La distopía más facha de la historia (o casi)

Voy a detenerme en una de las distopías contrarrevolucionarias más reaccionarias que he leído. Es española y se llama Bajo el yugo de los bárbaros (1932).

Por Francisco Martorell Campos

En la etapa comprendida entre 1870 y 1935 era normal encontrar distopías literarias que defendían a cara descubierta ideologías bien precisas, sin los eufemismos y las timideces que caracterizarían a buena parte de sus sucesoras. París en el siglo XX (Verne, 1863) y El talón de hierro (London, 1908) militaban, cada cual a su manera, en la izquierda. Otras bebían, en cambio, del pensamiento derechista más recalcitrante. Pese a que cumplieron funciones cruciales en las batallas políticas de entonces, las distopías deliberadamente reaccionarias suelen ser ignoradas y excluidas del canon.

Obras como La revuelta del hombre (Besant, 1882), La república del futuro (Bowman, 1887), La nueva utopía (Jerome, 1891) y El amo del mundo (Benson, 1907) coincidieron en repudiar a los movimientos de emancipación y a la modernidad en general. Defendieron los valores tradicionales y batallaron contra el programa ilustrado, acusado de propiciar la decadencia de Occidente. Canalizaron, por encima de todo, discursos contrarrevolucionarios diseñados para desmovilizar a los simpatizantes de las causas emancipatorias y denigrar las demandas de justicia social. La advertencia que lanzaban era que, si dichas causas triunfaban, la humanidad no iba a liberarse de nada, sino a padecer desgracias sin precedentes.

Voy a detenerme en una de las distopías contrarrevolucionarias más reaccionarias que he leído. Es española y se llama Bajo el yugo de los bárbaros (1932). Su autor, Ricardo León, fue un novelista, poeta y ensayista muy prolífico que llegó a ocupar un sillón de la RAE entre 1912 y 1915. De ideología ultracatólica y tradicionalista, gozó de gran reconocimiento en el ambiente cultural de su tiempo.

Bajo el yugo de los bárbaros retrata con tono apocalíptico una España futura administrada por izquierdistas radicales. La novela refleja los miedos de la aristocracia española más casposa de la época ante los avances cosechados por la modernización, la clase trabajadora y las mujeres. Previa a la Guerra Civil, difundió el alarmismo ultraconservador que impulsaría, junto a otros factores, el golpe de Estado.

El narrador es Alfonso de Cepeda, “varón de ilustre linaje” y católico de gran erudición que presencia la victoria de la revolución proletaria en España, la instauración de un gobierno anarco-comunista y las consecuencias de todo ello décadas después. Los párrafos que demonizan la revolución y a quienes participan en ella son numerosos: “Todas las revoluciones son esto: el público desfogue de la chusma, la exhibición de las vergüenzas, el desquite de los instintos groseros, frenados antes por el orden, la inteligencia y la cultura”. Aunque no niega la faceta creativa del acto revolucionario, León subraya con mucho mayor empeño sus componentes violentos para representar a los sublevados como bestias vengativas sedientas de sangre.

La trama interpreta los movimientos radicales de izquierda a la manera acostumbrada por sus enemigos: como religiones degradadas, fanáticas y perversas que sustituyen a la auténtica religión. Vistos desde este ángulo, los líderes revolucionarios no pasan de “falsos redentores” que combaten al “divino y verdadero Redentor”: “Estos laicistas furibundos no han hecho otra cosa que suplantar a Dios…, poner en el lugar de su santa Imagen las torpes imágenes de sus ídolos”.

Un gesto recurrente de las distopías contrarrevolucionarias es el de mostrar a los revolucionarios como sujetos engañados por “caciques con humos de libertadores” que solo buscan poder. Cuando ganan, los “falsos redentores de la plebe” desactivan a la horda sublevada y la convierten en rebaño. La emancipación utópica sucumbe frente a la peor tiranía. Justo es admitir que, por desgracia, la experiencia histórica respalda tal diagnosis. Otra cosa es cómo se explica. Al respecto, León escribe que “todo régimen —el socialista, el comunista… y aún el anarquista en la práctica— es y será gobierno, poder y dominación de ciertos individuos sobre la multitud”. ¿Por qué ocurre eso? El autor responde con el mito conservador por antonomasia: ocurre porque la dominación de unos sobre muchos está inscrita en la naturaleza humana, porque los proyectos comunistas son incompatibles con las inclinaciones innatas de nuestra especie.

La guinda aflora en la comparativa de la revolución y la modernidad con Satán: “Con el renacimiento pagano, las herejías y las revoluciones, disfraces todos del Anticristo, recae la Humanidad en su antigua condición servil. La Edad Media, lejos de ser un cuadro tenebroso, fue una ascensión espiritual. El nuevo mundo de las fuerzas mecánicas y económicas encubre el retroceso del espíritu”. Cepeda se encoje ante “los espíritus infernales del frente único, todos aquellos demonios de la Cuarta Internacional”.

La crónica social de Bajo el yugo de los bárbaros toca muchos temas, caso del sistema escolar y la aniquilación de la familia: “La revolución quiere ante todo destruir la familia, prostituir a la mujer… Concluido el grado elemental, todos los niños, hembras y varones, desde que cumplen diez años, dejan de pertenecer a sus familias. Son como bienes expropiados, pertenecientes al Común… Bajo una dura disciplina se les interna en las Colonias de Educación Sindical…, viveros de ateísmo, corrupción y barbarie donde se perfecciona y concluye la obra salvaje de violencia física y mutilación espiritual comenzada por la Escuela Única… Peor que en Rusia”.

“Se han suprimido, sigue el narrador, los institutos, universidades, academias y demás órganos de cultura. Se han reemplazado las facultades de filosofía, derecho, letras e historia por cursos de economía, sociología, materialismo histórico, cultura física y técnica industrial”. El resultado de la cruzada roja contra la excelencia se deja ver en el aumento constante “del navajeo, la blasfemia y las palabrotas del hampa”. “Crece como la espuma el número de analfabetos y salvajes”. Se persigue a “cuantos se distinguen por su talento”.

Cepeda asiste con estupor a la legalización del aborto y la propagación del amor libre y la bisexualidad bajo la igualdad absoluta de los sexos. En numerosas ocasiones, el Estado obliga a las mujeres a abortar y a los hombres a esterilizarse: “Los comités de Sanidad, al arbitrio de doctores rojos y economistas malthusianos, ejercen aquí la más odiosa dictadura”. Paralelamente, las autoridades aplican a destajo la eutanasia: “Ya no hay asilos ni hermanitas de los pobres ni enfermos incurables. O los cura la ciencia o los elimina la ley. Aquí, para los débiles, los viejos, un bel morir, muy dulce, sin angustia”.

La disciplina científica fundamental de la “Asamblea Roja” es la eugenesia. Objetivos: desarrollar técnicas de rejuvenecimiento y longevidad, “hasta llegar a la resurrección de la carne”: “fabricar artificialmente la personalidad humana con la misma sencillez con que se construyen los acumuladores eléctricos”. El protagonista “nada quiere saber de tales novedades. ¿Novedades? Regresiones, con humos de modernidad, a lo más angosto. Paganismo, fetichismo, alquimia, nigromancia, superstición y prostitución de las criaturas humanas”.

Nuestro “varón de ilustre linaje” visita Madrid y divisa el fin de la diversidad: “son pocos los letreros luminosos; cerraron los bazares y las tiendas; huyeron los automóviles de lujo; los Bancos, los casinos, las mansiones del capitalismo burgués son hoy propiedad de los sindicatos rojos. Ya no hay señoritos ni damas elegantes”, solo “una multitud espesa y uniforme, todo vulgo”: “Por las vías lúgubres de este nuevo Madrid, más viejo y sórdido que nunca, lleno de ruinas y miserias, todo plebe, casa de vecindad y barrio bajo…, bulle la espesa multitud de los iguales, un mar de monos azules; el pueblo convertido en chusma, la humanidad hecha rebaño, populacho informe… Los iguales a la fuerza, no de elevar a los bajos, sino de rebajar a los altos”.

El biempensante Cepeda informa de la generalización paulatina del nudismo: “ya se ven por los alrededores de Madrid, y pronto se verán por las calles, en los cafés y en los cines, manadas de hombres y mujeres tales como vinieron al mundo”. “Al llegar a las alturas de Moncloa, un espectáculo bochornoso… Mozos y mozas juntos en parejas, en pequeños grupos o numerosas piaras, alardeando de gentiles, con el desvergonzado impudor de sus vergüenzas al aire”. Los nudistas bailan los ritmos extranjeros del jazz: “Sobre el tapiz del parque, la desnuda muchedumbre… danza a los sones de una alegre jazz-band…, todos juntos en la misma fiebre, mezcla de furor dionisiaco y orgía de cabaret… Es a la vez trágico y ridículo”.

El ocaso de la España del porvenir escenificada por León culmina con la desaparición progresiva de la distinción entre hombres y mujeres, acompañada por la normalización del travestismo: “Aquí casi todos los varones se han afeminado un poco y las hembras se han masculinizado un mucho… Las hay en gran abundancia que han dejado de ser hembras, unas para convertirse en neutros y las más en horribles marimachos. Algo semejante, pero en mayor proporción que en las mujeres, ocurre con los hombres”. Un científico marxista comenta a Cepeda el plan gubernamental de eliminar técnicamente la diferencia sexual y crear “seres neutros, análogos a las obreras de los colmenares, que solo sirven para el trabajo”.

Bajo el yugo de los bárbaros sintetizó la totalidad de arquetipos inherentes a la imaginación distópica de los retrógrados: ateísmo, obrerismo, feminismo, amor libre, homosexualidad y bisexualidad, eutanasia, colectivismo, manipulación tecnocientífica de la biología, hedonismo, desvanecimiento de la familia nuclear, estandarización, cosmopolitismo, destrucción del pasado y utilitarismo. Aunque León no inventó nada e hilvanó imágenes utilizadas previamente por otras obras afines, les dio una modulación tan rancia que las hace únicas.

La distopía de Ricardo León es una herramienta ideal para testar los pavores de la extrema derecha en el contexto prebélico de inicios de los treinta. Además, atestigua que los mecanismos retóricos utilizados por los reaccionarios para asustar a la gente y desacreditar a sus oponentes han cambiado poco. Obviamente, se han producido variaciones en el discurso ultraderechista, pero el contenido argumental básico sigue siendo bastante parecido. Es por eso que, a cualquier facha actual, Bajo el yugo de los bárbaros le parecerá profética [1].


Notas

[1] Para profundizar en las distopías contrarrevolucionarias españolas: G. Rossel, En el peor lugar posible: teoría de lo distópico y su presencia en la narrativa tardofranquisa española, Universitat Autònoma, Barcelona, tesis doctoral, 2015: M. Rodríguez, “Panorama de la ficción especulativa española moderna y su recepción hasta la guerra civil de 1936”, revista Hélice, nº 3, 2014, pp. 5-32: H, García, “Barbarians, Telescreens and Jazz: Reactionary Uchronias in Modern Spain”, revista Utopian Studies, vol 26, nº 2, 2015, pp. 383-400. Estas referencias se encuentran disponibles en la red.

Francisco Martorell Campos. Doctor en Filosofía. Autor de Soñar de otro modo. Cómo perdimos la utopía y de qué forma recuperarla (La Caja Books, 2019) y Contra la distopía (La Caja Books, 2021).

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