Estamos viendo en tiempo real cómo se masacra y se asesina a miles de inocentes que lo único que hacen es vivir en su tierra
Por Isabel Ginés y Carlos Gonga
Susan Sontag, una filósofa, escritora y ensayista estadounidense, escribió “Ante el dolor de los demás”, libro en el que habla sobre los conflictos bélicos y el poder de la fotografía.
Entre sus múltiples frases célebres hay tres que vamos a destacar. La primera: “Durante mucho tiempo algunas personas creyeron que si el horror podía hacerse lo bastante vívido la mayoría de la gente entendería que la guerra es una atrocidad, una insensatez”. La segunda, muy potente, dice así: “Quizá se le atribuye demasiado valor a la memoria y no el suficiente a la reflexión”. Y fruto de esa reflexión comenta Sontag que, “saturados de imágenes de una especie que antaño solía impresionar y concitar la indignación, estamos perdiendo nuestra capacidad reactiva”.
Estamos viendo actualmente el genocidio del pueblo palestino. Tenemos imágenes y vídeos constantes en Instagram, en TikTok, en X y en YouTube. También los vemos en algunos canales de televisión, aunque de forma escasa. En todas las redes sociales vemos cómo va avanzando el conflicto, la masacre indiscriminada especialmente contra niños y mujeres, los miles de hombres asesinados, los periodistas que pierden su vida dándoles voz o la ayuda humanitaria que también está siendo aniquilada. Vemos cómo los hospitales tienen que operar sin anestesia, cómo les están provocando apagones de luz y de Internet para que en el resto del mundo no veamos lo que les están haciendo, cómo Israel les ha bombardeado con fósforo blanco, que causa quemaduras, asfixia e incluso la muerte. Y nos duele.
La gente no sabe a veces qué decir en redes sociales, sus palabras le resultan vanas o huecas en comparación con la guerra que tanta gente está viviendo. Tenemos hastío, ese dolor inherente de saber que el mundo está muy feo pero no qué podemos hacer para que deje de estarlo. No sabemos qué podemos comentar en redes que no sea vano o que minimice el dolor de la guerra. Nos quedamos mirando al padre sosteniendo al hijo, que aún le está cogiendo de la camiseta pero yace muerto en sus brazos; a la madre sosteniendo, besando y acariciando la sábana que cubre el cuerpo de su hijo muerto; al padre que, desesperado, alza la voz al cielo tras el asesinato de sus tres hijos en un bombardeo sobre su campo de refugiados de la Franja de Gaza; a los niños que están formando un corro, jugando y tienen que salir corriendo porque se aproxima una bomba que les masacra. Estamos viendo tales atrocidades que nuestra capacidad de indignarnos ya no es suficiente.
No son ya suficientes las lágrimas. Albergamos tanto dolor que nos sentimos incapaces de expresarnos. Esas imágenes del genocidio en Gaza van a ser la vergüenza de Europa y serán la vergüenza mundial en un futuro. Nos avergonzará el no haber respondido a tiempo; sentiremos vergüenza hacia esos políticos, esa gente responsable que no ha hecho nada por condenarlo y ha mirado hacia otra parte. Están intentando hacer desaparecer a un pueblo por la vía del terrorismo y el dolor que esto nos está causando a la gente que creemos en la libertad, en la paz, que decimos “no a las guerras, no a este genocidio” nos está tocando muy profundamente. Es gracias a esos periodistas y fotógrafos valientes, a esa gente que informa con sus móviles, que estamos viendo lo que están haciendo sufrir al pueblo palestino. Gracias a estas personas somos testigos visuales de que el genocidio en Gaza está dejando miles de familias completamente destruidas.
Estamos viendo en tiempo real cómo se masacra y se asesina a miles de inocentes que lo único que hacen es vivir en su tierra, que únicamente quieren paz, libertad y vivir en tranquilidad, pero no les dejan. Europa, mientras tanto, mira hacia otro lado. Se sigue vendiendo armas y apoyando a Israel, un país cuyo primer ministro está siendo un genocida. Se están cometiendo atentados contra la humanidad con la complicidad internacional y esa deshonra que nos avergüenza en el presente nos perseguirá en el futuro.
Seguimos compartiendo en todas las redes sociales los atentados que se están llevando a cabo en Gaza contra la vida del pueblo palestino. Salimos semanalmente a las calles para llenarlas de indignación, de apoyo y de reivindicación, levantando la voz por una Palestina libre. Pedimos que se ponga fin a esta guerra mientras mucha gente permanece sentada en su sofá, indiferente ante la crueldad y el sufrimiento ajeno, autoconvenciéndose de que compartiendo una publicación en sus redes sobre la masacre gazatí, alguna viñeta por WhatsApp y usando habitualmente el emoji de la bandera palestina está haciendo más que suficiente por expresar su repulsa a este exterminio.
A mucha gente bien informada le basta con hacer esto, sin salir a las calles a protestar ni a defender a un pueblo indefenso, para sentir que su conciencia está limpia y tranquila; pero, aunque hay muchas formas de activismo, defender los derechos humanos a pie de calle es siempre la manera más determinante de demostrar que una parte significativa de la población está a favor o en contra de lo que está sucediendo, de mandar un mensaje multitudinario e incuestionable a un Gobierno que está evitando posicionarse y evadiendo su responsabilidad. Todas esas personas que mueven un dedo por la causa pero no una pierna deberían levantar el culo del sofá y formar parte de esa marea humana que clama justicia y libertad.
Hay que salir a las calles, hay que quejarse, hay que firmar, hay que luchar; porque si no luchamos lo único que nos quedará será fotografías y vídeos de gente masacrada, una falsa convicción de que hicimos lo que estaba en nuestras manos. El pueblo palestino nos necesita luchando a su lado, gritando desde cada rincón de España, desde cada rincón de Europa. Hay hastío, por supuesto; hay pena y hay dolor pero jamás puede haber indiferencia, como tampoco puede haber apoyo a quien provoca o ejecuta el genocidio. Conferir ayuda o defensa al Gobierno genocida israelí o a su ejército asesino convierte a alguien en mala persona y en cruel cómplice del genocidio palestino. No es lícito moralmente ser un monstruo que apoya a Israel y tampoco lo es permanecer indiferente ante el sufrimiento indiscriminado del pueblo palestino. No es justo decir “esto es otra guerra, ya pasará”, una excusa insensible para desentenderse del tema, como tampoco es coherente escuchar a la gente decir cosas como “yo me voy informando pero no necesito más”. No somos nosotras ni nosotros quienes necesitamos ayuda, es el pueblo palestino quien necesita que quienes podemos alcemos la voz por él; y debemos defender a este pueblo en nuestras calles porque si nos pasara lo mismo, si estuviéramos en un bucle de desolación e impotencia con bombas destruyendo nuestra tierra y masacrando a nuestra gente, querríamos que quienes pudieran nos ayudasen.
Ver el dolor ajeno es algo a lo que no estamos acostumbradas ni acostumbrados. Ver el sufrimiento ajeno implica saberse humanas y humanos, sentir que debemos hacer algo para remediarlo. Abrazamos a nuestro amigo cuando llora y no encontramos palabras de consuelo o no sabemos bien cómo actuar. Le decimos “cura sana, culito de rana” a nuestro sobrino cuando vemos que se cae, se ha hecho una herida y no tenemos un desinfectante a mano: sabemos que eso no se la curará pero sí le hace sentir mejor. Cuando una persona desconocida se cae en la calle le tendremos nuestra mano o le cogemos de un brazo para ayudarle a levantarse. Hacemos todo esto porque nos duele el dolor ajeno, no importa si conocemos a la persona o si no. Por eso tiene que dolernos también el dolor de miles de personas que simplemente están pidiendo vivir en libertad, tranquilas en su país, sin ser masacradas y sin perder a sus seres queridos. Actualmente está ocurriendo un genocidio en Palestina y no podemos ser indiferentes, la indiferencia ante crímenes de lesa humanidad es tan mortífera como la guerra misma.
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