Usted sabe muy bien que no he puesto el título entre comillas porque la frase famosa a la que se parece dice primero “guerra” y después “política”.
Y también sabe usted que su autor fue Klaus von Clausewitz (1780-1831), un historiador y militar prusiano que, a estas alturas, nos parece más alemán que de ningún otro sitio.
Ya que Alemania nos viene a la cabeza mientras pensamos en España, si hemos cambiando el orden de las palabras ha sido porque los mayores asesinos de masas de ambos países también seleccionaron víctimas diferentes como objetivos principales de sus crueldades: mientras Hitler decidió exterminar a los judíos y conquistar el resto del mundo, de Franco, sin duda menos loco y, por tanto, culpable con menos atenuantes, ya sabemos lo que hizo, como y contra qué pueblo.
Aunque él, probablemente, había nacido en el infierno.
Pero volvamos al presente, siempre tan marcado por los antecedentes.
Aunque solo sea por un instante, intente usted sobrevolar el ruido mediático que intenta ocultar el diálogo entre sordos de esta investidura que tanto disfrutamos cada día, e intente responder a las siguientes preguntas.
¿Recuerda usted alguna guerra en la que, incluso quienes solo la cuentan como testigos, no interpreten su resultado en términos de vencedores y vencidos?
Por supuesto, firmen lo que firmen los jefes guerreros en el documento de alto el fuego definitivo.
Ahora cambiaremos “guerra” por “política”.
¿Recuerda usted algún acuerdo político de amplio espectro en España en el que, se firme lo que se firme, no se ande buscando un vencedor y un vencido?
“¡¡Si, yo sé uno!!”, habrá quien responda. Y desde la primera fila gritará:
“¡¡Con los Pactos de la Moncloa todos salieron ganando!!”
¿Todos?
¿También los que más de 40 años después siguen convertidos en esqueletos esparcidos por las cunetas tras ser asesinados contra los paredones?
¿O, más que nadie, ganaron los herederos de nuestro asesino de masas, ya que ahora hemos vuelto la mirada hacia familias de personas fallecidas?
¿Acaso alguien se atreve, aún, a presumir de aquellos pactos firmados cuando nadie era capaz de controlar los movimientos del Borbón Juan Carlos I?
¿Acaso no eran aquellos movimientos los de un rey que, entronizado por el asesino de masas, convertía en intrigas para hacerse imprescindible en un país al que no le quedaba más remedio que dejar de llamarse dictadura?
¿Nos seguimos riendo de lo muy imbéciles y cobardes que fuimos, ese coctel paralizante que seguimos siendo, o pactamos lo de quitamos de una vez la venda que nos ciega las entendederas?
Pero sigamos con las palabras cambiadas para entender la no investidura.
¿Existe alguien a quien le quepa la menor duda de que lo único que nos puede llevar a la ruleta rusa de noviembre, con al menos una bala muy franquista, es que ni Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias pueden soportar lo de arriesgarse a aparecer como derrotados en la “guerra política” que están librando el uno contra el otro y, además, cada uno contra sus propios fantasmas?
¿Es que no hay nadie que les pueda recordar a estos dos, o al menos a uno de ellos, que existen dos palabras que se llaman táctica y estrategia, que sirven tanto para las políticas como para las guerras?
¿Qué son palabras que pueden significar que una derrota parcial pero bien calculada te puede conducir a la mejor victoria de todas las posibles?
¿Pero que también pueden provocar que una victoria aparente termine concluyendo en la derrota definitiva?
¿Alguien les puede decir al oído que solo algunas derrotas son definitivas, pero que ninguna victoria es para siempre?
Ninguna victoria. Ni tuya ni del adversario.
Para ir terminando, y ya que hemos mentado a nuestro mayor asesino de masas y que cada día que pasa sale más a colación por todas partes, no podemos despedirnos sin decirle a Sánchez, economista, del PSOE y que se siente “muy cómodo con esta monarquía parlamentaria”, que estamos más de acuerdo con Santiago, abogado y del PCE, que afirma del socialista que se equivocó porque debería haber sacado hace muchos meses a Franco de su mausoleo en el valle más siniestro de la Sierra de Madrid.
¿Cómo? Mediante una decisión ejecutiva.
Si lo hubiera hecho el problema lo tendría hoy esa despreciable familia, que estaría obligada a defenderse de una decisión del Gobierno.
¡¡Cuanta injusticia!! gritarían escandalizados.
La misma que sufren miles de familias cada día que, sin haberse enriquecido a punta de pistola de bandas de asesinos falangistas, pagan por adelantado las consecuencias de cualquier decisión del gobierno, que siempre puede ser impugnada ante los tribunales.
¿Es que Pedro Sánchez y sus ministros fueron tan idiotas de no imaginar que los jueces del Supremo podían aprovechar la falta de firmeza del gobierno para “legalizar” a Franco como jefe del estado antes incluso de su “victoria”?
Gracias a este gobierno, tan “legal”, ahora tenemos otra losa que hay que levantar antes de que nuestro peor pasado nos siga aplastando.
Este país sigue sin superar el peor trauma de su historia, y ninguno de sus políticos relevantes es consciente de que el principal símbolo con el que hay que acabar no es una estatua ni el nombre de una plaza, sino una institución ocupada por una persona que se sigue malmetiendo en política porque tiene el autoritarismo envenenando sus entrañas. Desde siempre.
Desde antes incluso del también Borbón Fernando VII.
¿O es que acaso la genética es buena para ser rey, pero vacuna contra lo de ser criminal?
¿Qué necesidad tenemos los españoles de perder tiempo y dinero intentando el imposible de arreglar el ADN del rey, en lugar de sacarlo de nuestras vidas?
¿O acaso lo que debemos es reconocer que la Monarquía es intocable porque los militares se levantarían en armas tal como más de mil, aunque de los ex, levantaron sus bolígrafos en agosto de 2018 para firmar un insulto a millones de víctimas recordando el “valor militar” de Franco y, de paso, manifestar su lealtad a la Corona?
¿O quizás lo que debemos leer cuando un militar español proclama, inevitablemente ofendiendo y asustando, su lealtad a la Corona lo que está diciendo es que está dispuesto a matar a los ciudadanos que en el ejercicio de su libertad hagan todo lo posible para conseguir que la monarquía se acabe y comience la república?
¿O, aún peor, lo que debemos pensar de todo lo que ha ocurrido en este país desde las elecciones de 1977 es que los políticos, primero de UCD y después del PSOE y del PP, principalmente, decidieron apuntarse a lo bien que se gobierna sobre un pueblo traumatizado y que, además, se sigue sintiendo amenazado?
¿Alguien, de los que lo saben, puede responder a estas preguntas?
Porque tan fácil fue gobernar, que la corrupción se hizo dueña y señora de la política. Y la inmensa mayoría se está yendo de rositas.
Por eso, solo podemos celebrar la valentía colectiva y democrática que significa el avance hacia la República Independiente de Catalunya. Por lo menos, rompe la inercia maldita.
Al menos hasta que amanezca, si se atreve, la III República de España, o de lo que quede de ella.
Porque cuanto más tarde, más pequeña.
Y porque quien llegue antes se llevará la libertad mejor, la más nueva.
Y probablemente será la única forma de conseguir que en España, o en lo que quede de ella, la política no vuelva a ser nunca más una versión de la guerra.
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