Un entramado de organizaciones árabes que incluye a varias palestinas participa en la construcción de asentamientos en zonas kurdas de Siria. El plan que lidera Turquía persigue cambios demográficos en la región.
Por Karlos Zurutuza y Gilad Sade | Naiz
En el vídeo se ve una vivienda totalmente vacía a la que le han arrancado hasta los marcos de las puertas y las ventanas. Una pintada en la pared recuerda que el inmueble fue requisado por la Legión del Sham, una facción armada islamista del norte de Siria.
«Tenía mucha curiosidad y le pedí a un familiar que me mandara el vídeo para ver en qué estado se encontraba nuestra casa», explica por teléfono Hassan Hassan. Este profesor de inglés de 50 años vivía allí con su familia antes de ser expulsados en 2018. Hoy habla desde Shehba, una región a 30 kilómetros al este que ha acogido a miles de desplazados de la región.
El enclave kurdosirio de Afrín era un territorio de mayoría kurda fronterizo con Turquía que disfrutaba del autogobierno en vigor en Rojava desde 2012. En enero de 2018, Ankara lanzó la Operación Rama de Olivo, una ofensiva contra Afrín en la que facciones yihadistas contaron con cobertura aérea y logística turca. Más de 150.000 personas -casi el 80% de la población de Afrín- fueron desplazadas, según datos de la ONU. Desde entonces, se encadenan los abusos y violaciones de los derechos humanos.
Durante el asedio, los Hassan apenas tuvieron tiempo de huir tras empaquetar lo mínimo. «Éramos 19 familias kurdas viviendo en aquel bloque, pero lo perdimos todo: nuestros libros, nuestras fotos, recuerdos… Por supuesto, también perdimos el derecho a reclamar nuestra propiedad», recuerda el kurdo.
Las razones se pueden encontrar en el informe publicado en junio de 2022 por Syrians for Truth and Justice. La oenegé con sede en el Estado francés documenta violaciones de derechos humanos en Siria y apunta a un ambicioso proyecto de asentamientos que arrancó en 2020. Según dicha investigación, el proyecto está comandado por Rahmi Doğan, gobernador de la provincia limítrofe turca de Hatay, y financiado por organizaciones de países del Golfo y otras zonas de Oriente Medio. Los beneficiarios serían combatientes y excombatientes islamistas y sus respectivas familias. La oenegé asegura encontrar «indicadores de un cambio demográfico» y establece un paralelismo con los desplazamientos y reasentamientos en Timor Oriental tras invadir Indonesia el territorio en 1975.
David M. Mañá, periodista valenciano especializado en la cuestión kurda, recuerda que en Afrín apenas queda un 20% de su población kurda original, algo que achaca a una «campaña de repoblación forzosa» del enclave con desplazados árabes del resto de Siria. «No solo se busca expulsar a la población local kurda, sino también borrar todo rastro de su lengua o modelo de autogobierno. Hoy se enarbola la bandera turca hasta en escuelas donde ya no se enseña el kurdo, pero sí el turco», explica el experto desde Barcelona.
El acceso al enclave kurdo permanece bajo control del Ministerio de Interior turco. En los meses de febrero de 2022 y 2023, las autoridades turcas organizaron sendos tours para informadores internacionales que trabajaron bajo el escrutinio constante de agentes gubernamentales.
Según datos obtenidos por North Press Agency -un medio de prensa del noreste sirio-, los más de 20 asentamientos construidos en Afrín se incluyen entre el aproximadamente un centenar que Turquía ha levantado por todas las zonas ocupadas del norte de Siria.
«Los kurdos ni podemos ni queremos vivir bajo el control de esa gente. Solo pedimos volver a nuestras casas, pero eso nunca será posible sin una protección internacional que garantice nuestra seguridad», asegura, vía telefónica y desde el campo de refugiados de Shehba, Ibrahim Shejo, presidente de la Organización de Derechos Humanos de Afrín.
Shejo afirma que no le sorprende la presencia de países como Kuwait, Qatar u Omán tras el proyecto, pero sí que intervengan organizaciones palestinas. «No puedo entender que haya palestinos capaces de olvidar la injusticia que sufren a manos de las autoridades israelíes y desearnos lo mismo a nosotros», lamenta el desplazado.
Participación palestina
Living with Dignity es una entre las varias oenegés palestinas registradas legalmente en el Ministerio de Justicia de Israel. Se presentan también como Alaysh 48 (Pueblo del 48), recordando que son ciudadanos palestinos del Estado de Israel que rechazan las fronteras del país fijadas en 1948. En su página de Facebook, asegura estar recaudando fondos para los asentamientos sirios a través del Banco Hapoalim. Es una entidad financiera conocida por canalizar dinero para la construcción de colonias en territorio palestino que cuenta con una sucursal en la de Ariel.
Según documentación del Ministerio israelí de Justicia examinada por GARA, fue en noviembre de 2021 cuando Living with Dignity contactó con organizaciones turcas «para ayudar a los refugiados sirios en Turquía». Su primer proyecto incluyó la construcción de 112 apartamentos y diez mezquitas en Afrín. Desde entonces no han dejado de recaudar fondos para asentamientos similares en la región. El último que han cofinanciado es el de Shadere, abierto el pasado mayo. Lo que queda de su población yezidí original ha sido forzada a recibir educación islámica por las facciones islamistas que controlan la zona.
Inicialmente, Shaikh Sallam, miembro ejecutivo de Living with Dignity, accedió a responder a preguntas formuladas por GARA, pero acabó declinando la invitación.
Living with Dignity no es la única ONG dirigida por palestinos involucrada en la construcción de colonias en el norte de Siria. Ajnadin, una oenegé con sede en Bayt Hanina -un distrito ocupado en el este de Jerusalén- está detrás de varios proyectos, como el del asentamiento que lleva su nombre, inaugurado el pasado enero.
Desde su página web, Albairaq -otra oenegé palestina- también dice estar recaudando dinero para el programa. GARA contactó con Rashad Wattad, miembro ejecutivo de Albairaq. «La única ayuda que hemos brindado a los refugiados sirios fue después del terremoto e incluye alimentos para tiendas de campaña y otra ayuda humanitaria básica», explicó el palestino vía telefónica desde El Triángulo. Es un núcleo de localidades árabes adyacentes a la Línea Verde, la frontera de facto entre los territorios que administra Israel y los que gestiona la Autoridad Palestina (ANP).
Preguntado sobre los asentamientos en Siria mencionados en sus propios informes, Wattad admitió que estos fueron construidos en colaboración con Living with Dignity. «Ellos tienen el acceso», clarificó Wattad. El palestino no quiso revelar el número de casas construidas y aún en proyecto. Asimismo, decía no ver ninguna contradicción en apoyar un programa de asentamientos similar al que su pueblo sufre en su propia tierra.
«Solo queremos ayudar a la gente», zanjó el asunto Wattad.
Wafa al-Muhsinin es una organización palestina con sede en Estambul involucrada en la colonia de Al-Zaim, que debe su nombre a una localidad palestina ocupada en 1967. Se inauguró el año pasado en Yindíres, muy cerca de esa casa vaciada que protagoniza el vídeo que le enviaron a Hassan Hassan.
«Nos dijeron que una familia de Idlib (noroeste de Siria) se había instalado en nuestra casa, pero que luego se trasladó a un asentamiento tras el terremoto. La vivienda sigue en pie, pero está dañada y no es segura», matiza el kurdo.
El asentamiento de Yindíres fue uno de los puntos mencionados en una carta que los kurdos de Afrín enviaron a Nazmi Hazouri, cónsul palestino en la Región Autónoma Kurda de Irak. «La palabra ‘asentamiento’ nos horroriza, y rechazamos categóricamente la construcción de ninguno en nuestro nombre», respondió Hazouri a periodistas kurdos.
Mientras tanto, el caudal humano sigue fluyendo por el norte de Siria a través de un cauce de hormigón. El último proyecto anunciado es el de cien edificios de cuatro plantas, también en Yindíres. Su construcción está programada para el próximo invierno y acogerá a desplazados de Guta oriental, Homs y Hama.
A pesar de todo, los Hassan se resisten a descartar su vuelta a Afrín en el futuro, pero prefieren ser realistas. «En Shehba, el peligro es constante y tememos volver a pasar otra vez por lo mismo», sostiene Hassan Hassan. Su «única certeza», añade el kurdo, es que se volverán a ir.
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