Actualmente el miedo es el principal activador de la propaganda política. Es muy rico en posibilidades: puede ser desencadenado en muchas y diferentes circunstancias.
Por Lucio Martínez Pereda | 24/03/2024
Aunque todo el mundo sepamos que una guerra nuclear es imposible, el miedo que la trabaja consigue dos cosas: la apertura de un horizonte de incertidumbre y que el futuro al que se tenga temor no tenga que manifestarse posteriormente en ninguna realidad demostrada . El peligro, para ser eficaz solo precisa tener rostro concreto al comienzo de su proceso, una vez que se define un agente concreto- un nuevo malvado universal : Putin, se abre posteriormente a hacerse múltiple, ya que del desconocimiento sobre el desenlace de los hechos futuros se deriva la posibilidad de que los escenarios y contenidos de ese miedo sean innumerables.
Esta toma de conciencia de múltiples amenazas puede ser astutamente desencadenada por un conjunto propagandístico que consiga enlazar unos temores con otros y estimular un estado de consciencia colectiva de peligro. La estrategia de esta propaganda abierta coincide con la estructura psicológica del miedo humano, Jean Delumeau, en su magnífica obra El miedo en Occidente, hablaba de un miedo único, idéntico a si mismo e inmutable en las especies animales: el miedo a ser devorado, mientras que el miedo humano, hijo de la imaginación, no es uno sino múltiple, no es fijo sino perpetuamente cambiante.
Actualmente El Miedo es el principal activador de la propaganda política. Es muy rico en posibilidades: puede ser desencadenado en muchas y diferentes circunstancias. Movilizado como rechazo ante la perdida del principal bien político y moral – La Libertad- tiene un gigantesco potencial para influir en las toma de decisiones políticas de la ciudadanía. El estímulo del miedo se hace fundamental para crear adhesión. Su propaganda es muy eficaz, ya que fabrica un constante estado de alerta: aun cuando ese miedo no sea explícitamente convocado, ya se ha instalado en la percepción colectiva de la realidad y la posibilidad de reactivarse reaparece rápidamente cuando es retomado.
Pero el miedo también sirve para articular una experiencia común consolidada como mecanismo identitario creador de un vinculo emocional situado por encima de las diferencias políticas. La historiadora Barbara Rosenwein lo explicó muy bien con su concepto “comunidades emocionales”, un tipo de comunidad cohesionada entorno a un conjunto de sentimientos compartidos que orbitan alrededor de una consideración de amenaza movilizada en diferentes formas de expresión política que no dependen de la tradicional frontera izquierda – derecha (Barbara Rosenwein: «Emotional Communities in the Early Middle Ages». Cornell University Press, 2007) La estructura de los miedos es abierta.
El miedo a la Guerra amplia la capacidad de este tipo de propaganda para influir en una opinión pública que- dejándose llevar por los valores propios de una conflagración bélica- ve con buenos ojos el autoritarismo inherente al mando militar y los liderazgos fuertes capaces de transmitir a la población la idea de un esfuerzo unitario, y un sacrificio colectivo, como medios imprescindibles para vencer al Enemigo. A partir de este miedo resulta fácil sacrificar los valores democráticas que en época de paz sirven para intentar construir sociedades justas. Gobernar con el miedo es el recurso más eficaz para no tener que justificar recortes en derechos, adelgazamientos de presupuestos públicos en sanidad y educación y aumento del dinero de la ciudadanía entregado a compras de armas.
Lo escribía en un reciente artículo Miquel Ramos: “ Nos están preparando para la guerra. Algo que creíamos ajeno, lejano e imposible, hoy nuestros gobernantes nos sugieren que es inminente e inevitable. Que llegará el día y que no lo habrán buscado ellos, claro(…) Y no hay una respuesta a la altura, ni social ni política ni mediática. Un sistemático bombardeo de miedos y certezas que quiere hacernos incuestionables las decisiones políticas aludiendo a lo más básico, que es nuestra seguridad, nuestra existencia. Esto, además, se traduce en un repliegue identitario y en un recorte de derechos avalado por la mayoría, presa del miedo tras haber sufrido una pandemia global y haber sido convencida de que el enemigo está en el kebab de la esquina”
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