La democracia renace cuando las urnas se llenan de votos

¿Se imagina usted, que está leyendo, cuanto se potenciaría el debate interno en los partidos políticos si también pudieran convencer a sus electores con unas papeletas en las que incluso les podrían pedir opiniones, respetando el mismo secreto del voto, sobre puntos de sus programas electorales?

Por Domingo Sanz

Aunque para renacer bien cada vez necesita una ley electoral que conceda el mismo valor a todos los votos, libertades a tope y la menor corrupción política posible. Demasiadas condiciones.

Hoy volveremos sobre la propuesta de papeleta con más democracia que, aunque no ha provocado manifestaciones populares ante las puertas de los parlamentos (una ironía necesaria para no olvidar que la Ley Mordaza sigue mordiendo) sí ha suscitado cierto interés tras publicarse “Queremos más democracia en las papeletas de votación 1”.

En resumen, la propuesta consiste en que cada candidatura que concurra a un proceso electoral pueda incluir, si lo desea y en el reverso de sus papeletas de votación, algún texto que incluso podría solicitar de sus votantes respuesta a una o varias preguntas. En el anverso, como siempre, figurarán las personas que componen la candidatura.

Finalizado el recuento como siempre, es decir, número de votos obtenidos por cada candidatura, y firmada el acta por parte de los miembros de la Mesa Electoral, se hará entrega, de las papeletas de voto que hayan pedido a sus votantes opiniones en los reversos, a los representantes acreditados de esas candidaturas.

Mientras no se admita esta papeleta de votación con más democracia lo que toca es cultivar el debate, y más teniendo en cuenta que este cambio deberá formar parte de una reforma en profundidad de una LOREG a la que no solo hay que incorporar los cambios que permitan actualizarla con los avances tecnológicos habidos desde 1985.

Hoy me limitaré a una reflexión general y a dos normas que se aplican en todas las convocatorias a urnas sin excepción.

¿Se imagina usted, que está leyendo, cuanto se potenciaría el debate interno en los partidos políticos si también pudieran convencer a sus electores con unas papeletas en las que incluso les podrían pedir opiniones, respetando el mismo secreto del voto, sobre puntos de sus programas electorales?

¿Se imagina usted la competencia entre partidos políticos para conseguir la papeleta de voto con el reverso más convincente, o que más opiniones pueda conseguir, en la jornada que decide el gobierno de la legislatura que se inicia?

Y la emoción de que todos esos reversos con mensajes de las candidaturas solo se podrán conocer al mismo tiempo, a diferencia de las listas, cuyos nombres van apareciendo mucho antes de que comiencen las campañas.

Y la ilusión, o el miedo, de los líderes a que una parte del electorado pueda cambiar de papeleta no por los candidatos, sino por un mensaje más convincente, o que asume un mayor compromiso con las preferencias de sus electores.

Tras esta reflexión, los dos detalles de la normativa. El primero, valga la coincidencia, sobre la jornada de reflexión.

Parece evidente que una papeleta con mensaje electoral rompería el supuesto silencio de las 24 horas antes de votar, esas que nos permitirán “decidir” el sentido de nuestro voto. No sé si a usted le ha ocurrido lo mismo según iba leyendo estas últimas 29 palabras, pero a mí sí según las iba escribiendo: una gran sensación de ridículo. Se trata de una norma que nunca ha tenido el menor sentido, entre otras cosas porque nadie ha borrado la publicidad estática que permanece en los carteles durante esa última jornada, por poner solo un ejemplo. Y porque ya somos mayorcitos.

Y el segundo, sobre el voto nulo.

Desde las de junio de 1977, el total de votos declarados nulos en las urnas del Congreso para las 15 elecciones generales celebradas ha sido de 3.565.113, lo que significa el 1,04% de los votos a candidaturas, según del Ministerio del Interior, y no es un dato que se haya ido reduciendo significativamente a lo largo de los últimos 42 años. No son muchos, pero pueden ser demasiados cuando un solo voto injustamente anulado puede decidir un escaño.

Parece evidente que una papeleta sobre la que se debe anotar algo será más susceptible de ser anulada por unas mesas electorales que, en ocasiones, han excluido papeletas con una simple raya de lápiz o un bolígrafo.

En el acto electoral es mucho más importante la decisión de la papeleta que elige quien vota que cualquier otra marca que pueda aparecer en la misma, pues hasta los masoquistas tienen derecho a votar. Por eso, y al margen de que se acepten las papeletas con más democracia, creo que la anulación de un voto depositado en una urna delante de la autoridad electoral debe ser un hecho mucho más excepcional de lo que es hasta ahora.

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