Moscú insiste en que no busca una guerra, y considera que su invasión es una operación militar especial, responsabilizando de la crisis a la OTAN, que ha seguido la expansión tras la caída de la URSS.
Por Víctor Arrogante
Se han cumplido seis meses desde el comienzo de la invasión de Rusia a Ucrania. Mucho ha pasado desde los primeros combates, mientras la guerra está dando señales de estancamiento. Días antes, Vladimir Putin, había reconocido los territorios separatistas en Ucrania Donetsk y Luhansk, controlados por rebeldes prorrusos desde 2014 y había anunciado el envío de soldados a Donbás, avivando aún más las tensiones. Moscú finalmente anunció el 24 de febrero el inicio de operaciones militares especiales en Ucrania, en una situación tiene aristas políticas, históricas y estratégicas.
Tras la disolución de la URSS, Ucrania puso la mirada en Europa y su interés por pertenecer a la OTAN, alianza militar liderada por Estados Unidos que se había enfrentado durante la Guerra Fría al Pacto de Varsovia, para asegurar su independencia de Rusia.
Pedro Sánchez, tras la invasión, calificada siempre de ilegal transmitió la total y rotunda condena de España, a las inaceptables acciones militares del gobierno de Putin en Ucrania. Consideró los hechos como muy graves y muy simples a la vez. «Una potencia nuclear ha violado la legalidad internacional y ha comenzado la invasión de un país vecino, al tiempo que ha amenazado con represalias a cualquier otra nación que socorra al país agredido», reclamando al gobierno de Putin que cumpla con el derecho internacional y que regrese a las discusiones dentro del formato de Normandía y el grupo de contacto Trilateral.
La historia de Ucrania y Rusia está entrelazada y se remonta al menos hasta la edad media, evolucionando por separado con idioma y cultura que partían de una raíz común. A partir del siglo XVII, grandes porciones de territorio de Ucrania pasaron a formar parte del creciente Imperio Ruso. Mientras que en el siglo XX, con excepción de un breve período de independencia en 1917, Ucrania se incorporó a la Unión Soviética.
El fin de la Segunda Guerra Mundial no trajo consigo el cese de las hostilidades entre las potencias vencedoras. A partir de aquel momento el mundo asistió a un nuevo conflicto conocido como la Guerra Fría, en el que la Unión Soviética se hizo con el control de los países de Europa del Este. República Democrática Alemana, Hungría, Rumania, Bulgaria y Albania crearon el Pacto de Varsovia, cuyo objetivo era solucionar de una forma pacífica sus conflictos internos, apoyar la defensa mutua y dotarse de seguridad jurídica frente a los países de Europa Occidental y frente al Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Ambas organizaciones, constituidas como bloques político-militares, mantuvieron el precario equilibrio mundial durante la Guerra Fría, y no sería hasta la caída del muro de Berlín, cuando tanto el Pacto de Varsovia como la Unión Soviética se disolvieron. La OTAN se mantiene activa, con intereses propios y participando en el conflicto ucraniano.
Moscú insiste en que no busca una guerra, y considera que su invasión es una operación militar especial, responsabilizando de la crisis a la OTAN, que ha seguido la expansión tras la caída de la URSS. «Nos han engañado descaradamente. Cinco oleadas de expansión de la OTAN. Y ahí está: ahora están en Rumania y Polonia, con sistemas de armas», dijo Putin, pidiendo que no haya más movimientos de la OTAN hacia el este.
Crimea y el Donbás están en el centro del conflicto. Rusia admite que uno de sus objetivos es controlar el sur de Ucrania para poder conectar estos dos territorios controlados por Moscú desde 2014. Una de las tareas del ejército ruso es establecer el control total sobre Donbás y el sur de Ucrania. Esto proporcionará un corredor terrestre a Crimea. Anteriormente, Moscú había dicho que la «operación militar especial» buscaba proteger a las Repúblicas Populares en Donetsk y Luhansk, y desmilitarizar a Ucrania.
El ingreso de Ucrania a la OTAN parece imposible en el contexto actual, pero Finlandia y Suecia ya han presentado sus solicitudes de ingreso en la Alianza. Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, dijo a finales de enero que los países tienen el derecho a elegir sus propios acuerdos de seguridad, en referencia a los ingresos en los últimos años a la OTAN, y que Rusia debe abstenerse de adoptar posturas basadas en la fuerza coercitiva u una retórica agresiva.
Putin acusa a la OTAN de violar el Acta Fundacional de Relaciones Mutuas, Cooperación y Seguridad entre la OTAN y Rusia firmada en 1997 como marco de referencia entre ambas partes tras la caída de la URSS, al desplegar sistemas ofensivos de armas en las fronteras de Rusia, específicamente en Letonia, Lituania, Estonia y Polonia. La OTAN señala, en cambio, que ha cumplido con el Acta Fundacional, comprometiéndose a no desplegar fuerzas militares permanentes en los nuevos miembros ni tampoco armas nucleares, dos de los pilares del acuerdo, y acusa en cambio a Moscú de incumplimiento.
Han pasado seis meses desde la invasión, pero ni Ucrania ni Rusia están dispuestas a dejar de luchar, a pesar de las pérdidas que han sufrido. Ucrania quiere recuperar los territorios ocupados por Rusia y Moscú quiere seguir debilitando a su oponente e, indirectamente a Occidente. El Kremlin cree que el invierno jugará a su favor y el presidente Putin ha anunciado un aumento del ejército de 137.000 efectivos. La guerra durará probablemente un año como mínimo, pero está estancada y disminuirá su intensidad.
Ucrania carece de medios para un contraataque convencional eficaz, pero la guerra de guerrillas es una forma eficaz de precipitar una caída rusa. Ucrania quiere retomar el control sobre Jersón. Kiev ha cambiado su estrategia para organizar ataques con misiles de largo alcance y atrevidas incursiones de las fuerzas especiales en las bases rusas situadas detrás de la línea del frente.
Rusia no tiene un nuevo plan de ataque que no sea la acumulación de artillería, la destrucción de pueblos y ciudades y el avance a marchas forzadas. Lo hace, por una parte, porque esta estrategia es eficaz y, por otra, para minimizar el número de víctimas, ya que, según algunas estimaciones occidentales, hasta ahora ha sufrido 15.000 bajas. Rusia sigue queriendo abrirse paso a golpes, pero es probable que priorice mantener los territorios ocupados y anexionarlos.
Occidente tiene que decidir si quiere que Ucrania gane o simplemente resista, y tiene que adecuar la ayuda humanitaria a las necesidades. Ucrania ya habría sido derrotada por Rusia sin el apoyo militar de Occidente. Pero hasta ahora Occidente no ha suministrado suficiente artillería u otras armas, como aviones de combate, que permitan a Kiev hacer retroceder a los invasores. Los políticos occidentales hablan de la necesidad de obligar a Rusia a retroceder hasta las fronteras de antes de la invasión, pero no proporcionan suficiente material para hacerlo. Al mismo tiempo, la crisis humanitaria de Ucrania se agudiza.
Lo que representó la OTAN y el Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría significó confrontación y contención. Con la invasión de Ucrania, Rusia apuesta por la confrontación, frente a la expansión que continúa la OTAN liderada por Estados Unidos y el apoyo sin medida de la Unión Europea.
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