Hablando sobre deportados españoles a campos nazis (VI)

Todos los trenes con deportados republicanos españoles, lamentablemente, llegaron a sus destinos. Para algunos de ellos supuso un viaje de ida y vuelta, para otros –la gran mayoría- solo fue un viaje de ida puesto que quedaron allí para siempre

Por Pepe Sedano

VI.- ALGUNOS CONVOYES ESPECIALES HACIA LOS KL*.

En capítulos anteriores hemos venido viendo el proceso de cómo fue posible que hubiesen deportados españoles en campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. NR me propuso que escribiera para ella y no supe decirle que no ¿De qué escribir? De lo único que yo sé, de la deportación española a esos campos de infamia en los que no se movió ni un solo dedo para librar a nadie… Bueno, eso no es cierto. Sí hubo, que yo sepa, tres o cuatro casos en los que sí se hizo algo para salvarlos por parte del gobierno de Franco. A través de terceros que eran amigos, a su vez, de personas de izquierdas que tenían familiares deportados a Mauthausen, se solicitó a las autoridades nazis pertinentes la liberación de esos tres o cuatro familiares. En dos casos fue favorable la intervención y pudieron ser repatriados, en los otros dos las peticiones llegaron demasiado tarde porque ya habían muerto. El resto de los republicanos tuvieron que quedarse en cada uno de los campos donde fue deportado hasta la liberación si no es que se habían liberado de otra manera: muerte o suicidio –que también los hubo-.

Peticiones al gobierno del general Franco por las autoridades alemanas para preguntarle qué hacían con dos mil prisioneros rojos españoles detenidos por las autoridades teutonas en la Francia ocupada también se dieron. Sucedió en la ciudad francesa de Angoulême –que vimos en el capítulo anterior-, y fue la causa que ese convoy formado por familias completas partiese, desde el campo de refugiados francés de Les Alliers, en las proximidades de Anguolême, con dirección hacia el este, hacia Austria, hacia el campo de Mauthausen.

El campo de Les Alliers tuvo la mala fortuna de estar dentro de la zona de ocupación de los alemanes y esa fue la causa de preguntarle, a través de una nota verbal –que paradójicamente estaba escrita como tal-, el gobierno de Berlín, vía Embajada de España en esta ciudad y a través de valija diplomática enviada al Ministerio de Asuntos Exteriores español en Madrid que era desempeñado por Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco, qué hacían con dos mil prisioneros rojos españoles que estaban detenidos en esa ciudad francesa. Esa primera Nota Verbal no fue contestada. Pasado un tiempo prudencial, el gobierno alemán remitió otra -en iguales términos- que, por el mismo conducto diplomático reglamentario, llegó al despacho del Ministro aludido. No pensaba contestar, al igual que había hecho la primera vez. En aquella ocasión simplemente se archivó la Nota. En ésta tuvo a bien anotar al margen de dicha comunicación, y a lápiz, lo que sigue: “Puesto que no procede, archívese”. Puesto que esas Notas no fueron contestadas por ninguna autoridad española, ese convoy partió de Angoulême –como vimos en el capítulo anterior-, con las consecuencias que tuvo el mismo. Muchos de esos pasajeros quedaron allí para siempre; otros, los que se salvaron, tuvieron ese amargo momento para toda su vida en sus mentes y lo revivieron en más de una ocasión.

Es de destacar, igualmente, otro convoy con deportados españoles en unas circunstancias realmente dantescas por lo inaudito de ese viaje. Tanto es así que a ese envío de deportados –que en esta ocasión iban destinados al campo de concentración nazi de Dachau, situado en Baviera, a unos 5 km. aproximadamente de la ciudad de Münich-, se le bautizó, pasado el tiempo, como el “tren fantasma” –algunos de ellos no supieron nunca cómo se había “bautizado” ese convoy. Me estoy refiriendo a un paisano mío, Lorenzo González Salmerón, que formó parte de ese tren, con el que mantuve una extensa correspondencia durante años y al que fui a visitar a la localidad francesa donde residió hasta su muerte en 1988. Tanto su correspondencia epistolar como la entrevista que le realicé en 1981, fueron el “corpus documental” para la elaboración de mi libro, publicado en 2021, bajo el título de “Deportado a Dachau… y sobrevivió. Lorenzo González Salmerón, un virgitano en la tormenta”. Ese envío a Dachau fue completado con españoles republicanos del campo de refugiados (o de concentración, como le llaman otros historiadores) de Noé que fueron dirigidos hacia el campo de Vernet d’Ariege. Allí comenzaron a completar vagones y una vez listo, el tren echó a andar por el camino de siempre: Burdeos, Angoulême, París-Drancy, Münich, Dachau.

Ya en Burdeos estuvieron esperando algunos días antes de partir hacia Angoulême, en las circunstancias que conlleva estar viviendo dentro de un vagón destinado a portar caballos; el tren partió hacia el norte pero al llegar a esa ciudad francesa aludida pensaron retornar ya que hacía poco tiempo que los aliados habían desembarcado en Normandía, y habían penetrado hacia el interior, lo que hacía inseguro que ese convoy llegara a París-Drancy. Efectivamente, ese tren volvió a realizar el camino inverso hacia la ciudad capital de los vinos de La Gironde, en la región de Nueva Aquitania, es decir, hacia Burdeos. Volvieron a esperar en esta localidad otro tiempo viendo la mejor manera de iniciar un nuevo trayecto, libre de peligros con el ejército aliado. Lo hicieron por el sur y el este según el itinerario que sigue: Desde Burdeos siguieron hacia las ciudades de Toulouse, Nimes, Remoulins, Roquemaure, Sorgues, Montélimar, Livron, Loriol, Valence, Pont de l’Isere, Lyon, Dijon, Merrey, Nancy, Metz, Sarrebrück y, de esta manera, llegaron a Dachau. Pero durante ese largo trayecto también pasaron más de una circunstancia. Éstas fueron contadas por un médico español – Vicente Parra- que, igualmente, formaba parte de ese convoy que se dirigía hacia Dachau. Transcribo, ad litere, sus notas:

El 9 de junio de 1944, una unidad del ejército alemán se presentó en el campo de Le Vernet, retiró las armas a los guardianes franceses y se hizo cargo de los prisioneros; el 30 de ese mes se pondría en marcha el traslado de los presos a Alemania: 403 internos de este campo fueron llevados a un cuartel de Toulouse donde iban a constituir el núcleo principal de los deportados del llamado ‘Tren Fantasma’. A ellos se sumarían otros procedentes de la mencionada prisión de Saint-Michel y 20 mujeres de diversos campos de la región.

El 2 de julio emprenden el viaje, hacinados en vagones de mercancías: 70 u 80 en cada vagón pensado para transportar a 40 (…). El tren llegará a la noche siguiente a Burdeos y, tras intentar marcha a París por Angulema, lo incierto de esa ruta y el acoso de la aviación aliada obligan a los alemanes a retroceder a Burdeos. Allí, en la antigua sinagoga, permanecerán los prisioneros desde el 9 de julio hasta el 9 de agosto. Durante ese mes, diez de ellos serán fusilados.

Al ponerse la expedición de nuevo en marcha se habrán sumado a ella otros 110 hombres y 40 mujeres procedentes de la prisión bordelesa de Fort du Hâ. El total de presos ahora es de 690. (…) El convoy logrará, finalmente (…) entrar en Alemania por Saarbrücken el 26 de agosto, ocho semanas después de su desalojo del campo de Le Vernet y tras 18 días sin que los prisioneros hayan bajado de los vagones más que muy ocasionalmente. El 28 de agosto llegarían 536 deportados al campo de concentración de Dachau, cerca de Múnich. Se habían evadido unos 130 en diversos momentos del viaje”.

Como hemos podido comprobar ese viaje, que duró cerca de dos meses y medio cuando lo normal era hacerlo en cuatro días, tuvo que se sobrecogedor e inquietante. Aunque en realidad lo que verdaderamente inquietaba y les turbaba el ánimo a esos viajeros forzados era el pensar con qué era lo que les estaba esperando al final del trayecto. Por más vueltas que pudieron darle a su cabeza la realidad termina superando cualquier atisbo de proximidad, de acercamiento a lo que realmente había sido soñar despierto.

Todos los trenes con deportados republicanos españoles, lamentablemente, llegaron a sus destinos. Para algunos de ellos supuso un viaje de ida y vuelta, para otros –la gran mayoría- solo fue un viaje de ida puesto que quedaron allí para siempre esparcidos por los terrenos de alrededor de los campos en forma de cenizas que habían salido por las chimeneas de los hornos crematorios que cada campo tenía –algunos tenían más de una-, sirviendo de abono en el mejor de los casos. Otros, en cambio, fueron enterrados en una fosa común, otros –incluso- no les dio tiempo ni de una cosa ni de otra.

Cuando un tren llegaba a las puertas del campo lo primero que se encontraba, en la mayoría de ellos, era un lema de hierro forjado, bien sobre la puerta (como en Auschwitz), bien incluido en ella (como en Buchenwald), bien pintado sobre el dintel de la puerta (como en el caso de Terezin o Gross-Rosen). Otros, sin embargo, no ponían nada. En la mayoría de los casos el lema era –seguro que ustedes lo han leído en alguna ocasión o lo han escuchado en algún lugar-, el que sigue: “Arbeit macht frei”, o lo que es lo mismo “El trabajo te hace libre”. Sin embargo, en Buchenwald es diferente –quizá me equivoque pero creo que es el único campo en el que reza ese lema-. En este campo se puede leer, en hierro forjado, lo que sigue: “Jedem Das seine”, que significa “A cada uno lo suyo”. Es de imaginar, cuando vas en las circunstancias que iban todos y cada uno de los deportados, de cualquier país y creencia, la sensación que les daría saber lo que les estaba esperando a través de la lectura de ese lema. Seguramente que muy pocos de los que traspasaban esas puertas sabían hablar o leer en alemán pero, seguro que alguno sí. Pero, antes o después, más temprano que tarde, todos sabrían lo que estaba escrito en esa puerta y a lo que tenían que atenerse, como veremos en el próximo capítulo.

Hemos visto, pues, cómo van a ir llegando, y en qué circunstancias y por los diferentes caminos que han llegado unos y otros a los distintos campos donde han sido llevados, unos más terribles que otros pero, en todo caso, todos campos de concentración, gobernados por sádicos soldados de las SS que no dudaban en pegarle un tiro al que se resistía lo más mínimo y a los que, en principio, iban a aprovechar como mano de obra gratis para sus faraónicas construcciones o para la industria militar de guerra de la Wehrmacht.

*KL: Konzentration Lager, o sea, campo de concentración.

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