto internacional ha cambiado radicalmente, los intereses geopolíticos de ambos contendientes en Mauritania permanecen inmutables. Dichos intereses serían respectivamente:  

  • La necesidad de Rabat de negarle a Argelia el acceso al océano atlántico y de seguir manteniendo vivo el proyecto del “Gran Marruecos”, del cual Mauritania forma parte íntegra, cómo forma de mantener vivo el nacionalismo marroquí.  
  • La pretensión de Argelia de crear al mismo tiempo una base sólida y amplia para el Frente Polisario y formar un “muro de contención” en torno a Marruecos que lo arrincone contra el Océano Atlántico y deje a su merced la totalidad de las conexiones entre el reino alauita y el resto de África. 

De dicha manera, una Mauritania, incapaz de solucionar sus problemas domésticos, se ve otra vez envuelta en un duelo dónde ambos contendientes pretenden embolsarse el uno al otro. Pero esta vez, y al contrario que ocurrió en los años 70, existe una amenaza de fondo, dormida, pero latente, que atisba entre las planicies del Sahel.         

El oasis mauritano  

En el siglo XI germinó en el territorio de la actual Mauritania, una interpretación fundamentalista y expansionista del Islam sunní malikí, lo cúal impulsó a las tribus de la zona a una vorágine conquistadora, que en menos de un siglo les llevó a dominar el Magreb y gran parte de la Península Ibérica, en el llamado Imperio Almorávide. 

Prácticamente, un milenio después, el yihadismo, nutrido por la debilidad de los estados postcoloniales y las recurrentes crisis económicas y climáticas, parece haber despertado de su letargo en el Sahel.  

Al igual que en el siglo XI, las semillas del fundamentalismo islámico fueron importadas desde otras regiones del mundo musulmán. En esta ocasión se plantaron cuando, en medio de la sangrienta guerra civil argelina, el bando islamista recibió voluntarios salafistas provenientes de Afganistán.  

La derrota islamista en Argelia no acabó con la amenaza yihadista, sino que simplemente esta fue expulsada a través del desierto hacia latitudes meridionales. Llegando así a una Mauritania en la que, debido a la persistencia de las problemáticas socioeconómicas, se estaba desarrollando un sentimiento generalizado de malestar. 

Durante la horquilla temporal entre los atentados del 11 de septiembre y la Primavera Árabe, la política mauritana se transformó en una sucesión de elecciones libres y golpes de estado militares -que depusieron de forma consecutiva a la dictadura del general Maaouya Ould Taya y al gobierno democráticamente electo de Sidi Ould Abdellahi-, todo acompañado de una creciente conflictividad social. En este contexto, el yihadismo enraizó en Mauritania sucediendo una violenta escalada de atentados.   

El punto de inflexión llegó precisamente con las Primaveras Árabes, puesto que ellas llevaron a dos eventos fundamentales: 

  • Por un lado, las autoridades mauritanas y Al-Qaeda llegaron a un pacto tácito de coexistencia, aliviando así las presiones para ambas organizaciones. 
  • Por otro lado, la Libia de Gadafi, arrastrada por la marea de las Primaveras Árabes y por la intervención occidental, sucumbió. Cayendo así uno de los mayores contrapesos al islamismo radical en la región.  

La caída de Gadafi puso en circulación grandes flujos de armas de relativa buena calidad y de combatientes experimentados. Estas corrientes provocaron la desestabilización persistente en el tiempo del vecino Mali, dando pie a una expansión sin precedentes del yihadismo.  

En la actualidad en el Sahel se han asentado tanto Al Qaeda en el Magreb Islámico cómo el Estado Islámico con sus franquicias. La violencia se ha expandido a Burkina Fasso y amenaza consistentemente a los vecinos Níger, Benín y Togo. Pese a ello, Mauritania permanece hasta la fecha cómo un oasis de estabilidad inmutable, debido en gran medida al acuerdo tácito entre estado e islamistas.  

El pacto informal entre autoridades gubernamentales y salafistas, se da principalmente por la interacción de los intereses de ambos actores: de un bando el Estado mauritano necesitaba un cese de la violencia que le permitiese aplacar parcialmente el creciente malestar que se manifestaba en las Primaveras Árabes, mientras que por otro, el asesinato de Osama Bin Laden y los levantamientos populares contra los regímenes dictatoriales, provocó un período de reorganización dentro del movimiento yihadista internacional, en el cual AQMI, necesitaba para la consolidación y expansión de su influencia concentrarse en otros teatros de operaciones que le fueran más fructíferos, cómo Libia o Malí, careciendo de sentido de esta forma la concentración de sus esfuerzos en Mauritania.  

Desde otra óptica, dicho acuerdo tácito no se limita solo al pacto entre autoridades y yihadistas, sino que en el seno de la sociedad mauritana, especialmente las asentadas en el interior, el yihadismo, gracias a la existencia de redes de tráfico ilegales y a la estructura clánica de la sociedad, arraigó, legitimando en buena medida su causa y estableciendo una “base segura” en la cual refugiarse en caso de aumento de la presión occidental.  

Mapa ilustrativo de la situación de la insurgencia yihadista en el Sahel a mayo del 2021. Fuente: Sitio Web del Departamento de Seguridad Nacional del Gobierno de España.

Pese a que Mauritania se ha mantenido alejada por el momento del foco de la tormenta, cabe destacar que tanto la porosidad de sus fronteras cómo los exigentes equilibrios de poder que exige dicho acuerdo juegan en su contra. De esta forma, hay tres factores que pueden terminar por invalidar la coexistencia de ambas autoridades y traer de vuelta, en un grado mayor a lo precedido, si cabe, la violencia al país:  

  • Mauritania es una de las naciones que mayor porcentaje del alimento que consume importa (30%). Esto le hace especialmente vulnerable ante la incipiente hambruna provocada por las restricciones a las exportaciones de trigo ruso y ucraniano, además de las recurrentes sequías y plagas. 

Esto puede suponer un impulso determinante para los grupos yihadistas, cosa que rompería el equilibrio de poderes a su favor, y por consiguiente traería de vuelta la violencia.    

  • Entre los propios grupos yihadistas ha surgido en los últimos años una guerra por la primacía en el movimiento salafista en el Sahel. Dicha contienda aún se encuentra lejos de una resolución clara, pero la vinculación de Mauritania con Al Qaeda, conlleva el riesgo de poner al país en el foco del conflicto.   
  • El aumento de la competencia entre las potencias europeas, Rusia y Turquía puede, por un lado, poner un tope efectivo a la expansión yihadista, cosa que supone la posibilidad de una migración de dichos grupos, además del riesgo de que dichas potencias trasladen su competencia a suelo mauritano.  

Así es esperable que ante una Nouakchott asediada por todos los flancos por inminentes focos de inestabilidad, desde Europa se redoblen los esfuerzos por mantener la estabilidad.      

¿Víctimas del olvido?  

Paradójicamente la presencia militar europea en dicha nación es escasa e irrelevante en comparación con sus países vecinos del G-5 del Sahel. El despliegue militar europeo y norteamericano se limita a un número indeterminado de instructores militares y la base militar permanente extranjera más cercana es el Destacamento Marfil, de las fuerzas armadas españolas, con base en el vecino Senegal. 

Además la reestructuración de la Operación Barkhane no hace ningún tipo de énfasis en Mauritania, cosa que deja peligrosamente expuesto el flanco occidental, teniendo en cuenta el carácter migratorio del yihadismo.   

La falta de implicación europea se basa en una falsa sensación de aislamiento y estabilidad de dicha nación respecto a las turbulencias que azotan su región. Cómo anteriormente hemos expuesto, esta sensación es falaz, y teniendo en cuenta que estas organizaciones se comportan cómo una plaga de langostas que se alimenta de la pobreza, la división étnica y la desigualdad, Mauritania es un terreno fértil para la expansión de dichos grupos.  

A su vez, el desarrollo de una industria criminal en torno a los flujos migratorios con destino a Europa y la entrada en escena de África Occidental en el trasiego internacional de estupefacientes, explotan el papel de “trampolín” hacia Europa del país, cosa que supone una puerta abierta para la entrada de elementos yihadistas.  

En conclusión, si las naciones de Europa Occidental desean garantizar su seguridad en un medio-largo plazo, la prevención de la expansión islámista en Mauritania mediante un aumento de la cooperación militar y económica se perfila cómo esencial.

De no darse esta en el corto y medio plazo, la expansión yihadista por África, a tenor de las circunstancias tanto económicas y alimentarias cómo geopolíticas, se antojará dificilmente controlable, corriéndose el riesgo de que esta se entrelace con el conflicto del Sahára Occidental, lo cúal sería un cataclismo para Europa en materia de seguridad. 

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