Las tensiones alrededor de la guerra en Ucrania volvieron a escalar luego de que Finlandia y Suecia anunciaran sus intenciones de ingresar a la OTAN.
Por Gonzalo Fiore Viani | La Tinta
Finalmente, el gobierno de Finlandia anunció que intentará unirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) “lo más rápido posible”. Esto sucede en medio de la guerra en Ucrania, en un contexto donde, además, el secretario de prensa de Rusia, Dimitry Peskov, ya aseguró que, en caso de producirse, considerará este movimiento finlandés como “definitivamente una amenaza”.
El Kremlin acusa desde hace tiempo a la OTAN de estar librando en su contra lo que se conoce como una “guerra proxy”, es decir, a través de un representante en Ucrania. Finlandia no ingresaría sola a la OTAN, ya que se espera que en el mediano plazo también lo haga Suecia. Se trata de los dos únicos países nórdicos que todavía no integran la organización.
Finlandia y Rusia comparten una frontera de 1.300 kilómetros. Ambos países estuvieron en guerra durante los tiempos de la Unión Soviética (URSS), entre 1939 y 1940, y luego entre 1941 y 1944. Moscú se quedó con el 10 por ciento del territorio finlandés, pero debió concederle su independencia. Por lo pronto, el Kremlin suspendió la exportación de electricidad a Finlandia y prometió más “represalias” en caso de que la adhesión finlandesa a la alianza atlántica se concrete.
La OTAN fue muy cuestionada, especialmente durante los años de Donald Trump en la Casa Blanca. El ex mandatario se mostraba proclive a buscar la desfinanciación del organismo debido a que, según aducía, sobre Washington recaía la mayor parte del peso económico. Tras el final de la Guerra Fría, la alianza, que se había formado con el objetivo de contener al comunismo y sostener el nuevo orden internacional diseñado tras el final de la Segunda Guerra Mundial, perdió su razón de ser original. Pasó, entonces, a “expandir las democracias” liberales alrededor del mundo, con resultados, cuanto menos, poco satisfactorios.
En el escenario multipolar actual, donde el concierto internacional dista mucho de estar constituido por bloques estancos o con un hegemón claro, la OTAN logró lo que podría llamarse un segundo aire. No obstante, actualmente está incumpliendo aquella promesa que le había hecho el entonces presidente estadounidense George W. H. Bush a su homologo soviético, Mijail Gorbachov: “Ni un centímetro más al este”. Con su constante expansión, la OTAN rivaliza con Rusia, que también tiene pretensiones expansionistas, especialmente en lo que considera su zona de influencia.
El ingreso de Finlandia a la alianza atlántica se inscribe en un momento de extrema tensión e incertidumbre respecto de lo que pueda llegar a suceder con la guerra en Ucrania y sus complejas consecuencias. La joven primera ministra finlandesa, Sanna Marin, y el presidente del país, Sauli Niinistö, se mostraron firmes en la decisión de avanzar en la incorporación a la OTAN. Para formalizar el pliego de ingreso, solo queda que el Parlamento y el resto de la coalición de gobierno lo apruebe. A pesar de que el rechazo a Vladmir Putin de sus principales dirigentes, pero también de sus poblaciones, ha primado por sobre la histórica neutralidad de más de 70 años tanto sueca como finlandesa, aún hay escollos por sortear dentro de los propios miembros de la OTAN. A pesar de lo que pueda parecer desde afuera, el bloque no se encuentra tan unificado como aseguran sus principales miembros.
El 29 y 30 de junio próximos, se va a llevar adelante en Madrid la cumbre de la alianza, donde podría concretarse este ingreso. Sin embargo, para que los Estados aspirantes se conviertan en miembros plenos, primero tendrán que ser ratificados por la totalidad de los 30 países integrantes de la OTAN. Se espera que los miembros restantes busquen convencer a Turquía, el único país contrario a aceptarlo. Turquía no apoya el ingreso de Finlandia ni de Suecia a la OTAN, ya que Helsinki y Estocolmo les otorgaron asilo a miembros del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PPK) y a seguidores del predicador Fetullah Gülen, a quienes el gobierno turco considera terroristas.
Las relaciones de Turquía con el resto de sus socios de la OTAN no son las mejores, ya que, el año pasado, Estados Unidos sacó al país del desarrollo de su bombardero más avanzado, el F-35, en represalia luego de que el gobierno de Recep Tayip Erdogan adquiriera baterías rusas antiaéreas S-400. No está claro si esto será parte de la negociación para que Ankara acepte el ingreso de Finlandia y Suecia a la organización.
Esto ha generado la irritación especialmente de los gobiernos alemán, francés y estadounidense, que abogan fuertemente por robustecer la OTAN con el supuesto objetivo de “contener” a Rusia y su avance. Es probable que Ankara utilice como moneda de negociación para aceptar el ingreso de Finlandia varias cuestiones en lo que respecta a equipamiento militar o incluso aportes económicos. Erdogan, en un momento al comienzo de la guerra, intentó mediar, sin éxito, entre Putin y Zelenski. Hoy, su figura vuelve a recobrar importancia en el marco de una guerra que ha transformado diametralmente las correlaciones de fuerza del poder a nivel mundial.
En un escenario global donde la alianza atlántica parece adquirir nuevos bríos y se encuentra, en su mayor parte, abroquelada contra Rusia, lo que sucede con Turquía es un escollo para el fortalecimiento de la propia organización. En este sentido, el mundo continúa reconfigurándose, lo impensado sigue sucediendo y la incertidumbre, seguramente, seguirá siendo moneda corriente en los acontecimientos mundiales futuros.
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