Hablando sobre deportados españoles a campos nazis (XIV)

Los mandos de las SS preferían que los puestos de los kapos fueran ocupados por gentuza, o sea, por prisioneros en cuyo haber existían antecedentes criminales, antes que lo fueran por circunstancias políticas.

Por Pepe Sedano

XIV.- KAPOS EN LOS CAMPOS NAZIS. LOS KAPOS ESPAÑOLES.

Nos asomamos, una vez más, a esta ventana que NR nos ha abierto para que expresemos nuestros conocimientos o pensamientos en torno a la deportación española a los campos de concentración nazis durante la II Guerra Mundial. En capítulos anteriores hemos ido haciendo un seguimiento del porqué y cómo fueron llegando republicanos españoles a diferentes campos nazis diseminados, tanto por el territorio alemán como por los países afines al régimen del III Reich o a los que fueron ocupados en el curso de esta guerra, así como diferentes aspectos de la vida en ellos. Hemos visto como en alguna ocasión nos ha aparecido la palabra Kapo que, como vimos en su momento venía de juntar dos palabras: Kamarade Polizei, y tomando las dos sílabas primeras de cada palabra se formaba esta otra: kapo, que significaba “camarada o compañero policía”, es decir, era otro deportado al que se le había “ascendido” de grado. Se distinguía por un brazalete en uno de sus brazos con la indicación de esa palabra y con una verga para golpear, bien en la mano, bien al cinto. Era responsable, cada uno de ellos, de un grupo de trabajo, así como de un Stube (vimos en otro capítulo que se trataba de una de las partes en las que se dividía un barracón). Es cierto que tenían un amplio abanico de responsabilidades y por ello o para ello no servía cualquier detenido.

Los dueños y señores de todos los campos eran los mandos y soldados de las SS pero, en realidad, el campo, los campos no podían funcionar sin ellos, sin los kapos. Un campo era -a la vez-, una “herramienta” muy bien organizada, tanto en la gestión como en la organización de los mismos y para ello eran piezas fundamentales estas personas elegidas para que todo estuviese con la perfección y brutalidad que los dirigentes SS exigían. Pero hay que tener en cuenta que ninguno de ellos tenía asegurado ese lugar preferente. No se puede olvidar que también eran prisioneros y ellos, los SS, eran sus amos y ejecutores a la vez. Cada uno tenía que ganarse el puesto día a día ¿cómo? Cumpliendo las órdenes que se les daba sin que tuvieran en cuenta, ni les importase, si los componentes de su grupo iban a sufrir más de la cuenta al realizar el trabajo estipulado e, incluso, si este trabajo comportaba la posibilidad de que alguien resultado muerto como consecuencia de las órdenes recibidas. En ese sentido el kapo no tendría remordimiento alguno mientras tanto se realizaran las tareas ordenadas y se cumpliera con el cometido u objetivo exigido.

No era fácil estar un día tras otro con ese brazalete que le distinguía del resto de los prisioneros porque tenían que tener en cuenta que también eran prisioneros y tenían que acatar las órdenes de los SS, fuesen las que fuesen. Pero, además de eso, era muy importante conservar ese brazalete un día más porque en un campo nadie era imprescindible, tenía que ganárselo día tras día para que no lo ocupase otro de sus compañeros y caer él en desgracia –en este caso de los SS pero también de sus propios compañeros-. ¿Y qué había que hacer para tener asegurado el puesto? Como podemos imaginarnos, sobre todo en presencia de SS, dejaban salir de su cuerpo –en momentos determinados-, toda su brutalidad, toda su dureza, para que los soldados de la Orden de la Calavera vieran que cumplían con creces sus obligaciones a sabiendas que en ningún momento iban a ser reñidos por sobrepasarse en la aplicación de los castigos, ni les iban a pedir explicaciones por tanta crueldad como exhibían en la ejecución de los apaleos a sus propios compañeros o por los muertos que pudieran causar en los golpes dados por un exceso de celo en alguno de los que componían su kommando. Por tanto, los deportados que sintieron en sus propias carnes lo que significaba ser golpeados brutalmente, lo fueron por los castigos que recibieron de sus propios compañeros, de los kapos. Eso solo significaba una cosa: que contra más brutalidad ejercieran sobre su grupo de trabajo, contra más muertes se ocasionaran en ese equipo, más posibilidades tenía él de seguir vivo un día más y en un campo de concentración nazi ya se sabe lo que era más importante: ver la luz del día siguiente, o sea, sobrevivir un día más.

Es cierto que no todos los destinos –dentro del campo-, eran iguales. Unos necesitaban más personas que otros para desarrollar su trabajo diario. En unos había más kapos que en otros. No era lo mismo serlo en lugares como la cocina como en una cantera de granito o construyendo accesos viales o carreteras. En ese sentido la brutalidad que se podía emplear –llegado el momento-, no era la misma en la cocina que en una cantera. Eso significa, por más que se quiera justificar lo que acaeció en cada grupo de trabajo donde hubiera un kapo, que cada uno de ellos fue un colaborador necesario de los soldados SS que dirigían la vida y la muerte en cada campo. Tampoco hay que pensar que algunos kapos que ocuparon puestos de importancia en el campo lo hicieron para intentar obstaculizar o perjudicar a los soldados teutones, incluso por intentar ayudar de alguna manera a otros paisanos suyos que estuviesen en su grupo –como pudo ser el caso de César Orquín en el kommando Ternberg, dependiente de Mauthausen, o de Jorge Semprún en el campo de Buchenwald-, mientras que otros colaboraban con los alemanes porque eran tan sanguinarios como ellos.

Muy pocos kapos se atrevían a realizar acciones sin que los responsables SS –de los que dependían-, lo supieran antes, se jugaban el puesto y quizá la vida ya que en todos y cada uno de los campos los SS habían tejido una tupida red de “chivatos” –dentro de los propios detenidos-, por medio de la cual estaban informados al momento de cualquier aspecto que pudiese ocurrir dentro del campo por la celeridad que se daban estos “elegidos” para informar de lo que se salía de la rutina diaria. Los mandos SS no eran tontos, sabían a quién, a quiénes podían dirigirse para formar parte de esa tela de araña que tejieron en cada lugar de detención. Así preferían que los puestos de los kapos fueran ocupados por gentuza, o sea, por prisioneros en cuyo haber existían antecedentes criminales, antes que lo fueran por circunstancias políticas. Y no se equivocaron en sus elecciones. Pero es cierto y no podemos olvidar que los SS tuvieron siempre en consideración a los detenidos del brazalete, como hombres de su confianza y dejarles, de esta manera, que “disfrutaran” de cierto poder, de cierta “jefatura” sobre sus propios compañeros de kommando.

Lo que sí tuvieron claro los SS desde el primer momento que sin ellos, es decir, sin los kapos, los campos de exterminio y de concentración en general hubiera sido imposible que hubieran funcionado de la manera que lo hicieron. También estaba planeado por los nazis que en todos los lugares donde había deportados, fueran de la clase que fueran, unos prisioneros –los kapo en este caso-, mataran a otros. Pero no olvidemos que hubo más de un español de kapo. Unos pasaron sin pena ni gloria –estaban en puestos de “privilegio” (los llamados prominenten, como fue el caso de Semprún que estaba en oficinas), pero otros sí tuvieron que enfrentarse a la justicia, y a ellos nos vamos a referir ahora. Todos estaban en Mauthausen. Fueron cinco:

“Domingo Félez o Félix Domingo Burriel, fue sentenciado a dos años. Tenía el apodo “del loco”. Fue kapo en Gusen y en varios campos anexos, no cumplió ningún año en la cárcel.

Moisés Fernández Pascual, sentenciado a 20 años, fue kapo en el kommando Steyr desde 1943 hasta que el campo fue liberado. Murió en un hospital de Munich en 1952.

Laureano Navas García, sentenciado a cadena perpetua. Era oficial del ejército republicano y llegó a Mauthausen con 22 años. Fue kapo en Gusen, teniendo a su cargo siempre a españoles. Salió de prisión cuando cumplió 10 años de condena.

Indalecio González, kapo, alias “Asturias”. Pena de muerte.”

Se les acusaba de maltratar, asesinar y seleccionar a prisioneros enfermos para las cámaras de gas de prisioneros de varias nacionalidades. Estos cuatro fueron kapos, como hemos visto, y fueron acusados en el proceso llevado a cabo el 21 de julio de 1947, titulado: los Estados Unidos contra Laureano Navas y otros. Número de caso: 000-50-5-25. Número de archivo: US425.

“Joaquín Espinosa, kapo, sentenciado a 3 años.”

A éste se le acusó de un maltrato repetitivo en multitud de ocasiones, tanto en Gusen I como en Gusen II a prisioneros, tanto polacos como de otras nacionalidades que se desconocen. Era un kapo que estaba a las órdenes del único kapo español condenado a muerte y cumplida la sentencia, o sea, ejecutado, que –como hemos visto-, fue Indalecio González, (a) “Asturias”. No consta si cumplió o no la condena impuesta.

Los del brazalete siempre consideraron, como deber primordial, el tener contentos a los SS. Cuando llegaban al campo nuevos prisioneros en cualquier convoy y ante la imposibilidad física de poder alojar a los recién llegados en los barracones, los jefes de Block –barracón- y los kapos recibían la orden de eliminar a los prisioneros más débiles. Esa orden había que cumplirla, sí o sí, no había excusa posible. Si no la cumplías se terminaban los privilegios para ellos y pasabas a formar parte de la lista de los prisioneros débiles. El número fijado de prisioneros a eliminar debía de ejecutarse sin excusa alguna. Este asesinato ocurría siempre de noche. Los detenidos pasaban unas horas indescriptibles, entre nervios y excitación elevadísima; el tiempo se hacía interminable para ver quiénes eran los elegidos, a base de golpes con barras de hierro… después llegaba la calma total al barracón –una vez que habían salido los que iban a morir-, puesto que al día siguiente todos y cada uno de los que habían quedado en el barracón debían continuar con el inhumano trabajo del día siguiente. Y así un día, y otro día, y otro…


Para elaborar este artículo se ha tenido en cuenta el libro Campo de Gusen. El cementerio de los republicanos españoles, de Adrián B. Mínguez Anaya”. Colec. Monografías del exilio español (8). Edita: “Memoria Viva” Asociación para el estudio de la deportación y el exilio español. Madrid. 2010. Págs. 139 a 141.

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