¿Es posible perdonar todo lo que habían padecido en el interior de esos campos de ignominia? ¿Debían perdonar a sus verdugos? ¿Debían olvidar todo lo que habían vivido, día a día, en esos lugares?
Por Pepe Sedano | 14/12/2023
XXVI.- PERDONAR… ¿ES POSIBLE? LOS LÍMITES DEL PERDÓN.
La Segunda Guerra Mundial ya había acabado. Los responsables de los crímenes contra la Humanidad –la mayor parte de ellos-, habían sido juzgados, condenados y las sentencias se habían cumplido. Esporádicamente aparecía un criminal suelto, en cualquier país de Europa o del continente americano -principalmente del sur-, y se solicitaba la extradición para ser juzgado en territorio alemán. Primero fueron las potencias vencedoras de esta terrible lid internacional, con el paso del tiempo el nuevo gobierno alemán asumió su culpa pero también su responsabilidad de hacer justicia contra aquellos que en su momento no lo habían hecho. La mayoría de los prisioneros alemanes bajo el dominio de los aliados, que no tenían mancha alguna de estar bajo sospecha de crímenes de guerra, volvieron a sus casas o, al menos, de lo que quedaba de ellas a rehacer su vida, a juntarse con la familia o con los que aún estuviesen vivos. Unos cumplieron las penas impuestas en los diversos tribunales de justicia, los menos, y otros –con la ayuda de terceros países- tuvieron la suerte de huir de Alemania y encontrarse con la satisfacción de que otros les abrían las puertas de sus casas y les invitaban a quedarse a residir con ellos como si no hubiese pasado nada.
Ya conocemos, por artículos anteriores, que organizaciones como ODESSA –organización de antiguos soldados de las SS-, ayudaron a escapar a aquellos que lo solicitaron y tuvieron la oportunidad de hacerlo. Por otro lado, vimos que el Vaticano, con la aquiescencia del Santo Padre –en aquella ocasión era Eugenio Pacelli que representaba la máxima autoridad del mundo cristiano-, es decir, de Pío XII, se facilitó -a través de una “red de fugas”-, la huida de auténticos criminales de guerra hacia diferentes destinos, principalmente hacia América del Sur: Argentina, Chile, Paraguay y Brasil fueron los que más personajes de esa calaña recibieron. España no se quedó atrás. También recibimos una parte considerable que convivió en nuestro país como si no hubieran hecho nada. Hubo varios, pero sin lugar a dudas, el más famoso huésped que tuvimos fue nada más y nada menos que Otto Skorzeny, coronel de las SS -especialista en operaciones especiales-, el que liberó a Benito Mussulini con un comando aéreo en el Gran Sasso, detenido en el Hotel Campo Imperatore. Y tantos otros…
Pero, llegamos hoy a los lectores de NR y para su sección de Voces, con una pregunta que, con seguridad, abarca otras muchas y que no sé si seré capaz de abarcarlas o, al menos, dar alguna respuesta a las mismas dado lo complejo del tema. El Perdón. Para los supervivientes de los campos de concentración –me pregunto y todos deberíamos hacernos esta pregunta-, ¿Es posible perdonar todo lo que habían padecido en el interior de esos campos de ignominia? ¿Debían perdonar a sus verdugos? ¿Debían olvidar todo lo que habían vivido, día a día, en esos lugares? Hay tantas interrogantes como nosotros quisiéramos preguntarnos que sería casi imposible, no solo el responderlas sino también el ir haciéndonos una pregunta tras otra sobre ese tema tan horrendo que nunca debiera de haber sucedido.
La palabra perdón, o si queremos, el perdón ha venido provocando –durante los últimos tiempos-, en los especialistas de diferentes materias como la filosofía, la política, la psicología, la sociología…, un gran interés inusitado –sin tocar lo que se ha llamado el “marco ético-religioso”-, en parte por el gran campo que aborda su estudio y también por el gran número de interrogantes que se presenta a cualquiera que quiera encontrar algún límite dentro de su análisis o investigación.
Se me viene a la cabeza un libro -que recomiendo su lectura-, por cuanto trata en el mismo y no es otra cosa que lo que hoy yo intento escribir para ustedes. El libro se titula Los límites del perdón, y su autor es Simon Wiesenthal. Este fue un famoso caza- nazis que, tras la guerra, se dedicó a eso: a llevar ante la Justicia a aquellos que habían huido y, sin embargo, tenían cuentas pendientes y lo hizo a través de un centro de información –que él mismo creó-, sobre criminales nazis que sería el punto de partida para cazar a todos estos verdugos. Y tenía un porqué. Estudiante de Arquitectura en la ciudad de Lemberg –hoy Lwow, en Polonia-, después en Praga. Con la invasión nazi su vida cambió. En 1941 es detenido y pasó por cinco campos de concentración, entre ellos los de Buchenwald y Mauthausen. Cuando la liberación de este último campo, el 5 de mayo de 1945, Simón Wiesenthal estaba vivo. Se trasladó a vivir a la ciudad de Linz (Austria) y –caprichos del destino-, solo a unos pocos metros de la vivienda donde residía la familia Eichmann –sabemos que Adolf Eichmann había sido un teniente coronel de las SS, responsable de la Sección IV-B4 de las SS, la que se encargaba de los envíos de los trenes cargados con deportados a diferentes campos de concentración nazis-. Wiesenthal, tras varios años de investigación, dio con él en Argentina. Agentes del MOSSAD –Servicio de Inteligencia israelí- se encargaron de secuestrarlo en Buenos Aires, subirlo a un avión, llevarlo a Jerusalén donde fue juzgado y sentenciado a muerte por horca. Sentencia que fue cumplida. Las investigaciones de Wiesenthal llevaron ante la Justicia a más de 1.100 criminales de guerra.
“Un día, mientras estaba recluido en un campo de concentración alemán, Simon Wiesenthal fue conducido desde su puesto de trabajo hasta el lecho de un miembro de las SS que estaba a punto de morir. Atormentado por los crímenes en los que había participado, el soldado quería confesarse y obtener la absolución de labios de un judío. Este extraño encuentro, y el dilema moral que le produjo, desencadenó una serie de cuestiones morales sobre la posibilidad y los límites del perdón. ¿Podemos y debemos perdonar a un criminal arrepentido? ¿Podemos perdonar los crímenes cometidos contra los demás? ¿Cuál es la deuda que tenemos con las víctimas? Veinticinco años después, Wiesenthal preguntó a un grupo de famosos intelectuales qué hubieran hecho en su lugar”. Como es natural y dada la naturaleza de los personajes que tuvieron a bien remitirle a Simon Wiesenthal sus correspondientes respuestas, éstas no hacían sino reflejar perfectamente sus diferentes pensamientos y doctrinas -judía, católica, budista, musulmana, secular y agnóstica-. Estas respuestas nos hacen recordar que “la pregunta que Wiesenthal les planteó nunca podrá limitarse a los acontecimientos del pasado”.
Hemos de entender y comprender que el perdón, tal y como lo conocemos, tiene mil caminos y quizá sean pocos, para llevarnos a concebir sentimientos de comprensión, de compasión, incluso hasta de empatía para aquel o aquella que te causó algún mal. El perdón no significa olvido, tampoco buscar pretextos por el daño causado. Ni mucho menos buscar una reconciliación con la persona que provino ese daño. Dicen los que entienden de esto que “perdonar da un tipo de paz que te ayuda a continuar con tu vida”.
Una de las personas que siguieron aquel juicio contra Eichmann, celebrado en Jerusalén, como periodista –entre otras cosas-, fue Hannah Arendt. Ella, entre toda la prensa acreditada dentro del Tribunal de Justicia que lo juzgó, vivió en primera persona y día a día, aquel juicio del que estaba pendiente el mundo entero. Nos dice –refiriéndose al perdón y a la acción de perdonar-, que “el perdón no es exclusivamente un acto de esencia divina, un don amable y propio de la discreción de Dios, sino que también es una posibilidad humana y por tanto es algo que se intercambia entre los hombres en sociedad”. Nos quiere decir con esto que ella considera que cómo el perdonar puede llevar, a quien lo haga, por unos derroteros de encontrarte bien contigo mismo tanto en lo que se refiere al estado físico, como al emocional e, incluso, al espiritual. Eso daría mucho que hablar, lo entiendo, pero es solo una opinión de la señora Arendt en la que yo no voy a entrar porque no estoy preparado para ello. Hannah continúa diciéndonos “que el perdón no es exclusivamente un acto de esencia divina, un don amable y propio de la discreción de Dios, sino que también es una posibilidad humana y por tanto es algo que se intercambia entre los hombres en sociedad. Se trata así de un asunto eminentemente personal sin ser necesariamente privado y, por lo tanto, tiene su lugar dentro de la sociedad”.
Otros autores, refiriéndose al perdón, nos dicen que esta palabra significa muy diferentes cosas para muy diferentes personas. Y, en parte, tienen razón aunque, generalmente –para todo el mundo-, implicaría una determinación de olvidar el rencor que pudiera estar en todo momento en la mente de quienes lo padecen así como las posibles salidas que pudiera darle su pensamiento, en cuanto a cómo gestionar su venganza, sus ansias de reparación del desagravio. El acto por el que se sintieron heridos u ofendidos tantos miles de prisioneros siempre será recordado mientras vivan. Dicen los entendidos en esta materia que el perdón “puede ser un desafío, especialmente si la persona que te hirió no admite haber actuado mal”. Otros por el contrario afirman que el perdón es una decisión en la que tú decides no almacenar en tu mente, no guardar el rencor que se hubiera ido acumulando a lo largo del tiempo y, por este mismo motivo, a no guardar de ninguna manera los posibles pensamientos de venganza que hubieran albergado. O sea, tomar la decisión –debe de costar un montón hacer esto-, de no guardar ese daño que alguna vez se recibió. En ese sentido han dicho de este fenómeno lo que sigue: “Es un acto gratuito que no debe hacerse con ningún otro objetivo que no sea el de devolver al otro la dignidad perdida en la ofensa que cometió contra mí. Ni siquiera debe aplicarse con el objetivo de conseguir el perfeccionamiento moral del ofensor al verse perdonado”.
Por otro lado, como explican quienes saben de esto, que “la reconciliación, sin embargo, es un paso más allá del perdón. El perdón es ‘unidireccional’, es decir, que una persona puede perdonar a otra que le ha hecho un daño, aunque no se arrepienta, aunque no pida perdón, aunque no tenga ninguna relación con ella. La reconciliación, sin embargo, es “bidireccional”. Precisa que el ofensor reconozca el daño causado, se arrepienta, trate de repararlo si es posible y pida perdón. Pero la reconciliación va más allá del perdón. Mira al futuro para establecer una relación mejor de la que existía antes entre esas personas. No borra el daño, ni restaura la relación al punto anterior al daño, si no que crea una relación nueva. Y ahí es imprescindible el concurso de los dos”.
Primo Levy posiblemente no cedió ante esa diatriba de perdonar o no. Es posible que eso le costara la vida. Otros, como Jorge Semprún, prisionero en Buchenwald, optó por escribir sus experiencias en ese campo y, de alguna manera, se reconcilió consigo mismo. Uno de sus títulos es muy expresivo en este sentido: “La escritura o la vida”. Escribir, escribir y sacarse sus “demonios” le salvó la vida. Levy, por el contrario, a pesar que también escribió sus experiencias, sus “demonios” le pudieron o, quizá fue porque –para él- era imposible poder perdonar lo que vivió y sufrió en Auschwitz. Nunca lo sabremos.
Para la redacción de este artículo han servido de base las siguientes páginas web:
https://encuentroysolidaridad.net/perdonar-y-reconciliarse-es-lo-mismo/
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