Javier Aledo
Hay una serie danesa muy recomendable sobre política llamada “Borgen” (el nombre del parlamento danés) que posee un capítulo fantástico, en el que se retrata el fracaso de la clase obrera y del sindicalismo de clase en Europa Occidental, llamado “el último obrero”.
Esta escena muestra de manera cruda la terrible bancarrota de los sindicatos de clase y de la participación obrera en los parlamentos burgueses. ¿Por qué se ha producido semejante recomposición de fuerzas entre los dominantes y los dominados? A continuación, se nombrarán las principales causas estructurales y superestructurales de la crisis terminal que vive el movimiento obrero.
Aumento del paro
Uno de los principales métodos que tiene la clase dominante para “domesticar” a la clase obrera es el miedo al paro. Es por ello que históricamente siempre se ha mantenido en el modo de producción capitalista un paro estructural. A este paro de equilibrio lo denominó Marx el ejército de reserva, es decir, una masa de desempleados siempre dispuestos a ocupar el puesto de los que trabajan actualmente, lo que provoca un empuje de los salarios a la baja. Cuando la economía se encuentra en un ciclo positivo, aumentará la demanda de mano de obra, el paro bajará y disminuirá la influencia del ejército de reserva, por lo que los salarios también aumentarán. Al aumentar los salarios, se producirá un descenso de la rentabilidad, lo que hará bajar la demanda de mano de obra, aumentará el paro y los salarios disminuirán. Es una rueda que se repite una y otra vez. No obstante, durante los años 70 se produce un cambio de paradigma de la política monetaria y fiscal, con un incremento muy elevado del paro estructural en prácticamente todas las economías. El abandono de los objetivos de pleno empleo y crecimiento por el mantenimiento del objetivo de inflación por parte de los bancos centrales provoca un aumento considerable del paro, lo que por supuesto ha tenido un efecto devastador en los salarios. Se establecen engendros teóricos como la NAIRU, que fija una tasa de paro “de equilibrio” que no provoque un incremento de la inflación. A partir de esa tasa de paro de equilibrio, los esfuerzos fiscales y monetarios en reducirla serían inútiles, ya que lo único que provocarían sería aumentar la inflación. La NAIRU es tan absurda que en uno de los informes de la Comisión Europea establecía que la NAIRU en España era del 25%, es decir, que un 25% de paro era la tasa normal de desempleo en España; absolutamente lamentable. En definitiva, el aumento del paro, política en muchas ocasiones perseguida por los gobiernos de turno, ha tenido un efecto terriblemente destructivo en los salarios y en el empleo de los habitantes de Europa Occidental, lo que dificulta la actividad del movimiento obrero.
Globalización
La globalización capitalista ha tenido un gran impacto en lo que a correlación de fuerzas se refiere. Gracias a la liberalización de flujos de inversión, los trabajadores no solo tienen que competir contra sus compatriotas, sino que también compiten con los obreros extranjeros. La facilidad de poder trasladar el centro de producción al extranjero ha hecho que en muchas ocasiones los trabajadores cedan con más facilidad a las exigencias del capital, por miedo a perder su puesto de trabajo. Además, la globalización capitalista ha acentuado la concentración y centralización del capital, destruyendo muchas pequeñas y medianas empresas que no pueden expandirse internacionalmente. La destrucción de este capital más débil ha producido que aumente el número de asalariados, lo que también afecta al paro y al ejército de reserva industrial. La globalización plantea difíciles retos, muy complicados de llevar a cabo, no obstante, pone sobre la mesa la imperiosa necesidad de resucitar el internacionalismo proletario y la solidaridad de la clase trabajadora a escala internacional.
La diversidad de los asalariados y la pérdida de la conciencia de clase
Durante los últimos 40 años se han producido también enormes cambios en la composición de los trabajadores en los países desarrollados, mientras que en los años de posguerra el prototipo de la clase obrera era mayoritariamente el de un varón blanco y trabajador del sector industrial, hoy en día encontramos una clase obrera mucho más fragmentada y diversa. La inclusión de las mujeres en el mercado laboral y su particular situación en la división sexual del trabajo (las mujeres dedican mucho más tiempo al llamado trabajo de reproducción, lo que repercute negativamente en su capacidad de generar valor) además de la llegada grandes remesas de inmigrantes pone en difícil tesitura a las organizaciones obreras. Se forman a su vez identidades diferentes a la de la pertenencia de la clase obrera, llegando en ocasiones a posiciones interclasistas (como el feminismo).
A parte de las mencionadas identidades, también se ha producido una gran divergencia entre las diferentes secciones que componen a la clase obrera. Podemos diferenciar a cuatro grandes tipos:
- El primero sería el de la “aristocracia obrera”, cuyo valor de la fuerza de trabajo es considerable, debido a su alta formación y su alto potencial para generar valor. A este grupo pertenecerían ingenieros, cuadros técnicos…
- El segundo grupo es el del empleo industrial tradicional, claramente en declive en España. Este colectivo es el que tiene una alta tasa de sindicación, tiene un alto grado de organización y suele poseer empleos formales.
- En la tercera sección se podría incluir a los trabajadores precarios, siendo una mano de obra muy heterogénea y diversa, normalmente con empleos temporales e informales.
- Por último, el cuarto grupo es el llamado “lumpenproletariado”, aquella clase obrera que ni siquiera puede vender su fuerza de trabajo en el mercado. A este colectivo pertenecen los traficantes de droga, los sin techo, carteristas…
Es muy importante hacer la diferenciación de los cuatro grupos para poder fijar la estrategia sindical. El sindicato poco puede hacer con los del primer grupo, ya que la fuerza de trabajo de estos trabajadores ya tiene un valor bastante alto. Prácticamente no tienen sindicatos los obreros que pertenecen a este colectivo, salvo los pilotos y los controladores aéreos. El movimiento obrero tiene que fijar su prioridad en el tercer sector de la clase obrera, los llamados precarios, no obstante, la falta de estabilidad y la informalidad generalizada de sus labores convierte esta empresa en una ardua tarea. La carencia de actividad sindical entre los obreros del tercer sector provoca que proliferen prácticas corporativistas en las organizaciones obreras, no extendiendo las conquistas al conjunto de la clase, sino solo a unos pocos. Durante los últimos tiempos los sindicatos, particularmente en España, han intentado revertir esta situación, fijando como prioridad el aumento del salario mínimo, algo que afectaría sobre todo a los trabajadores del tercer grupo. Sin embargo, sigue habiendo un panorama poco alentador.
Por último, también cabe mencionar la pérdida de la conciencia de clase. Según el marxista húngaro Gyorgy Lukács, podemos definir a la conciencia de clase como la reacción racionalmente adecuada que se atribuye a una determinada situación típica en el proceso de producción. Esa conciencia no es, pues, ni la suma ni la media de lo que los individuos singulares que componen la clase piensan, sienten, etc. Hoy en día vemos que la conciencia de clase está desapareciendo en nuestras sociedades, lo que resulta una auténtica tragedia. ¿Qué ha producido la paulatina desaparición de la conciencia de clase?
En primer lugar, debemos mencionar el importante papel que ha tenido el consumo de masas en el colectivo obrero. El consumismo desenfrenado ha provocado el ocaso de la “cultura del trabajo” pasando a un predominio de la “cultura del ocio”. Este fenómeno, subestimado por gran parte de las organizaciones de izquierda, es uno de los grandes culpables que ha hecho perder a la clase obrera el objetivo socialista y emancipador. Otro de los grandes factores es la separación del entorno de vida doméstica, el barrio y la taberna, del entorno de la vida laboral, la fábrica, con la necesidad de entre dos y tres horas diarias en el transporte, elimina muchas de las posibilidades de participación sindical y política, es decir, de la intermediación organizativa para la acción de clase. De este modo, tal y como planteaba el historiador marxista Eric Hobsbawm “es la conciencia de clase lo que está enfrentándose a la crisis más seria. El problema no es cuanta desproletarización objetiva ha traído el declive del trabajo industrial al viejo estilo (que también), sino el declive subjetivo de la solidaridad de clase”.
Conclusión
El panorama actual nos lleva a ser poco optimistas, no obstante, la acción sindical hoy en día es más que necesaria. La clase obrera está sufriendo un ataque constante, se le están quitando derechos otrora considerados básicos día a día. Es responsabilidad de todos reactivar el movimiento obrero porque tal y como dijo Warren Buffet “la lucha de clase existe, y es mi clase, la de los ricos, la que va ganando”.
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