Juntos (los comunistas) Podemos

Por Francisco Gallego

Para todo comunista decidido a apostar por la militancia en un partido político, y nos referimos únicamente a este modelo de organización, no a otras, una de las primeras cosas que puede sorprenderle es la gran variedad de opciones de las que dispone. A los largo de las últimas décadas desde la transición, las discrepancias internas, conflictos, discusiones teóricas o cómo lo queramos llevar, han llevado siempre a la escisión o la fundación de nuevas organizaciones. Es cierto que en ocasiones estos procesos son necesarios, por ejemplo tras la deriva del PCE con el “carrillismo” y el europeísmo, pero la sensación después de tantos años y la patética situación del comunismo a nivel nacional (no hablemos ya del mundial) es que la mayor preocupación ha sido la de montarse el chiringuito propio y el desarrollo teórico que lo justifique y pueda convencer a algún incauto. No se trata de hacer una crítica destructiva a todos los partidos comunistas, pues la generalización sería un gran error y hacerlo todo tierra quemada, pero sí debemos denunciar con la máxima vehemencia que ninguno de estos partidos políticos que proliferaron y proliferan en la actualidad, ni los más clásicos, han conseguido convertirse en una organización de vanguardia para la clase obrera, y no es que fracasaran en el intento, es que ni tan siquiera se ha intentado, todo en su inmensa mayoría ha sido y es una oda al conformismo y los que no son un reducto con una fuerza ínfima incapaces de obtener un gran poder de convicción obviamente.

Ante tan fatal perspectiva, deberíamos los comunistas alejarnos de todo practicismo, pragmatismo e idea cuyo fin último sea fusionarse en una conjunción de siglas que únicamente desprenden miedo, miedo a la insignificancia parlamentaria y miedo al ascenso de la extremaderecha, fomentado, entre otras cosas, por su propia debilidad. Ocurre además que los objetivos del comunismo son relegados en estas organizaciones en aras de una transversalidad vergonzante, cualquier cosa antes que asumir la lucha de clases y lo que esta implica. Tampoco es aprovechada la representación en las instituciones burguesas para denunciar las contradicciones en ellas existentes, ni para promover la agitación social en la dirección que nos interese o elevar la conciencia del proletariado.

Se pueden sacar varias conclusiones de todo esto. Una sería que los comunistas parecen dispuestos a aliarse con todo el mundo menos entre ellos mismos. Otra que el oportunismo, el egoísmo y la prepotencia intelectual de la supuesta vanguardia teórica del movimiento han sido un cáncer para el mismo. Quizás se debería desterrar ya la idea de que la solución a la grave situación que atravesamos es la creación de nuevos partidos.

Con toda humildad pero a la vez con la mayor solemnidad posible, quisiera instar con este escrito, no a adoptar tales u otras medidas, eso solo sería un ejercicio de soberbia de la que creo, carezco. No, quisiera instar a todo comunista, y en especial a aquellos con mayor capacidad de movilización por su visibilidad o relevancia social, así como a los partidos y organizaciones políticas comunistas y socialistas de mayor calado,  a una convocatoria nacional. Allí sería donde el comunismo a nivel nacional debería ser capaz de analizar tanto su situación particular en España como la del movimiento a nivel internacional y buscar a su vez la colaboración fuera de nuestras fronteras. Aglutinando en una sola fuerza de vanguardia y revolucionaria el comunismo, que purgue de su seno todos los males antes mencionados (y los que faltan), que potencie la organización y la formación de las masas, es la única vía factible para librar la lucha en todos los frentes.

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