Cristina Pimentel: “La idea de represión es para mí un condicionante fundamental, no solo para comprender la historia de mi familia sino la realidad del pasado reciente de este país”

A día de hoy, no hay  una oficina, a nivel estatal, a la que acudir para iniciar estos trámites y donde las víctimas del franquismo se sientan atendidas, informadas y respaldadas.

Por Sol Gómez Arteaga

Conocí a Cristina Pimentel Huerga el 30 de agosto de 2013 en el Paseo de Samotracia de Ponferrada en un acto organizado por la ARMH con motivo del Día del Desaparecido. Ella es familiar de represaliados y está muy vinculada a la ARMH. Regenta desde hace seis años, junto con Jesús Palmero, la editorial ”Marciano Sonoro” con sede en la localidad leonesa de San Román de la Vega, dedicada a la escritura y a la música que, sin prisa pero sin pausa, se va abriendo camino en el sector.

El entusiasmo, el cuidado, tanto hacia los libros como hacia los autores de los mismos, el trabajo de calidad, la integridad, tan difícil de ver en estos tiempos, son sus señas de identidad. Ello le ha llevado a recibir el pasado año en su XII edición el premio “Diálogo”, que otorga la Fundación Jesús Pereda de CC.OO de Castilla y León, por su apuesta por el mundo rural y el descubrimiento y promoción de autores emergentes a quienes hace cómplices del proceso editorial que nace de la autogestión y el amor a los libros. 

Cristina Pimentel Huerga, como impulsora de una necesaria labor editorial y como mujer vinculada por razones familiares con la Memoria Antifranquista es, sin duda, referente y voz  imprescindible en esta sección.

Cuéntanos para Nueva Revolución la historia de tu familia represaliada.

En mi familia, como en la de miles de familias de este país, nos han tocado de lleno los terribles actos de la represión franquista como el asesinato, el exilio y, por supuesto,  las amenazas y persecuciones durante toda la posguerra.

Desde muy pequeña percibí la ausencia en el núcleo familiar de mi tío Daniel Huerga Merayo, bueno, en realidad el tío de mi padre pues era el hermano de mi abuelo Mero.

En mi casa y en casa de mis abuelos siempre se hablaba de él, mas con pena que con alegría, sobre todo por parte de mi abuelo, siempre queriendo saber de su hermano con un deseo permanente de reencuentro. A mí nunca me pareció extraña esa ausencia, simplemente era un familiar que vivía en México y poco más.

En el año 1978, ya muerto el dictador, vivimos un acontecimiento en nuestra familia: el tío Daniel y su esposa Marta vinieron a España. Estuvieron en Astorga (la ciudad en la que se estableció mi abuelo después de la guerra y en la que todavía vivimos) y, cómo no, viajó también a su Bembibre natal. Ese día fue muy especial, sin yo saberlo, aunque la diferencia la marcaba que comíamos todos en casa de mis abuelos. Mis padres, mi hermana, mis tíos, mis primos y, como no, Daniel y Marta. Sí recuerdo, tal vez porque lo hemos hablado muchísimas veces en casa, que mi abuelo cocinó fréjoles. No recuerdo nada más en especial de ese momento a no ser la alegría familiar de todos los adultos. Como no podía ser de otra manera, muchos años después, cuando supe que el tío Daniel no se había ido a México como emigrante, sino que aquel lindo país lo había acogido como uno más de los muchos exiliados que salieron de España al finalizar la guerra, todo empezó a tener sentido.

Si pudiera pedir un deseo sería poder recuperar ese momento para vivirlo desde mi yo como adulta, sobre todo, para poder entender e incluso participar de aquellas conversaciones que en tantas ocasiones he intentado recrear en mi cabeza. Poder hacerle a Daniel todas las preguntas que aun a día de hoy siguen sin tener respuesta. Completar la historia de un hombre que, siendo muy joven, inició su compromiso político en la Revolución del 34, por el que pagó un terrible precio, y que ya en el 36 luchó en el Frente Norte, donde fue herido y evacuado a Barcelona, teniendo que huir finalmente a Francia para embarcarse en el Méxique rumbo al país en el que construiría una nueva vida, creando una familia y añorando su tierra berciana.

Solo añadir un dato, pese al exilio es tanta la huella y la idealización de su presencia que dejó en nuestra familia que, curiosamente, al realizar el árbol genealógico de los Huerga me he encontrado con que en nuestra familia hay doce miembros que llevan su nombre, cuatro Danielas y ocho Danieles. Yo creo que eso no es casualidad.

Si el dolor del exilio fue algo de lo que se hablaba y que estuvo presente en el día a día de la familia, no fue así con el asesinato de mi tío abuelo, Bernardo Álvarez Trabajo.

En el año 2005, mi compañero, haciendo una entrevista a un historiador de Bembibre  para un documental, sacó el tema de que yo tenía familia en Bembibre, que mi abuelo había nacido allí y que era hijo de los propietarios de la panadería de la Villa Vieja, y esta persona le contó que estábamos vinculados con un guerrillero desaparecido al que llamaban “El Gasta”. Cuando ya en casa me lo comentó con gran sorpresa, inmediatamente llamé a mi madre y claro, ella rápido me dijo: “Si claro, el tío Bernardo…”, y me cuenta lo poco que sabe. Yo no entendía nada, a mi tía Socorro, la mujer de Bernardo y hermana de mi abuelo, yo la conocí siendo viuda pero nunca pregunté, ni me inquietó, quien había sido su marido ni por qué había muerto. Y claro, ya con esa edad, a mis 35 años, y con mi conocimiento de lo que había pasado en España desde el año 1936 al 1975, inmediatamente fui consciente de que Bernardo no había muerto, sino que detrás de su desaparición seguramente se escondía una de esas muchas historias de exterminio político que se produjeron a lo largo de todo el franquismo.

El esclarecimiento de lo que había sucedido con Bernardo no se produciría hasta 2012,  momento en el que, gracias a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), y en especial al historiador, tristemente desaparecido, Andrés Crespo, accedimos a la documentación con la que ellos trabajaban y supimos la realidad. Fue en el año 1948 cuando la Guardia Civil se presentó en casa de Bernardo para detenerle debido a una delación relacionada con su colaboración con la guerrilla antifranquista. Él consiguió escapar de la casa y huir al monte. Desde ese momento se pierde la pista y, con los años, mi tía abuela Socorro pasa a ser para la familia una viuda, aunque, evidentemente, no reconocida por el régimen. Supimos que existía un acta de enterramiento, una foto del cuerpo, y una autopsia que ubica sus restos en una fosa en la parte civil del cementerio de Teilán (Lugo). También supimos que había sido asesinado el 22 de julio de 1949 por un infiltrado de la Guardia Civil que había acabado con él y con sus otros dos compañeros de guerrilla.

Y después está toda esa violencia que se ejerce sobre los familiares de las víctimas durante toda la posguerra, como le sucedió a mi abuelo Mero, que vivió requisas periódicas del pan de la panadería así como amenazas continuadas por parte de algunos miembros, extremadamente represores, de la Guardia Civil.

Evidentemente la idea de represión es para mí un condicionante fundamental, no solo para comprender la historia de mi familia sino la realidad del pasado reciente de este país.

Cuándo y cómo surge tu relación con la ARMH con la que estás estrechamente vinculada.

El día 16 de julio de 2012 el magnífico equipo humano de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica llega con su furgoneta cargada con las herramientas necesarias para volcarse de lleno en la apertura y posterior exhumación de una fosa que ya habían localizado en la zona del Grillo, en San Justo de la Vega, ayuntamiento al que pertenece el pueblo donde vivimos.

Ese mismo día yo no pude ir pero si lo hizo mi compañero, que le comentó a Marco, vicepresidente de la Asociación, que yo tenía un familiar desaparecido y que queríamos iniciar los pasos necesarios para su búsqueda. Al decirle a Marco que el familiar era el guerrillero Bernardo Álvarez Trabajo este se alegró muchísimo pues, según le dijo no hacía ni un mes que habían localizado la fosa y ahora les tocaba a ellos localizar a la familia. Al día siguiente, nos puso en contacto con Andrés Crespo, historiador y arqueólogo gallego, voluntario de la ARMH. Andrés nos cautivó desde el primer momento al sacar de su bolso inmediatamente unos papeles manuscritos de los cuales nos leyó, al pie de la letra, los datos de la autopsia realizada al cuerpo de Bernardo. Él y su compañero, también historiador, Alejandro Rodríguez, tenían muy avanzada la investigación sobre el “El Gasta” al ser este un guerrillero que aparecía  en muchas referencias de la guerrilla galaico-leonesa.

Marco me pide que, por favor, sea yo quien hable con el hijo de Bernardo, Santiago Álvarez Huerga para ver si él quiere recuperar los restos de su padre. Tardé días en afrontar esa llamada pues tenía muchas dudas y temores. Pero bueno, evidentemente salió todo bien y  muy ilusionado autorizó la exhumación.

Evidentemente Santi siempre había pensado en su padre, donde estaría y como podría encontrarlo pero, por desgracia en este país, incluso a día de hoy, no hay  una oficina, a nivel estatal, a la que acudir para iniciar estos trámites y donde las víctimas del franquismo se sientan atendidas, informadas y respaldadas por una institución que  inicie los procesos necesarios de investigación y dignificación de esas personas que fueron asesinadas injustamente. Esa necesaria lucha por la verdad, la justicia y la reparación la encontramos en la ARMH.

Pocos días después participamos en la exhumación de Perfecto de Dios, en Chaherrero (Ávila). Verles trabajar fue, podríamos decir, un flechazo. A partir de ese momento hemos colaborado con ellos en la medida de nuestras posibilidades.

Llevas años colaborando activamente en el trabajo por la recuperación de la memoria, participando en documentales, asistiendo a exhumaciones, así como a multitud de actos relacionados con la Memoria Histórica. Hablamos de los hitos más importantes de esa trayectoria.

Pues sí. En esa exhumación de San Justo de la Vega me quedé fascinada de lo que aquella acción suponía a nivel histórico, emocional e incluso como justicia social para los familiares. No es el Estado quien ampara a las víctimas del franquismo sino las asociaciones, los voluntarios y la gente de a pie la que realiza ese trabajo, por eso me gusta hablar de justicia popular. Ver trabajar al equipo me impresionó por muchos motivos: la edad de la mayoría de los técnicos y voluntarios, casi todos ellos más jóvenes que yo (muchos no llegaban a los 30 años) y sus diversas procedencias (la mayoría eran españoles, y no todos tenían familiares represaliados, pero también había voluntarios procedentes de otros países, lo que indica como se observa este problema desde fuera). También me emocionó la delicadeza, el cuidado y el respeto con el que realizaban su trabajo. Aquellos cuerpos que estaban en la fosa eran de hombres que habían sido asesinados y los habían dejado tirados con el mayor desprecio. No solo los torturaron sino que los mataron y los arrojaron al monte para que su ejecución sirviese de ejemplo, sembrando el miedo en la población.

Por supuesto, he participado en algunas entrevistas, documentales y, sobre todo, en algunas exhumaciones, claro que sí, y lo seguiré haciendo siempre que me sea posible o se me necesite para algo, es una decisión que ni siquiera la tomas de una forma consciente, sino que es algo que te lo pide el cuerpo, podríamos decir que es casi una nueva perspectiva desde la que ver la realidad de tu tiempo. Esto es algo que tuve muy claro después de una conversación con Francisco Martínez, Quico, el último guerrillero antifranquista vivo del Bierzo. Incluso hace unos días, en que volvimos a hablar por teléfono, me recordó y me pidió que nunca deje de hablar de Bernardo. Y sí, eso es lo único que puedo hacer, por él, por mi abuelo, por Daniel, por mi familia en general, pero, sobre todo, por todas esas víctimas que aún hoy siguen esperando encontrar a un familiar desaparecido y esclarecer la verdad de su pasado. Y, además, porque en tema de derechos humanos no se admite un debate y, si me apuras, ni siquiera una opinión. Los derechos humanos son.

Ni que decir de lo que ha pasado este verano en Villadangos del Páramo donde se quiere abrir una fosa por petición de los familiares y al presidente del pueblo, que evidentemente se opone a dicha exhumación, no se le ocurre nada más extraño que convocar en concejo a sus vecinos para que se decida en votación si se abre o no dicha fosa… Por favor, qué terrible concepción de la democracia… En qué país vivimos.

Qué sentimientos te despierta la exhumación de una fosa.

La emoción primera fue verles trabajar. Yo nunca había presenciado una exhumación y, como bien sabes, las televisiones prácticamente no se hacían eco de esta realidad.

Por ejemplo, durante una de las jornadas de trabajo, mi pareja se acercó a la fosa con un amigo y al salir de allí, éste emocionado, le dijo algo que me gustó y no olvidaré: “Muchas gracias por haberme traído porque es la primera vez que estoy tan cerca de la Historia. He sido testigo de cómo los arqueólogos y voluntarios han ido desvelando una realidad que desconocía”.

Verles trabajar fue, podríamos decir, un flechazo. Me impresionó el cuidado con el que realizan su labor, el respeto hacia los restos encontrados y especialmente el cariño con el que tratan a los familiares.

Unos meses después, en septiembre de 2015, era yo, como familiar, quien vivía ese cúmulo de emociones: la alegría, la pena, la rabia y la sensación final de alivio.

Ver y vivir en primera persona todo aquello me empujó a querer pertenecer a aquel colectivo e inmediatamente nos hicimos socios. El formar parte de aquella familia me hizo entender la Memoria Histórica como una militancia y casi diría como una forma de vida. No dejas de experimentar emociones con cada fosa que se abre, estés o no presente. En mi caso, por circunstancias, no puedo asistir a todas las exhumaciones que quisiera, aunque deseo siempre estar lo más cerca posible de los diversos procesos que conlleva una exhumación. No sé, hace tiempo un conocido me trasmitía que yo le daba pena cuando sabía que estaba en una exhumación. Le dije que se equivocaba, que era todo lo contrario. Para mí es una inmensa alegría estar allí, poder formar parte, poniendo mi pequeño granito de arena, de ese equipo humano que con su trabajo, y desde el voluntariado, recupera los restos de las víctimas y contribuye en su dignificación. Creo que esa sensación solo se experimenta in situ. Ser testigo del momento en el que se le trasmite al familiar que los restos encontrados pueden ser los de su padre, su madre, su hermano… Son experiencias que te trasforman. Lo cierto es que creo que todo es mucho más fácil con el trato que las familias reciben por parte de los voluntarios de la Asociación. Desde mi experiencia, y lo que he visto en muchas ocasiones, es impecable. Te sientes acompañada en todo momento. Es más, el caso de mi tío abuelo no se resolvió en la primera exhumación pues el análisis de ADN confirmó que no era él y hubo que volver tres años después. Para mí fue durísimo y de no ser por Raúl, el psicólogo de la Asociación, no sé ni cómo hubiera podido afrontar todo aquello. Sin yo poder controlarlo no dejaba de llorar. Eran muchas cosas, muchos sentimientos y, sobre todo, el doloroso descubrimiento de mi pasado familiar.

Cuando por fin los restos de Bernardo fueron exhumados y todo quedó recogido, como si allí no hubiese pasado nada, me vi sola ante la caja de cartón que contenía sus restos. Alejandro, el historiador, se acercó a mí, cogió la caja y ofreciéndomela me dijo:  “Toma Cris, esto es tuyo…”

Desde la editorial “Marciano Sonoro” hay algunos títulos que claramente tienen que ver con la Memoria Histórica y con nuestro pasado más reciente: los disco-libros “Párvula-Nanas” y “Me sobra el corazón” de la cantautora Isamil9, “Donde está nuestro pan”, de Abel Aparicio, “La primavera antifranquista”, de Alejandro Martínez Rodríguez, “Tierra de lobos, urces y hambre” de Gregorio Urz. ¿Se puede desligar vuestra labor editorial del compromiso personal?

“Marciano Sonoro” es una aventura que iniciamos mi compañero Jesús Palmero y yo en el año 2015, y curiosamente su origen parte de un libro titulado “Alboradas en los zurrones del pastor” en el que Abel Aparicio afrontaba la temática de la memoria en algunos de sus poemas. La editorial no deja de ser una prolongación de muchos de nuestros deseos e intereses como personas y como ciudadanos. La mayor parte de los autores que trabajan con nosotros se vinculan al proyecto no solo por un interés estrictamente editorial sino que existe una afinidad emocional con nuestra forma de entender la vida.

Recientemente hemos creado una nueva colección titulada “Espejo y realidad” en la que vamos a ir incorporando títulos ensayísticos en los que se abordan aspectos de nuestra historia reciente. De alguna manera, este es nuestro compromiso en materia de educación y divulgación con el esclarecimiento de los recovecos más oscuros de nuestro pasado.

Es muy importante para nosotros editar también trabajos históricos realizados por no profesionales, puesto que entendemos que la construcción de la gran Historia general tiene que estar sustentada por una red de pequeñas historias locales. Es por ello que hemos publicado también una obra como “Tiempos extremos” en la que José Álvarez abordó con una sensibilidad extraordinaria, basada fundamentalmente en testimonios orales y documentación local, los hechos de posguerra en la localidad de Quintana de Fuseros en el Bierzo.

Una de las experiencias editoriales más bonitas que hemos tenido últimamente ha sido el alcance y la repercusión extra-editorial que ha generado la obra “¿Dónde está nuestro pan?” de Abel Aparicio. La sensibilidad con la que ha afrontado la problemática de la mujer minera ha generado cosas que no nos hubiéramos podido ni imaginar. Los encuentros que el autor tenía con el público en diferentes lugares se convertían, en muchas ocasiones, en auténticos filandones donde los asistentes compartían recuerdos y experiencias. Al mismo tiempo, la maravillosa foto que ilustra la portada se convirtió en todo un homenaje al trabajo de la mujer en la mina, llegando incluso a replicarse en formato de mural urbano en la población de Almagarinos, y suscitando en la prensa provincial una fructífera indagación sobre la autoría de la foto que en el momento de la publicación era desconocida.

Sin duda, la posibilidad de que nuestra inquietud por la Memoria Histórica se vea reflejada en nuestro trabajo editorial es una motivación más que nos permite seguir adelante.

Qué tendría que pasar o cuando crees que, en materia de Memoria Histórica, se habría conseguido saldar deudas con nuestro pasado.

Una de las experiencias más inolvidables por las que he pasado desde que pertenezco a la ARMH ha sido conocer y compartir momentos con dos personas cuya lucha en busca de una justicia reparadora de las víctimas es absolutamente admirable. Se trata de Ascensión Mendieta y Darío Rivas, ambos ya fallecidos, que consiguieron recuperar los restos de sus padres después de muchos años de dolor y perseverancia. Darío además estuvo en el grupo inicial de querellantes que en el año 2010 permitió que la jueza argentina, María Romilda Servini, abriese la puerta a la investigación del genocidio y crímenes de lesa humanidad cometidos en España durante la Guerra Civil y la dictadura. Gracias a esa misma Querella Argentina, Ascensión viajó en 2013 al país latinoamericano para realizar una petición a la jueza consiguiendo que, ante la inoperancia de la justicia española, esta dictase orden de exhumación del cuerpo de su padre, Timoteo Mendieta.

Estos dos ejemplos son referencias fundamentales que de alguna manera marcan las pautas a seguir para encontrar esa justicia que en la mayor parte de los casos llega tarde.

Con respecto a la sociedad actual, me molesta muchísimo cuando algunas personas dicen que para qué volver a hablar de ese tema, que eso es el pasado y debemos avanzar, que todo esto es abrir heridas.  Pues no, señores, el problema es que durante los años del franquismo las familias que sufrieron la represión, que les asesinaron a alguno o varios de sus miembros, y que ocultaron los cuerpos, no pudieron realizar el duelo que una muerte conlleva. Velar, enterrar y honrar a tus muertos es algo que está protegido por los derechos humanos y solo quien ha pasado por ello sabe del dolor profundísimo y de la necesidad de poner punto final a esa fase inconclusa.

Además, hay una cuestión muy importante que está demostrada. Se trata del sufrimiento heredado por las generaciones siguientes que deja una profunda huella psicológica. Los nietos de hoy han vivido el silencio de sus padres y luchan por resarcir el terror y los anhelos de sus abuelos.

Sin lugar a dudas es importantísima la visibilización de las víctimas, la creación de memoriales individuales y museos, o la creación de un gran centro estatal de Memoria Histórica. Pero, sobre todo, tienen que crearse unas dinámicas educativas sólidas, que no estén al amparo de los cambios políticos, que permitan la incorporación a los currículos educativos de esa parte de nuestra historia que a día de hoy sigue sin contarse.

El camino iniciado por Emilio Silva en Octubre de 2000, con las primera exhumación   realizada bajo criterios científicos para recuperar los restos de su abuelo en Priaranza del Bierzo, fue el germen del que surge la ARMH. Casi veintidós años más tarde, con cientos de exhumaciones realizadas, todavía no existen unas políticas gubernamentales que aseguren el final de la existencia de fosas comunes en España. En el año 2014, el Relator Especial sobre la promoción de la verdad, la justicia y la reparación y las garantías de no repetición de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) pidió a las autoridades españolas atender de manera urgente las demandas de las víctimas en términos de la verdad y establecer un mecanismo con ese propósito. De eso ya hace ocho años y no se han tomado medidas.

Queda aún mucho trabajo por hacer y, sin lugar a dudas, el papel de las asociaciones es fundamental y un apoyo muy importante para las familias de las víctimas.

Esta pregunta la hago siempre pero es que es muy importante, pues el futuro de la memoria está en las generaciones que nos siguen. Qué les dirías a las generaciones futuras en materia de memoria.

En la actualidad el estudio de las fuentes documentales está muy avanzado, tenemos documentación digitalizada, se han publicado numerosos estudios históricos desde diferentes perspectivas, análisis académicos y visiones personales, y además el cine y la televisión han abordado el tema con películas y documentales. Desde otras disciplinas, no estrictamente históricas, como la literatura y el arte contemporáneo se abordan diferentes particularidades del problema. Casos como el de Ascensión Mendieta tuvieron un intenso seguimiento por parte de algunos medios de comunicación sensibles con las cuestiones de la Memoria. Es evidente que las bases están ahí, ahora toca desarrollar las metodologías para que, de aquí en adelante, exista una continuidad rigurosa en los trabajos, tanto de investigación como de exhumación, y que los jóvenes políticos comprendan que todas estas cuestiones necesariamente tienen que estar en su agenda. Evidentemente la cuestión, antes mencionada, de la inclusión de dinámicas educativas en las que se aborde la necesidad de resolver el problema de los desaparecidos es fundamental. Este país necesita normalizar esta cuestión y su solución será realmente posible.

Participaste en la película “Madres paralelas” del director del cine más internacional, conocido, emblemático e iconoclasta, ¿Cómo surgió y cómo fue la experiencia del rodaje en la élite el cine español?

Pues sí, ha sido una experiencia inolvidable y preciosa.

Todo surge cuando mi buen amigo René Pacheco, que durante muchos años ha sido arqueólogo de la ARMH y que en la actualidad forma parte del EAAF (Equipo Argentino de Antropología Forense) trabajando en México, nos convoca a una serie de compañeros para formar parte de un proyecto realmente sorprendente. La productora El Deseo se había puesto en contacto con él para asesorar en escenas relacionadas con una exhumación que iban a aparecer en la siguiente película de Pedro Almodóvar. Además desde la productora querían que esas escenas estuviesen realizadas por gente que al menos hubiera estado alguna vez en fosa, y no por actores o figurantes.

Y así es como me vi incluida entre los exhumadores de la película “Madres Paralelas”. Participar en este proyecto cinematográfico de un autor al que he admirado siempre, y además hacerlo sabiendo que se afrontaba un tema de Memoria Histórica ha sido un regalo impagable.

Desde el primer día de rodaje experimentamos un cariño muy especial de todo el equipo, en particular por parte de la actriz Rosy de Palma que se interesó de forma personal por el trabajo que se realiza desde las asociaciones. Hubo un momento muy especial para nosotros el último día de rodaje en el que, como suele hacer en todas sus películas, Pedro Almodóvar fue agradeciendo, uno por uno, a los actores de la película su trabajo, pidiendo también un aplauso para los exhumadores y todo el equipo de rodaje rompió en una ovación que nos dejó mudos. Evidentemente, ese aplauso no era solo para nosotros sino para lo que representábamos. Un gesto de admiración para todas aquellas personas que han dedicado y dedican una parte muy importante de sus vidas, como voluntarios, a las víctimas del franquismo.

Es una pena, y a la vez algo sintomático, que esta película no haya gozado en España  de una buena acogida hasta el momento. Recientemente Almodóvar declaró: “Presentía que habría frialdad por parte de la mitad del país, y la atribuyo al tema que trato: la Memoria Histórica. España siempre ha sido un país dividido y lo sigue siendo. A toda una parte de la derecha, la película no le hace ninguna gracia”. Yo me quedo con la enorme aceptación que la película está teniendo en públicos de otros países, algo que es muy importante para las asociaciones de memoria puesto que, a veces, tienen que venir de fuera para hacernos comprender lo que desde dentro parece que no queremos ver, tanto a nivel gubernamental como ciudadano.

Le agradezco muchísimo a Pedro Almodóvar, y en su momento tuve la oportunidad de decírselo personalmente, que decidiera hacer esta película. Ha sido capaz de visibilizar  el trabajo de las fosas y el drama de las familias de una manera realmente admirable y muy emocionante.

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