En las últimas décadas, la Iglesia ha intentado proyectar una imagen supuestamente progresista, sin embargo, estas iniciativas no han transformado la esencia reaccionaria de la institución.
Por Ricardo Guerrero | 11/05/2025
A lo largo de la historia, el Vaticano y la jerarquía de la Iglesia Católica han desempeñado un papel significativo como freno al avance de la ciencia, el progreso y la transformación social. Esta institución, con su enorme influencia ideológica y política, ha defendido posturas conservadoras que han obstaculizado el desarrollo humano en múltiples ámbitos. Además, su colaboración con regímenes fascistas y su oposición al socialismo han consolidado su imagen como una fuerza reaccionaria, a pesar de intentos recientes de modernización.
La Iglesia Católica y la ciencia
La oposición de la Iglesia al progreso científico es uno de los capítulos más conocidos de su historia. Durante el Renacimiento, el caso de Galileo Galilei (1564-1642) simbolizó esta resistencia. Galileo, defensor del heliocentrismo copernicano, fue condenado por la Inquisición en 1633, obligado a retractarse y puesto bajo arresto domiciliario. La Iglesia, aferrada al modelo geocéntrico de Ptolomeo, veía en las nuevas ideas científicas una amenaza a su autoridad doctrinal. No fue hasta 1992 que el papa Juan Pablo II reconoció públicamente el error de la condena a Galileo, un gesto tardío que no borra siglos de hostilidad hacia la ciencia.
En el siglo XIX, la Iglesia también se opuso a teorías como la evolución de Charles Darwin, considerándolas contrarias a la narrativa bíblica. Aunque hoy la Iglesia acepta parcialmente la evolución, su postura inicial retrasó el avance del conocimiento científico. Más recientemente, su rechazo a temas como la investigación con células madre o la educación sexual integral refleja una resistencia a adaptar sus dogmas a los avances modernos.
Colaboracionismo con regímenes fascistas
El Vaticano ha tenido una relación de complicidad con regímenes fascistas, priorizando la estabilidad de su poder institucional sobre los principios éticos. Uno de los ejemplos más claros es el Concordato de 1933 con la Alemania nazi, firmado bajo el papado de Pío XI. Este acuerdo garantizó privilegios a la Iglesia Católica en Alemania a cambio de mirar hacia otro lado frente a los crímenes del régimen de Hitler. Aunque algunos sectores católicos resistieron al nazismo, la jerarquía eclesiástica, en general, mantuvo un silencio cómplice ante las atrocidades del Holocausto. El papa Pío XII, conocido como el ‘papa del silencio’, ha sido criticado por no condenar explícitamente los crímenes nazis, a pesar de tener conocimiento de ellos.
En España, la Iglesia Católica fue un pilar fundamental del régimen franquista (1939-1975). Tras la Guerra Civil Española, el Vaticano respaldó al dictador Francisco Franco, quien se presentaba como defensor de la fe católica frente al ‘ateísmo comunista’. La Iglesia obtuvo un control casi absoluto sobre la educación, la moral pública y la vida cultural, mientras que Franco fue elevado a la categoría de ‘Caudillo por la gracia de Dios’. Este pacto de conveniencia permitió a la Iglesia consolidar su influencia, a costa de legitimar un régimen opresivo.
En Hispanoamérica, la Iglesia también colaboró con dictaduras fascistas militares. En Argentina, durante la dictadura (1976-1983), sectores de la jerarquía católica respaldaron el régimen, que desapareció a decenas de miles de personas. Figuras como el arzobispo de Buenos Aires, Juan Carlos Aramburu, evitaron condenar las violaciones a los derechos humanos. En Chile, aunque algunos sacerdotes se opusieron a la dictadura de Augusto Pinochet, la jerarquía católica mantuvo una postura ambivalente, beneficiándose de la represión contra movimientos de izquierda.
La Iglesia contra el socialismo: el caso polaco
La oposición de la Iglesia Católica al socialismo ha sido una constante en el siglo XX, especialmente durante la Guerra Fría. En Polonia, el Vaticano desempeñó un papel crucial en la lucha contra el gobierno comunista, apoyando al sindicato Solidaridad, liderado por Lech Wałęsa. Documentos desclasificados han revelado este sindicato fue financiado por el Vaticano y la CIA, que junto a gobiernos occidentales, coordinó campañas para debilitar al bloque socialista. El papa Juan Pablo II, de origen polaco, fue una figura clave en esta estrategia, utilizando su influencia moral para movilizar a la población contra el comunismo.
Esta intervención no solo reflejó la postura anticomunista de la Iglesia, sino también su alineación con intereses geopolíticos occidentales. En lugar de abogar por una transformación social equitativa, la Iglesia priorizó la derrota del socialismo, incluso si ello implicaba respaldar movimientos que, en algunos casos, derivaron en políticas antiobreras perjudiciales para la clase trabajadora.
Un lavado de cara
En las últimas décadas, la Iglesia ha intentado proyectar una imagen supuestamente progresista, especialmente bajo el papado de Francisco. Sin embargo, estas iniciativas no han transformado la esencia reaccionaria de la institución. La Iglesia sigue manteniendo posturas ultraconservadoras en temas como el aborto, el matrimonio homosexual y la igualdad entre hombres y mujeres. Las mujeres, por ejemplo, están excluidas de roles de liderazgo significativo dentro de la jerarquía eclesiástica, perpetuando una estructura patriarcal.
Además, los escándalos de abusos sexuales han empañado cualquier intento de renovación. Durante décadas, la Iglesia encubrió casos de pederastia, protegiendo a los perpetradores y silenciando a las víctimas. Informes como el de Boston en 2002 o el caso de Pensilvania en 2018 revelaron una red sistemática de encubrimiento que llegó hasta las altas esferas del Vaticano. Aunque se han implementado reformas, la falta de transparencia y la lentitud en abordar estos crímenes han reforzado la percepción de una institución más preocupada por su imagen que por la justicia.
El Vaticano y la Iglesia Católica han actuado históricamente como un muro de contención contra el progreso científico, social y político. Su resistencia a la ciencia, su colaboracionismo con regímenes fascistas y su oposición al socialismo evidencian una postura ideológica profundamente conservadora. Ejemplos como el Concordato con Hitler, el apoyo a Franco, la complicidad con dictaduras hispanoamericanas y la financiación de Solidaridad en Polonia ilustran cómo la Iglesia ha priorizado su poder institucional sobre los ideales de justicia y libertad. A pesar de intentos de modernización, su negativa a abordar plenamente los escándalos de abusos sexuales, su exclusión de las mujeres y su rechazo a derechos fundamentales revelan que la Iglesia sigue siendo, en gran medida, una fuerza reaccionaria en el siglo XXI.
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