Por Víctor Chamizo
Muy sibilino ha sido Errejón a lo largo de su corta carrera política. Comenzó introduciéndose en el núcleo del recién formado partido, cuando Monedero era un peso pesado y Pablo Iglesias lideraba la formación. Entonces todo eran parabienes y abrazos, y nadie pudo ver la daga que guardaba en su fajín para asestar la puñalada.
Con Monedero se puede estar en mayor o menor acuerdo, o en mayor o menor desacuerdo, pero nadie puede discutir, o mejor, nadie puede poner en tela de juicio, a no ser que esté infectado de estulticia, que Monedero se retiró con honradez del partido, dejando el camino expedito para todos aquellos comprometidos con el proyecto y sin flancos débiles por donde pudieran recibir las dentelladas de los adversarios y, en algún caso, enemigos políticos.
Pero Íñigo estaba allí, agazapado entre los miembros de la directiva, abrazando con una mano las ideas de regeneración política, de apoyo a los débiles, y con la mirada puesta en las altas esferas, en su yo político. Le habían regalado la oportunidad de hacerse visible, y no la desaprovechó.
Podemos convenció a Manuela Carmena para que se presentase en Madrid a disputarle la alcaldía a la derechona que la ostentaba desde los tiempos de Barranco, tiempo ha. Carmena, una desconocida entre la plebe, era aupada al poder por el empuje de esa nueva formación ilusionante que era Podemos.
Pero el ego es el peor enemigo del ser humano, y Carmena una vez terminado su mandato, con el saldo positivo de la gestión llevada a cabo en la capital, y con la imagen pública que otorga un ayuntamiento como el que gestionaba quiso matar al padre y fraguó en secreto una especie de alianza con Íñigo, que ya en el nombre parece que atesora todas las intrigas de un personaje del Medievo.
Traicionar a Podemos le costó a Carmena y, en general a la izquierda, la alcaldía. No conforme con ello, Errejón, a las puertas de las elecciones autonómicas, cuando era candidato por la formación morada, decide ir por cuenta propia, fundando Más Madrid, dejando huérfano al partido que lo acogió que se vio obligado a buscar un candidato de urgencia. Resultado: nueva fragmentación de la izquierda que inclinó la balanza en favor de los partidos conservadores. Íñigo no sólo se conforma con provocar la ruptura, sino que aprovecha el peor momento, ¿será esa su venganza por haber perdido frente a Pablo Iglesias en Vistalegre II?
Para poner el broche de oro a su ambición desmesurada y a sus desaciertos, a las puertas de las elecciones generales decide presentarse sacándose de la chistera un nuevo partido político, Más País, argumentando que captaría con ello los votos de una abstención desencantada con el PSOE y con Podemos. Pero los comicios han demostrado que Íñigo no tiene ese poder de convocatoria que él creía, volviendo a fracturar a la izquierda restándole escaños. No obstante, ante traidores de este jaez cabe uno preguntarse: ¿Qué va a ser lo siguiente Íñigo? ¿Dónde está el límite de tu ambición?
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