El silencio y la hipocresía en los conflictos

Israel no es solo criminal de guerra, sino que busca que la población palestina se marche, ya sea por expulsión directa o por denegación de permisos.

Tania Lezcano

Si hay algo que la guerra en Ucrania está mostrando al mundo es la hipocresía de Occidente ante los conflictos y las personas refugiadas. Actualmente hay más de 60 conflictos en el mundo y la atención mediática, política y social se centra en exclusiva en uno. Es habitual cuando confluyen todo tipo de intereses económicos y geopolíticos que se sitúan por encima de cualquier preocupación real. Porque la realidad es que a los diferentes actores internacionales la población civil de Ucrania les importa bien poco, aunque se centren actualmente en este país.

Sin embargo, a lo largo de estos años ha habido muchos otros conflictos que ni siquiera han ocupado portadas. Para quien desee informarse, la organización International Crisis Group ofrece un mapa interactivo y múltiples noticias, evaluaciones e informes sobre la mayoría de guerras del mundo. Un conflicto desoído deliberadamente por los medios y los gobiernos ha sido la guerra del Dombás, con ataques indiscriminados del gobierno ucraniano contra su propia población rusófona en el este del país desde el golpe de Estado del año 2014, conocido como el Euromaidán.

También la eterna guerra de Siria o la olvidada guerra en Yemen, donde Arabia Saudí y su coalición —respaldada por Estados Unidos y países tan democráticos como Alemania, Francia o Reino Unido— ya han asesinado a casi 380.000 personas. De ellas, el 70 % son niños y niñas menores de cinco años, según estimaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Yemen sufre actualmente la mayor crisis humanitaria del mundo, pero no ocupa portadas.

África, olvidada y saqueada

Por supuesto, existen muchos otros conflictos en el continente africano que ni siquiera resultan familiares a la ciudadanía occidental, aunque a sus gobiernos sí, y mucho. La interminable guerra —o guerras, ya que existen múltiples conflictos— en la República Democrática del Congo, rica en recursos minerales que en Occidente aprovechamos muy bien para fabricar nuestra poderosa tecnología electrónica. Eso sí, a costa de la esclavitud de personas, muchas menores. Otros conflictos eternos son los de Sudán, Sudán del Sur, Burkina Faso, Mali o Somalia, que van de hambruna en hambruna sin que a nadie le importe. Según datos de Unicef, solo en Somalia, la mitad de la población pasa hambre —lo que ahora se suaviza con el eufemismo de inseguridad alimentaria— y necesita ayuda para subsistir.

Otro aspecto especialmente sangrante en estos conflictos es la escasa repercusión que tienen los múltiples casos de violencia contra civiles perpetrados por las propias organizaciones que dicen ayudarlos, como agencias de la ONU o la OMS. Son muchos los casos de chantaje y violaciones a mujeres, niñas y niños a cambio de comida u otros servicios básicos, aprovechando su impunidad.

Siguiendo con África, cabe mencionar la continua guerra en Libia que comenzó tras la intervención de la OTAN, el derrocamiento y asesinato de Muamar el Gadafi en 2011 y el posterior abandono total una vez convertido en estado fallido. Por supuesto, tampoco se puede olvidar la reciente traición del gobierno español al pueblo saharaui tras el reconocimiento de la propuesta marroquí como opción más viable, cuando jamás ha pertenecido a Marruecos y su único interés son los recursos naturales y la expulsión de la población. De hecho, la violación de derechos humanos está a la orden del día.

Décadas de injusticia en Palestina

No habría espacio suficiente para hablar de todos los conflictos del mundo, también en Asia y América Latina, atravesados por todo tipo de intereses internacionales. Sin duda, uno de los más conocidos e ignorados al mismo tiempo es el de Palestina, que comenzó en 1948 con la autoproclamación unilateral como estado por parte de Israel, con deseos explícitos de gozar de la «tierra prometida» por algo tan abstracto como la Biblia, pero sin la gente que la puebla. En la práctica, esto tiene pocas opciones: o expulsión o limpieza étnica. Y en los siguientes 74 años Israel ha llevado a cabo ambas.

Comenzó sin dilación expulsando de los pueblos a casi un millón de personas que vivía allí desde hacía generaciones y, no contento con eso, su poderoso ejército destruyó muchos pueblos y plantó árboles para que aquellas personas no tuvieran nunca un lugar al que volver. Las convirtieron así en eternas refugiadas. De hecho, aún hoy son más de 6 millones y el próximo 15 de mayo conmemoran precisamente el 74º aniversario de la Nakba o «catástrofe», el comienzo de su desgracia. Por supuesto, también entonces el ejército israelí llevó a cabo todo tipo de masacres que la comunidad internacional nunca ha condenado con firmeza, como la de Deir Yassin o la de Al-Dawayima, entre muchas otras.

A día de hoy esto sigue ocurriendo. Israel ha violado y continúa violando prácticamente todos los derechos humanos y ha cometido todo tipo de crímenes de guerra, incluyendo el uso de armas químicas en Gaza, algo prohibido por las leyes internacionales. Además, casi diariamente es asesinada alguna persona civil palestina a manos del ejército sionista. Sin embargo, a pesar de haber recibido alguna que otra regañina por parte de la ONU, en realidad nunca ha sufrido sanciones ni castigos por sus crímenes. Lo especialmente sangrante es esto: que, a diferencia de otros conflictos donde los gobiernos tienen clara la injusticia —aunque no hagan nada—, en este continúan posicionándose a favor del opresor. Algo similar a la indignación que provoca la decisión del gobierno español con el Sáhara Occidental. Afortunadamente, la sociedad civil del mundo lo tiene claro y apoya en su gran mayoría al pueblo palestino.

Sin los derechos más básicos

Entre los delitos que comete el gobierno israelí está la violación de derechos como la libre circulación, ya que por todas partes se pueden encontrar los conocidos como checkpoints. Son puntos de control que en muchas ocasiones obligan a la población palestina a dar rodeos para acceder a un sitio que en realidad está cerca y donde está sometida al capricho de los soldados, que pueden retrasar durante el tiempo que a ellos les interese su llegada a escuelas u hospitales. Eso cuando se le permite pasar, pues otra de las denuncias contra el apartheid israelí es precisamente la denegación de permisos para acceder a hospitales y recibir una atención médica adecuada.

Esto sucede de forma extrema en la Franja de Gaza, considerada la cárcel a cielo abierto más grande del mundo. Como denuncia UNRWA, los más de 15 años de bloqueo israelí han dejado a los centros de salud y hospitales de la Franja sin medicamentos, personal y con tecnología obsoleta o directamente rota. En 2021, cientos de personas enfermas solicitaron permiso para recibir tratamiento fuera de la Franja y cuatro de cada diez fueron denegados o retrasados. No hay que olvidar que muchos casos son de enfermedades graves, como el cáncer, y las personas que sufren suelen ser niñas, niños y personas mayores. Con estas decisiones del gobierno israelí, sus posibilidades de supervivencia se reducen a un 10 %.

Estas decisiones no son casuales. Israel no es solo criminal de guerra, sino que busca que la población palestina se marche, ya sea por expulsión directa o por denegación de permisos, lo que también ocurre cuando se piden para construir casas, por ejemplo. El problema con la Franja de Gaza es que, aunque quisiera, la gente no puede marcharse, porque está bloqueada por tierra, mar y aire. Es un campo de concentración donde se ahoga a las personas atentando contra su salud física y psicológica de muchas maneras. La violación del derecho al retorno, a la libre circulación y el derecho a la salud son solo algunas de ellas.

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