Su primera colaboración fue la exposición que hicieron, en compañía de otros artistas, en el Ateneo de Huelva y dos años después, Lorca le incorpora a La Barraca.
Por María Torres
Contaba José Caballero (Huelva 1915 – Madrid 1991) que aquel verano de 1936 le fue devuelta una carta por la censura militar de Sevilla. El destinatario de la misma era su amigo Federico García Lorca. Estaba abierta y pegada con papel de goma del borde de los sellos. En el folio, escrito con lápiz rojo se leía: «Por su seguridad personal no vuelva a escribir más a esta dirección. ¡Ojo, primer aviso!». Federico ya había sido asesinado, pero José Caballero lo desconocía, pues su familia había hecho lo posible por ocultárselo. Fue entonces cuando le hicieron entrega de un periódico atrasado en el que se había publicado una nota sobre la muerte del poeta. El titular rezaba: «Ya se matan entre ellos. ¿Ha sido asesinado Federico García Lorca?»
El 12 de julio de 1936 se habían despedido en Madrid con un abrazo y la promesa de escribirse –«Escríbeme, no dejes de hacerlo que tenemos que contarnos muchas cosas. Yo también te escribiré»- le rogó Lorca. Pensaban encontrarse durante el mes de agosto en la Huerta de San Vicente, donde el pintor -que ya había realizado las ilustraciones del poema Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935)- iba a realizar un mural sobre la cogida y la muerte del torero para la casa familiar del poeta. El proyecto tan solo se quedó en un boceto que muchos años después José Caballero donaría a la casa natal del Federico. También tenían que trabajar en los decorados de La casa de Bernarda Alba. El golpe de estado y el posterior estallido de la guerra impidieron el encuentro y decapitaron el futuro de ambos.
Se conocieron en 1932. Federico le había enseñado a amar la poesía y le introdujo en el mundo del teatro. Su primera colaboración fue la exposición que hicieron, en compañía de otros artistas, en el Ateneo de Huelva. Dos años después Lorca le incorpora a La Barraca donde Caballero realiza los figurines y decorados de Las almenas de Toro (1934), El Caballero de Olmedo (1935) y El burlador de Sevilla (1935). También colabora en el teatro de realiza Lorca fuera de La Barraca, elaborando el cartel de Yerma (1934) y los decorados y figurines de Bodas de Sangre para su estreno en Barcelona por la compañía de Margarita Xirgu en 1935. El último encargo que le realizó el poeta son los decorados de La casa de Bernarda Alba, obra que finaliza Federico en junio de 1936 y que pensaba estrenar después del verano.
El asesinato de Federico causó una herida mortal en el corazón de José Caballero. La guerra y la posguerra le separaron de todo lo que amaba. Sus amigos estaban muertos o en el exilio. Su familia había sido desterrada a Fuerteventura. Abandona la pintura durante más de diez años.
Fueron años de silencios, de injusticia: «Siempre, desde hace más de veinte años soy excluido de toda manifestación artística, con unos y con otros. ….Todo es injusticia. Todo continúa siendo silencio para mí. Nunca tuve mi momento y siempre fui un excluido a partir de la guerra del 36. Pertenezco a una generación partida y destruida por esa guerra. Luché en solitario y así tendré que continuar siempre, en la más completa soledad, en la mayor incomprensión. Esto es amargo y no vislumbro otra cosa que la amargura y la soledad.»
No fue fácil para José Caballero. Durante la dictadura le acusaban de rojo y tras la muerte del dictador, comenzaron a señalarle como fascista: «Es absurdo… Yo por mi educación, por mis contactos ya anteriores a la guerra, he sido siempre un hombre a la izquierda. Es una cosa muy triste el exilio en tu patria, pero he tenido que amoldarme a vivir en el país en donde vivíamos todos.»
En 1968 visita el escenario del crimen: Viznar. Del impactante encuentro surgen una serie de obras que recogen los últimos días de Federico y escribe:
«Hoy día primero de mayo he subido a Viznar para tratar de encontrarte… Parece un lugar maldito donde crecen púas en vez de flores. Por allí debiste pasar en un camión bamboleante hacia tu destino. He mirado intensamente cada piedra, cada bache, queriendo adivinar lo que irías pensando. Pero sólo encontré silencio… He llegado a la plaza de Viznar, un pequeño pueblo encalado y mortuorio que debió ser alegre y ahora está marcado por su sino. “En las esquinas grupos de silencio” de los que tú has hablado, con sus lenguas atadas por sus pensamientos. Hacía calor, pero un viento helado paralizaba sus miradas duras, alertadas a la desconfianza. Parecía un pueblo definitivamente mudo, ni un gesto ni una palabra, sólo silencio. Un silencio de complicidad o de miedo o de pesadilla o de muerte que les aplasta en vida…
Me pregunto ¿Por qué este silencio? ¿por qué no gritar? ¿por qué no señalar con el dedo y decir aquí cayó, aquí enterramos su cuerpo ensangrentado, aquí dejó de ver Granada para siempre…»
Varios años después, a las cinco de la tarde del 5 de junio de 1987, José Caballero se hermanaba con Federico García Lorca en el pueblo natal del poeta, Fuente Vaqueros. Era el 89º aniversario del nacimiento de Federico.
La memoria no es nostalgia. Este es el título que José Caballero puso a uno de sus lienzos elaborado en 1990. La memoria es ese espacio que siempre ocupan los ausentes y la memoria de Federico está más viva que nunca.
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