La historia contemporánea de Kirguistán está plagada de abruptos cambios políticos, como la Revolución de los Tulipanes, que en 2005 derrocó al presidente Askar Akáyev.
Por Angelo Nero
Asel Doolotkeldieva, profesora asistente en la Universidad Americana de Asia Central (AUCA) en Bishkek, capitla de Kirguistán, escribía hace unos días en su cuenta de Twitter: “Hoy, se suponía que el nuevo Parlamento comenzaría su trabajo en Kirguistán. Pero honestamente, las diferencias entre los ganadores del año pasado y este están en la inclusión de un par de blogueros y dos partidos supuestamente de oposición: la Alianza liberal y el nacionalista BK.”
La kirguís Asel Doolotkeldieva, investigadora en el investigación en Leibniz-Zentrum-Moderner Orient (ZMO), también hace un análisis desolador de la deriva en la política de su país: “Sadir Zhapárov, el actual presidente de Kirguistán, llegó al poder criticando a los líderes políticos anteriores por su corrupción, nepotismo y vínculos con la delincuencia, y en cambio prometió justicia y cuidado de su pueblo. Sin embargo, muchos ahora lo acusan de socavar la democracia mediante el soborno, reforzar un gobierno autoritario y establecer conexiones con el mundo criminal.”
Hace un mes, el 28 de diciembre, se celebraron elecciones parlamentarias en Kirguistán, un país montañoso -3.000 metros sobre el nivel del mar de media, ya que más de la mitad de su territorio está cubierto por las montañas de Tian Shan y el macizo del Pamir- situado en el corazón de Asia Central que comparte fronteras con República Popular China, Kazajistán, Tayikistán y Uzbekistán, y cuya historia contemporánea está plagada de abruptos cambios políticos, como la Revolución de los Tulipanes, que en 2005 derrocó al presidente Askar Akáyev, que dirigía el país desde antes de la disolución de la República Socialista Soviética de Kirguistán, o como la más violenta revuelta de Osh de 2010, también llamada Revolución del Melón, que derrocó a su sucesor Kurmanbek Bakíev, que abandonó el país y buscó asilo en Bielorrusia.
En 2020 las elecciones fueron anuladas Comisión Electoral Central de Kirguistán, tras violentos disturbios protagonizados por la oposición al presidente Sooronbay Jeenbekov, que tuvo que dimitir, siendo nombrado por el parlamento kirguís el opositor Sadir Zhapárov, al que previamente habían liberado de la cárcel, como primer ministro, que, desde entonces es el hombre fuerte del país, y en unas elecciones posteriores consiguió hacerse con la presidencia y cambiar el sistema político de la república parlamentaria a un sistema presidencialista.
Sin embargo, a pesar de que su partido, el conservador Ata-Zhurt Kyrgyzstan (Patria Kirguistán), se convirtiera en el más votado, con un 16.3% de los votos, y sus aliados también han cosechado un buen resultado: Ishenim (Credo), con un 13.6% e Yntymak (Armonía) con el 10.4 %, la participación, que no llega al 32% del electorado, la más baja de la historia del país, no augura un panorama político muy halagüeño en el país centro asiático.
Los partidos opositores, la liberal Alliance con un 8.0% de los votos, los nacionalistas Butun Kyrgyzstan (Kirguistán Unido), con 6.5%, y los religiosos Yiman Nuru (Luz de Fé) que lograron un 5.9%, han declarado, junto a otras fuerzas contrarias al gobierno de Zhapárov, que no lograron pasar la barrera del 5% necesaria para lograr un escaño (Socialista Ata-Meken, Socialdemócratas, Azattyk y Uluttar Birimdigi), no reconocerán los resultados electorales, ante las graves irregularidades que han detectado en el proceso, lo que hace presagiar que habrá una fuerte contestación en las calles animada por la oposición.
A pesar de los históricos vínculos con Rusia, con quien Kirguistán comparte no solo el legado soviético, sino la alianza en varias organizaciones regionales, y de que es el segundo destino de las exportaciones kirguisas, por detrás del Reino Unido, y su principal suministradora de petróleo, otras potencias están interesadas en influenciar en el gobierno kirguís. La primera es su vecina, la República Popular China, ya que Kirguistán es un lugar clave en la Nueva Ruta de la Seda, y por ello es la primera en inversión extranjera en el país, y posee más del cuarenta por ciento de su deuda externa. La otra potencia emergente es Turquía, con la que forma parte del Consejo Túrquico, y a través de este vínculo quiere desarrollar la industria minera y la producción de energía, en su plan de expansión neo otomana.
En abril de este año Kirguistán también se vio sacudido por el conflicto con la vecina Tayikistán, debido a una antigua disputa por los recursos hídricos, que durante tres días mantuvo un incesante fuego cruzado en la frontera común, causando cincuenta muertos y más de 30.000 desplazados, lo que ha acentuado el malestar contra un gobierno económicamente muy debilitado por los efectos de la pandemia, y contra un Zhapárov que ha desmantelado la ya frágil democracia de este país turquico donde las urnas no son, precisamente, las que cambian los presidentes.
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