El texto en castellano escrito por una mujer más antiguo que se conoce se debe a doña Leonor López de Córdoba y Carrillo. Sus “Memorias”, redactadas entre 1401 y 1404, nos han llegado a través de copias de los siglos XVIII y XIX, ya que los originales se perdieron. La estudiosa María-Milagros Rivera Garretas dice sobre ella: “Al estar presa entre los ocho y los dieciséis años, no tuvo preceptores que le inculcaran los estereotipos de género femenino propios de su clase y época.”
Leonor nació en Calatayud en 1363, aunque su familia era de Carmona. Su padre, maestre de la Orden de Calatrava, era partidario del rey Pedro I, apodado el Cruel. Cuando contaba siete años de edad, a Leonor la prometieron en matrimonio con Ruy Gutiérrez de Hinestrosa, hijo del Camarero Real que, según ella nos cuenta, poseía una gran fortuna: “A mi marido le quedaron de su padre muchos bienes y muchos lugares; tenía hasta trescientos caballeros suyos, y cuarenta madejas de perlas tan gruesas como garbanzos, y quinientos moros y moras y vajilla por valor de dos mil marcos de plata; y las joyas y preseas de su casa no se podrían escribir en dos pliegos de papel.”
Cuando se produjo el enfrentamiento entre Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastamara, el padre de Leonor acudió en ayuda del primero. Pero llegó demasiado tarde. El de Trastamara ya había dado muerte al monarca, con ayuda del traidor francés Bertrand du Guesclin, que pronunciara la célebre frase “Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. La familia de Leonor se refugió en Carmona y el ya proclamado rey Enrique II puso sitio a la ciudad. Después de meses de asedio y vista la imposibilidad de conquistarla por las armas, el de Trastamara ofreció un pacto: perdonaría la vida de los sitiados y les dejaría partir con sus haciendas. El padre de Leonor aceptó y cuando abandonaron las murallas de la ciudad, el embustero Enrique los mandó prender. Contaba Leonor ocho años de edad cuando presenció en la Plaza de San Francisco de Sevilla la ejecución de su padre. Este, cuando iba a ser decapitado, se dirigió a Du Guesclin y le dijo: “Más vale morir como leal, como yo he hecho, que vivir como vos vivís, habiendo sido traidor”.
Leonor, junto al resto de su familia, fue encarcelada y permanecería casi nueve años en prisión. En 1374, cuando aún estaba encerrada, una epidemia de peste acabó con la vida de gran parte de su familia, sus dos hermanos, sus cinco cuñados y trece caballeros de su padre. Solo ella y su prometido sobrevivieron y meses más tarde, teniendo ella doce años, se casaron en la cárcel.
Sobre la muerte de sus cuñados escribe: “Y mis cuñados, que eran cinco hermanos, llevaban cada uno un collar de oro en el cuello; se habían puesto esos collares en Santa María de Guadalupe, prometiendo que no se los quitarían hasta que los cinco juntos se los echasen a Santa María; y, por sus pecados, uno murió en Sevilla, otro en Lisboa y otro en Inglaterra, así que murieron desparramados, y se mandaron enterrar con sus collares de oro; y los frailes, con su codicia, después de enterrarlos les quitaron el collar.”
A la muerte de Enrique II, Leonor y su esposo fueron puestos en libertad, pero nunca pudieron recuperar sus bienes. A juzgar por lo que ella cuenta, Ruy Gutiérrez debió volverse medio loco: “Y así se perdió mi marido, y anduvo siete años por el mundo como un desventurado; y nunca encontró ni un pariente o amigo que le hiciese bien o tuviera piedad de él.”
Leonor consiguió rehacer su vida en Córdoba gracias a la ayuda de una tía abuela. Su marido, tras haber participado en la Guerra de Portugal, regresó junto a ella a lomos de una mula, señal de su extrema pobreza. Entonces tuvieron una hija y tres hijos y adoptaron a un niño judío huérfano. Una nueva epidemia de peste acabaría con la vida de su primogénito y del adoptado.
A pesar de todo no debió irles mal, aunque no conocemos las circunstancias en que lograron recuperar su fortuna, pues Leonor en sus memorias lo atribuye a la intercesión de la Virgen. La siguiente noticia que tenemos de ella data de 1406; la encontramos convertida en Camarera Mayor de la reina Catalina, nieta de Pedro I y Regente hasta la mayoría de edad de su hijo, el futuro Juan II de Castilla. Según las crónicas, Leonor alcanzó una posición de gran poder y fue persona muy influyente en la toma de decisiones políticas: “[La reina] tenía una dueña natural de Córdoba, llamada Leonor López, hija de don Martín López, maestre que fue de Calatrava en tiempo del Rey Don Pedro, de la cual fiaba tanto, y la amaba en tal manera, que ninguna cosa se hacía sin su consejo. Y aunque algo fuese determinado en el Consejo donde estaban la Reina y el Infante, y los obispos de Sigüenza y Segovia y Palencia y Cuenca, y doctores Pero Sánchez y Periáñez, y muchos otros Doctores y Caballeros, si ella lo contradecía, no se hacia otra cosa de lo que ella quería” (Crónica de Juan II, 278)
A pesar del poder acumulado terminaría siendo víctima de las intrigas palaciegas, caería en desgracia ante la reina y acabaría regresando a Córdoba en 1412. En 1428 otorgó testamento y se supone que falleció en 1430, el mismo año que Christine de Pizan, otra escritora pionera. Su esposo, del que no habla más en sus memorias tras el nacimiento de sus hijos, había fallecido unos años antes. Leonor López de Córdoba se encuentra enterrada en la capilla de Santo Tomás de Aquino (actual del Rosario) del convento de San Pablo de Córdoba, del que hoy solo queda la iglesia.
Aunque algunos consideran que no puede ser considerada propiamente una escritora, ya que su obra se reduce a unas breves memorias, es indudable la importancia del texto que nos dejó. María del Mar Cortés Timoner en su libro “Las primeras escritoras en lengua castellana” (Universidad de Barcelona, 2015) afirma que “Memorias” de Leonor López de Córdoba es “la primera obra castellana que nos permite “oír” la voz verdadera, no ficticia, de una mujer con nombres y apellidos que expone sus vivencias.”
Se el primero en comentar