Por Jesús Ausín
Arundina se acerca con el puchero recién sacado del llar. Está seria. Como mujer sufre porque tiene ideas propias pero no puede decir nada. Ni su padre, ni su hermano, sentados en la mesa apenas a un metro del hogar en el que chisporrotean las ascuas de unos troncos de roble que calientan la olla suspendida en la chimenea, quieren saber su opinión. No les importa. Los negocios son cosa de hombres. Y eso que ella tiene mucho que decir porque son las tierras de su difunto las que están en juego. Ella sabe que no es aceptable, ni siquiera legal, que su hermano Belarmino siembre las tierras que su pobre marido tenía en usufructo como hijo mayor de su familia. Quizá durante su larga enfermedad que le llevó al cementerio, tenía un pase. Pero ahora que ya no está, su cuñado Fulgencio lleva razón. Él, como segundo hijo varón, tiene todo el derecho a cultivar las tierras de su familia y no un advenedizo que nunca ha sido de su parentela. Además Belarmino ya debería tener suficiente con las tierras de su padre y solo hay que ver a sus sobrinos para darse cuenta el hambre que pasan. Tan escuálidos que se les marcan las costillas. Siempre con ropas raídas que heredan unos de otros. ¡Si hasta el mayor hereda las ropas que la pobre Arundina les arregla de su hermano Fulgencio!
Liborio, el padre de ambos, es el que le calienta la cabeza a su hijo Belarmino con peregrinas ideas sobre derechos adquiridos. Le dice que como él ha estado trabajando las tierras durante poco más de un lustro, tiene derecho a una compensación por las piedras quitadas en el páramo. Aunque no cuenta que durante esas cinco cosechas se ha quedado con toda la producción incumpliendo lo pactado con el suegro de Arundina, que estableció que debería haberle dado un tercio de la cosecha a Fulgencio, que para eso le ayudó con los mulos, en la siembra. Y estuvo como un clavo madrugando todos los días del verano para segar, acarrear y trillar, no solo los cereales sacados de las tierras de su padre, sino de todas las que Belarmino trabaja. Y aventando. Y metiendo la paja en el pajar.
El hijo discute con su padre. Dice que le dan pena los hijos de Fulgencio. Siempre llenos de mocos en invierno. Flacos como un perro sin amo. Y que, sin ayuda para trabajar todas las tierras, sería mejor devolverle a su dueño lo que le pertenece.
-¡De ninguna manera! -Tercia el padre- ¡Tu también tienes familia y tu hermana tiene derecho a ser compensada por haber tendido que cuidar de ese desvaído con el que nunca debería haberse casado!
Arundina sirve los garbanzos mientras sus vidriosos ojos están a punto de llorar. Se casó porque quiso. Porque Cleto era bueno, cariñoso, trabajador y prudente. Un poco enclenque. Pero siempre atento y servicial. Ella era lo primero. Por ella se hizo cargo de las tierras. Unas malditas tierras que le llevaron al hoyo.
-Hoy ha vuelto a venir a casa a reclamar lo suyo. -le dice Belarmino a su padre.- Y me ha dado un plazo de una semana para solucionar el tema.
-Ten cuidado. -le contesta el padre.- Todo lo que Cleto tenía de frágil, este lo tiene de animal. Es buena persona pero cuando se cabrea… Acuérdate cuando le pegó el puñetazo en la cabeza al mulo y tuvimos que venderlo porque no podía comer.
-Le voy a devolver las tierras, padre.
-Tú sabrás. Pero luego a mí no me vengas pidiendo ayuda. Y el padre de Donora, si tienes menos tierras…
-¿Qué?
-Nada, nada. Pero un hombre sin hacienda es como una cochiquera sin cerdos.
-¿Tú crees que no nos va a dejar casar? ¡Si tenemos tierra suficiente!
-Tú sabrás hijo.
Arundina recoge la fuente de barro en la que han comido en común y las cucharas de madera que fregará en la palangana de la despensa.
…
Fulgencio llama a Belarmino. El portillo superior de la casa de su cuñada está abierto. No se atreve a pasar. Le recibe Liborio y le dice que Belarmino viene ahora. Mientras hablan en el portal, de la oscuridad de la cuadra, sale un azadón vuelto del revés que golpea fuertemente en la cabeza de Fulgencio.
Ya no volverá a reclamar las tierras.
Familia
Parafraseando a la directora del Diario Público, Ana Pardo de Vera, se nos ha quedado cara de gilipollas. Nuevamente. Aunque precisamente por no ser la primera (ni la décimo quinta) ya deberíamos saber quiénes son esta gente que se dedican a agasajar los oídos de los españoles menos afines al hijoputismo, prometiendo lisonjas que siempre quedan en nada la mayor parte de las ocasiones o se convierten en veneno en otras.
Como ya escribí en este artículo Pedro Sánchez es uno de los mayores embaucadores que he tenido la desgracia de padecer. Por lo cual, no debería extrañarnos que todo de lo que dice que va a hacer, al final se quede en humo. Cantos de sirena para engañar a sus pobres correligionarios.
Hoy como hemos visto en Ecuador, Argentina, Brasil o Venezuela, ya no se dan golpes de estado con militares y armas sino usando la judicatura, el FMI o cualquier otro medio de control que a los dueños del imperio se les ocurra.
Mientras escribo esto, ha saltado la noticia de que han roto las negociaciones con los catalanes y que el relator se ha quedado en Flautista de Hamelín. Que, una vez camelados los españoles que se dicen de izquierdas con su farfulla de intenciones que, insisto, nuevamente queda en nada, prefieren elecciones porque de lo que se trata no es de mejorar la vida de los habitantes de esta España maliciosa, sino de que ellos, los que han vivido como dios en este sistema (y en el anterior) puedan seguir con sus mamandurrias, sus “business” y sus corruptelas.
La situación es bastante preocupante. Se comienza a parecer demasiado a la España de 1933, en la que los que ahora están conglomerados en el trifachito y entonces lo hacían en la Unión de Derechas y Agrarios, se dedican, hoy como entonces, a amedrentar y a insuflar el caos. Metiendo miedo en unos casos y creando rabia en otros. Además de esmerarse con argucia, a otro tipo de actividades menos lícitas con el fin de preparar el terreno para una toma del poder por la fuerza si hiciera falta. Entonces, en 1933, las elecciones que ganaron cómodamente les llevó a una tregua. Entonces, como ahora, en el momento que han perdido el gobierno, han empezado a difamar al adversario asegurando que usurpan el poder, instigando acciones para volver a ocuparlo, aunque sea de forma abrupta como en 1936. (Hoy como hemos visto en Ecuador, Argentina, Brasil o Venezuela, ya no se dan golpes de estado con militares y armas sino usando la judicatura, el FMI o cualquier otro medio de control que a los dueños del imperio se les ocurra).
Cualquier persona no cegada por su ideología debería poder discernir que lo blanco no puede ser negro dependiendo del interés de quién lo divisa. Que si en Cataluña un acto parlamentario es una rebelión y un golpe de estado como han venido asegurando los trilerdos, en Venezuela proclamarse presidente en una manifestación, no puede ser un acto legal. Y por la misma razón si lo sucedido en Venezuela es legal (a pesar de que la ONU, la OEA, la legalidad internacional y el 90 % de los países del mundo dicen que no) lo de Cataluña, con más motivo, no puede ser ni rebelión ni golpe de estado.
Ambos sucesos tienen una característica en común. En ambos casos los que pierden siempre son los habitantes de esos lugares y los que ganan, aquellos que desde la sombra incitan, como Liborio en el relato que ilustra este artículo, a que los demás actúen y peleen entre ellos para salvaguardar los intereses de los incitadores.
Los incansables de la matraca, los trilerdos del trifachito, aseguran que todo lo hacen para salvar a España. (…) Lo que pretenden es salvar a España de los españoles. De los que no piensan como ellos.
Tengo ya calva suficiente como para saber que a lo largo de la historia, siempre perdemos los mismos. A pesar de ello, creo firmemente en la lucha por la igualdad y los derechos sociales, porque si algo hemos avanzado en la historia de la humanidad es por el interés del ser humano por cambiar las cosas. Todo interés, toda observación, ha llevado un cambio que ha mejorado las condiciones de vida de la especie. Si por la derecha fuera, seguiríamos viviendo en cuevas y usando la fuerza física para dirimir conflictos y ganar estatus social. Desde el fuego a la electrónica, todo descubrimiento fue en pos de mejorar nuestras condiciones de vida , pero también, desde el fuego a la electrónica, siempre ha habido joputas que, oponiéndose a la investigación, han acabado utilizado todo para su propio beneficio y en consonancia, para el perjuicio de otros. Siempre acompañados de vividores que se autodenominaban magos que han atribuido nuestros males a un ser superior y a su cabreo por causa de nuestras acciones (que casualmente siempre son reprobables si perjudican al joputa) y que, cuando alguien ha osado discutir esa teoría, han tendido un dedo para evitar que la gente vea la luna y para que la mayoría, absorta en el dedo, silencie al díscolo.
Hace muchos años que descubrí que en todos los sitios cuecen habas y que haber nacido aquí o allí no da ninguna cualidad especial que te haga mejor o peor persona (ni diferente) que el que ha nacido a veinte o a veinte mil kilómetros. Precisamente por eso, ninguna nación, patria o territorio merece que se derrame una gota de sangre. En cambio, las condiciones de vida, los derechos que nos hacen vivir mejor o peor, si debieran ser motor de lucha de todos.
Desgraciadamente, en esta nación llamada España, hay demasiada gente dispuesta a que otros mueran por la patria y muy poca a luchar con uñas y dientes por la sanidad, la educación, el salario, las pensiones, la casa, el trabajo o la justicia, o contra la corrupción, la mentira, el cohecho, el tráfico de influencias, las comisiones o los sobresueldos.
Los incansables de la matraca, los trilerdos del trifachito, aseguran que todo lo hacen para salvar a España. Sus abstraídos seguidores compran el discurso. Pero cuando les pregunto ¿Qué es España? Lo más coherente que saben decirme es que es un lugar que ocupa casi toda la Península Ibérica. Una definición geográfica. Y entonces, vuelvo a preguntar ¿de quién o de qué hay que salvarla? ¿De un meteorito? ¿Del cambio climático? Parece que no. Lo que pretenden es salvar a España de los españoles. De los que no piensan como ellos, claro. De los que no defienden sus mamandurrias. Estos días atrás fue viral en twitter este cartel:
Llama la atención que cuantos más beligerantes son con lo público y los derechos, más años han vivido del presupuesto público y menos han contribuido al sostenimiento del estado.
Deberíamos parar y pensar un rato. Apartar el dedo y mirar la luna. Quizá nos haría ver la claridad en medio de la negrura de la noche eterna en la que vivimos. ¿En una familia, quiénes forma parte de ella? ¿Si uno de los hijos es homosexual, deja de ser de la familia? ¿Si una hija es lesbiana, deja de formar parte de la familia? ¿La madre y las hijas, por ser mujeres, no son de la familia? ¿Solo el padre maltratador que siente, como conforme sus hijas crecen, que pierde la hegemonía, es parte de la familia?
Pues España, querido lector no es más que un pacto familiar. Un pacto de millones miembros que por afinidad e intereses comunes actúan de forma conjunta. Los negros, los rojos, los amarillos, las lesbianas, los gays, los vagos, los que tienen síndrome de Aspergen, los que han nacido con síndrome de Dawn, … todos formamos parte de esta gran familia. Intentar que todos los distintos desparezcan es genocidio. Silenciarlos, fascismo. Apartarlos y obviarlos, lo hacen los tiranos. Y si algunos miembros de la familia no está de acuerdo o ya no ven que los intereses de los demás coincidan con los suyos, y quieren dejar formar pare del pacto, lo lógico es que dejemos que lo hagan. Pretender que se vayan de su casa argumentando que es nuestra es estúpido y sobre todo desleal, abusivo y fuera de toda lógica.
Nunca he sido religioso. Quizá por eso, que me quieran salvar, me dé grima. Dos no discuten si uno no quiere. Y cuando se quiere acabar la disputa abandonando, perseguirle para seguir peleando, ¿A quién beneficia?
Mejor nos iría peleando por tener un salario justo. Porque cuando pidas cita con el médico, no te den para dentro de tres días y tengas que acabar en unas urgencias colapsadas por la falta de personal y porque se han cerrado plantas en el hospital. Mejor nos iría si les diéramos una patada en el culo a los salvapatrias y lucháramos porque nuestros hijos pudieran estudiar lo que quisieran, sin estar hacinados y sin tener que empeñar un riñón para ello. Mejor luchar por que las eléctricas no nos timaran diariamente con el precio de la luz y que la gente no muriese de frío por no poder pagar la calefacción. O porque los bancos, que han solventado su quiebra a costa de nuestros impuestos, tuvieran que devolver lo que se han llevado. O porque un endémico poder judicial sirviera de verdad para hacer justicia y no para dictaminar sobreseimientos.
Mientras tú tienes que esperar seis meses para que te vea el especialista, estos jetas se gastan 18 millones de euros en viajes. Eso sí, sin dar explicaciones.
Los toros embisten ante un trapo de colores porque sienten atacado su territorio y acaban todos en el matadero. Ustedes mismos.
Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.
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