Por Diego Delgado
Nosotras contra ellos
Parques cerrados, casas de apuestas abiertas; barrios pobres confinados, barrios ricos disfrutando del comprometido servicio de quienes, tras el trabajo, no pueden salir a dar un paseo; y “salvar la economía” como justificación omnipresente. Hagamos un pequeño recordatorio de algo que, aunque parezca mentira, se nos está olvidando: la producción, el consumo y, en general, la actividad económica, solo puede sostenerse en una sociedad en la que la salud esté garantizada. Sin vidas humanas, no hay oferta ni demanda de bienes y servicios. Hasta aquí el recordatorio, vamos con la realidad.
La izquierda amordazada
La dictadura neoliberal lleva décadas conformando la hegemonía política en España, hasta el punto de haber maniatado el supuesto progresismo de izquierdas. Si bien el Gobierno de coalición alcanzó Moncloa con la renovación del sistema como bandera, a la hora de la verdad solo vemos ondear la rojigualda de siempre. Si acaso, acompañada de esas estrellas blancas sobre fondo rojo. Rojo sangre, como todo laboratorio del capitalismo más cruel. Y la (anti)vida sigue igual.
El coronavirus ha traído consigo una serie de retos de una dificultad titánica para cualquier gobernante, qué duda cabe, pero también supone una oportunidad de oro para devolver la vida al centro del debate, al primer lugar en la lista de prioridades que guía las decisiones tomadas en las más altas esferas del poder político. Bajo la premisa de “salvar la economía” se esconde la continua batalla de los baluartes del capitalismo para ocultar esas grietas —ya abismos— que están resquebrajando el muro de la doctrina neoliberal. Mientras que el brazo mediático del régimen santifica toda actividad monetaria, la élite empresarial presiona, amenaza y coarta a todo aquel que se atreva a poner en tela de juicio su posición de dominio sobre la democracia. Y así, quienes pretendían que «toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad esté subordinada al interés general» y «reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general», quedan de brazos cruzados ante la privatización del mismo derecho a la vida. ¿De dónde vendrán esas citas?
En un momento en el que el clasismo político se encuentra sobrevolando los límites del apartheid, la coalición de centroizquierda que ostenta el poder de gestión sobre todo el país queda paralizada. Como máximo exponente de su tímida —y ridícula, dada su obvia capacidad de hacer mucho más— oposición a semejante tropelía, la recomendación desde el Ministerio de Sanidad de realizar un «confinamiento voluntario» en Madrid. Es decir, se coloca sobre los hombros de la ciudadanía la responsabilidad de luchar no solo contra una pandemia mundial, sino también contra un gobierno regional que verá el mundo arder antes que renunciar a su demencia neoliberal. Desde aquí, una advertencia: si quien tiene la capacidad de ayudar, no lo hace, cabe la posibilidad de que se convierta automáticamente en un enemigo más.
Recomendaciones, exceso de responsabilidad y confrontación social
La brutalidad policial vivida en zonas obreras como Vallecas durante las protestas contra la segregación es una de las consecuencias más visibles de la deriva ayusista, pero no la única ni la más grave. Tomemos como ejemplo la decisión de mantener las zonas interiores de bares y locales de ocio abiertas para entender qué conlleva el hecho de limitar la acción gubernamental a meras recomendaciones.
Permitiendo el consumo dentro de este tipo de negocios, la Comunidad de Madrid cuenta con la posibilidad de lavarse las manos en caso de pérdida dramática de ingresos, puesto que en ningún momento ha prohibido el desarrollo de su actividad comercial. En ese caso, si la población decide no acudir a las zonas interiores de los bares —siguiendo, por cierto, la recomendación explícita y pública del ministro de Sanidad—, estos quedarán sin ingresos y sin ayudas. Es bastante evidente que el problema está en unas medidas tremendamente irresponsables que deben ser completadas por la voluntad popular, pero un analfabetismo político galopante como el español terminaría desembocando en reproches cruzados. El sector científico, que cómo es posible que los bares sigan abriendo; el hostelero, que qué poco patriota es la ciencia, abandonando a su suerte a la España que madruga para poner cafés.
Al final, el resultado es satisfactorio para las altas esferas, puesto que la clase trabajadora termina dividida y enfrascada en luchas internas en base a sus intereses personales, merced a un entramado educativo y cultural enfocado hacia la hipercompetitividad y el individualismo más extremo.
Por todo ello, ahora más que nunca es necesario construir comunidad desde abajo, tejer redes interpersonales a través de las que ofrecer ayuda de forma horizontal y, cuando sea necesario, tener una capacidad mayor de influencia a la hora de mirar hacia arriba y exigir cambios profundos. Quienes prometieron protegernos frente a los abusos de poder parecen haberse olvidado de su camino hacia la posición que hoy ocupan. Si ese es el destino de todas y cada una de las personas que alcanzan los lugares desde los que puede surgir el cambio, quizá es que estos lugares están diseñados precisamente para ahogar cualquier intento de renovación. Quizá la única opción es provocar el cambio desde abajo. Quizá sea un nosotras contra ellos.
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