El president desnudo

«¡Dios santo! —pensó—. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».
El traje nuevo del emperador, Hans Christian Andersen

«Cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje.»
Aldous Huxley

Artículo de Daniel Seijo | Ilustración de ElKoko

Lo que para muchos parecía imposible, finalmente ha sucedido. El el 27 de octubre entre el asombro y el vértigo de la mayoría, el Parlament de Catalunya aprobó la proclamación de la República catalana con 70 votos a favor, dos papeletas en blanco, 10 votos en contra  y la ausencia de los 53 representantes políticos de Ciudadanos, Partido Socialista de Cataluña y Partido Popular. La República construida por el independentismo nacía de este modo en un escenario político adverso y con una ciudadanía sin duda dividida en mayor o menor medida -prefiero ser prudente a la espera de una consulta popular que aporte luz a los porcentajes- entre el deseo de permanencia en el seno del estado español y la firme voluntad de construir un espacio político en forma de república independiente.

No existió nada similar a la euforia de 1934 cuando Lluís Companys salió al balcón del Ayuntamiento de Barcelona para proclamar el Estado Catalán, en medio de una Segunda República que comenzaba a tambalearse con los inicios de una batalla que terminaría en una cruenta guerra civil entre los obreros de un estado que creían revolucionario y los patronos y generales poseedores de un poder que se sentía seriamente amenazado. El enfrentamiento entre los Mossos de Esquadra y el gobierno español, el arrojo -más o menos sensato- de los políticos implicados en la causa catalanista y las primeras barricadas físicas e institucionales frente al autoritario estado central, no tuvieron lugar el 27 de octubre en Catalunya.

Ni Carles Puigdemont, ni su govern, han actuado como firmes creyentes de la legitimidad de la República catalana recién proclamada, así lo demuestra la firme resistencia de la bandera española junto a la ‘senyera’ en lo alto de la sede de Palau, las ausencias destacadas en su balcón o un insulso discurso gravado que nada tiene que ver con la pomposidad propia de un momento histórico a la que  ningún president podría resistirse. La aparente normalidad en la calle, responde a todas luces a un escenario político construido por el PDeCAT con la firme compañía de Esquerra Repúblicana y la permanente tensión -propia de los pactos destinados a romperse- existente con la CUP.

La irresponsabilidad, el egoísmo, el peso de los cadáveres políticos y la propia idiosincrasia de la política en España, hacen que uno no pueda sino temblar ante la perspectiva de un conflicto territorial en manos de nuestras más bajas pasiones

Al tiempo que el Senado español votaba la intervención de la Generalitat mediante la aplicación del art. 155 de la Constitución española, comenzaba el desafío final entre dos legalidades y soberanías incompatibles, que pasaban a suponer el único escenario en el que la ruptura política mostraba su efecto real. La resistencia a la decisión del gobierno de Mariano Rajoy de intervenir la Generalitat, destituir a al Govern y situar al frente de la administración autonómica a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría fue cuanto menos tibia. Josep Rull acudía a su despacho aparentemente en calidad de ministro, para abandonarlo apenas una hora después ante la posible amenaza de incurrir en un delito de usurpación de funciones, se producía la disolución del Parlament por mandato de Carme Forcadell – no sabemos si como asunción del 155 o como paso en la construcción de la república catalana- y la fiscalía General del Estado español presentaba dos querellas por los delitos de rebelión, sedición y malversación, contra la propia presidenta del Parlament, el president de la Generalitat, su Govern y los miembros de la Mesa que tramitaron la declaración unilateral de independencia de Cataluña.

Ante este requerimiento de comparecencia urgente por parte de la justicia española bajo la amenaza de detención inmediata en caso de incomparecencia,  Puigdemont y cinco de sus consellers decidieron desplazarse a Bruselas un día después de que el secretario de Estado de Asilo y Migración belga, el nacionalista Theo Francken, le ofreciese la posibilidad de concederle asilo político en su país. El polémico miembro del partido independentista flamenco N-VA recordaba por su parte que para poder solicitar asilo político en Bélgica  «Debe haber señales serias de persecución pero, incluso en el caso de la persecución -debe haber- una imposibilidad de obtener protección en el país», un requisito que ante la actuación claramente partidista de una Fiscalía General que torpemente se permite filtrar a la prensa un comunicado acerca de las querellas por rebelión titulado “Más dura será la caída”, parece no descartar de forma definitiva la posibilidad de profundizar en el más absurdo todavía en el que vive inmersa la política en nuestro país.

Necesitamos acudir a un debate serio en el que los populismos mal entendidos cedan su espacio a los proyectos políticos de largo alcance, necesitamos poder renunciar indefinidamente a la lógica partidista de nuestra democracia

Mientras tanto la convocatoria de elecciones autonómicas el 21 de diciembre -surgida de de la aplicación del artículo 155- parece cobrar forma como legítimo escenario en el que  dirimir el respaldo social, tras los claros mensajes de PDeCAt y ERC admitiendo su posible participación en los mismos pese a de ese modo contradecir en esencia la cada día más difusa República catalana.

Con la fórmula electoral en la que las distintas formaciones comparecerán a las elecciones todavía por decidir, haría mal el pueblo de Catalunya en cavar trincheras inmovilistas a uno y a otro lado. La cita con las urnas supone una oportunidad para mostrar la madurez de una sociedad que sin duda ha sabido – en la mayor parte de los casos- hacer gala de una altura política de la que carecen nuestros políticos. Los bloques unionista e independentista no pueden suponer sin más la única razón para ejercer el derecho a decidir, el pueblo catalán debe exigir un proyecto que posibilite la ruptura con España al tiempo que abre la posibilidad a  un marco social más justo bajo la órbita del liberalismo Europeo y la OTAN, del mismo modo que deben exigir un proyecto alternativo de convivencia entre España y Catalunya más allá de la imposición y las porras.

El intento por humillar y aplastar al independentismo, la respuesta con un sonoro cierre de filas que elimina todo rastro de pluralidad en gran parte de la política española y en la práctica totalidad de la prensa o los autobuses fletados por asociaciones de dudosa utilidad para el diálogo que únicamente han logrado poner de acuerdo a desautorizados ex secretarios generales comunistas y fascistas de esvástica en mano,  no parecen dibujar el mejor escenario para una fecha política que de no saber encararse con la responsabilidad y diligencia necesaria puede terminar desembocando en una grave crisis de Estado . Necesitamos acudir a un debate serio en el que los populismos mal entendidos cedan su espacio a los proyectos políticos de largo alcance, necesitamos por tanto poder renunciar indefinidamente a la lógica partidista de nuestra democracia. Flaco favor se harían los independentistas idealizando un relato que cojea precisamente en sus narradores o el nacionalismo español intentado una vez más vencer sin convencer.

ROMA NO PAGA TRAIDORES
Del mismo modo que se defiende el derecho a que nadie llame fascista a Paco Frutos «sin que se le caiga la cara de vergüenza», debemos defender el derecho a decirle a la cara que se equivoca, que no representa a una parte mayoritaria de la izquierda española y que salir a la calle con fascistas no es propio de quienes se jugaron la vida defendiendo el ideal comunista. Respetamos su lucha, su esfuerzo y su trayectoria, quizás más de lo que el propio Paco Frutos la respetó con sus actos.

Permanece vacío pese a su necesidad un espacio destinado a la izquierda española, una izquierda que se ha encontrado en pleno proceso independentista con la cruel realidad de la perdida de gran parte de su discurso tras demasiados años instalada en la crítica al modelo capitalista pero con escaso esfuerzo intelectual y programático destinado a la construcción de una realidad alternativa. Con la fagocitación del Partido Socialista en la dinámica política del Partido Popular -con la única intención de sobrevivir como alternativa moderada a la derecha- Unidos Podemos encara la responsabilidad de erigirse en alternativa para quienes creen firmemente en la necesidad de remodelar la estructura de poder en España como única vía para la supervivencia del estado.

El procés no nos ha robado la oportunidad de una reforma constitucional seria, no ha alejado la república, ni ha desviado el foco de la corrupción de forma que resulte más complicado hoy un cambio de gobierno motivado por la presión social, esas circunstancias al igual que el derecho a decidir no eran posibles bajo el actual régimen constitucional español. Las carencias democráticas de España estaban ahí antes y estarán ahí después del procés si no logramos aprovechar la oportunidad que se esconde tras la actual crisis del modelo político en España. Un país que se ha acostumbrado a la corrupción que emponzoña sus escaños pero que responde airado ante un pueblo que decide ejercer su derecho a decidir, no puede menos que sufrir un punto de inflexión, sino directamente una ruptura en su marco de convivencia.

Ni Carles Puigdemont, ni su govern, han actuado como firmes creyentes de la legitimidad de la República catalana recién proclamada

Hoy quienes pretendieron que el conjunto de España decidiera sobre el futuro de Catalunya, se encuentran en un sorprendente giro político ante una situación en la que con toda probabilidad serán los catalanes quienes finalmente decidan en las urnas gran parte del futuro político de España.

La irresponsabilidad, el egoísmo, el peso de los cadáveres políticos y la propia idiosincrasia de la política en España, hacen que uno no pueda sino temblar ante la perspectiva de un conflicto territorial en manos de nuestras más bajas pasiones. Harían bien los amigos europeos y belgas en admitir su propia decadencia moral, al tiempo que reconocen la nuestra para evitar futuros males. Al contrario que muchos otros, uno no puede sino mostrarse escéptico con quienes esperan encontrar una altura de miras mayor en el seno de las instituciones europeas que permita poner fin al desfile de emperadores. Por suerte para nosotros, ningún canciller veraneó nunca en Yugoslavia.

—¡Pero si no lleva nada! —exclamó de pronto un niño.

 


 

 

Nueva Revolución en El Salto Diario:

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