Por Puertos33
Pucho nos ha mostrado que el éxito, en nuestro tiempo, tiene que partir con una reconciliación con el pasado. El futuro, lejos de prometernos años mejores, nos evoca un vacío. No es casualidad, conmigo como primer infectado, que la nueva literatura reivindique una suerte de pasado alternativo. Desde Duval y su “Reina” a Ana Iris y su “Feria”, pasando por mi “Breve historia de una chimenea”. La autoficción se ha colado desde los márgenes hasta el centro de la literatura actual. Es cierto, no inventan nada nuevo. ¿Importa? Algo así hablaba el otro día sobre el libro que Sergio Blanco titulo con el mismo nombre. La autoficción se ha convertido en una vía de escape que no termina de poder abandonar la realidad.
Nuestra incapacidad realista de alejarnos de lo material nos obliga a reinterpretar todo lo que nos ha acontecido. Para seguir hacia adelante hay que partir de lo pasado. Al tambalearse de nuestro presente le hemos contestado con la afirmación de lo vivido. La capacidad creadora de nuestro tiempo parte de una reinterpretación de lo que anduvimos tiempo atrás. Algo que parece costar entender a la izquierda es que el “yo” puede tomar cualquier forma.
Si hace cien años era el surrealismo el que marcaba la literatura, lo hacía ante una ausencia de presente. Nosotros, C Tangana incluido, no es que carezcamos de presente, es que lo único que tenemos. Los economistas se lanzan sobre la recuperación en V, como último espacio de “fe”. ¿Qué es esa recuperación? ¿Recuperarnos de qué? Escritos atrás, me preguntaba sobre la “nueva normalidad”. Incluso este concepto es una reinvención de la normalidad que siempre había estado. Lo imposible es una vida a años vista.
La autoficción no rompe con la identidad del autor, despliega el total de posibilidades del mismo. Hace de todo lo imaginario una realidad. De la circunstancia, literatura. Cuando escribí mi libro no buscaba hablar del pasado, buscaba transmitir un pasado común a todos. Hacer de todo lo subjetivo un universal. Lo subjetivo es el único punto de partida de la revolución que nunca termina de llegar. Lo han dicho mil veces: todo cambio nace de un recuerdo.
¿Qué permite esta autoficción? Abrirnos las viejas puertas que habíamos eliminado. En mi caso, reconciliarme con viejas heridas. Volver a andar las calles de un Jaén que abandone en mi memoria. ¿Cuántas cosas no hemos eliminado de nuestros pensamientos? Reinterpretar nuestros pasos no es andar otros distintos, es resignificar lo vivido. Ana Iris no ha descubierto a la Hungara en C Tangana, la ha conseguido abrazar. Traer a nuestro tiempo no es añadir un valor a cada una de nuestras experiencias. En tónica marxista, abrazar la realidad obrera de quien solo conoce la precariedad y desde ahí: vivir.
Bernabe, critica la falta de espíritu en C Tangana y aprovecha para dejar ver su clasismo más extraño. No, el Madrileño no representa el espíritu cansado del país en su vestimenta o en su aliento. Quizá lo haga cuando actualiza todo nuestro pasado reciente en la música. Nuestra subdirectora Carmen Romero señala, en un acierto a medias, la falta de innovación del cantante. ¿Innovar para qué? Todo ha sido dicho. ¿Qué otra expresión artística juvenil podría abrirse paso? Cuando se ha cerrado cualquier posibilidad de conexión externa, la vía de escape reside en un “yo” múltiple.
Podríamos enfrentarnos de mil maneras entrando en pantanos de insultos y no construir discursivamente nada o podríamos crear desde la aceptación del contexto. En cualquier caso, para construir hay que aceptarse.
Propongo el reto de leer las letras de nuestro TOP50 de Spotify. Una sensación de pérdida afectiva y una necesidad de placer inmediato invaden todos los versos. La autoficción es eso mismo, una construcción desde la perdida. La nostalgia como punto de partida. La nostalgia de lo que solo ha sido en parte. No se visibiliza si el pasado fue mejor o no, se visibiliza que el pasado fue. Igual que un obrero no puede olvidar de donde viene; igual que Ana Iris evoca su niñez de feriante, cualquier paso hacia adelante conlleva un traer nuestros orígenes. Esto es, sin valor moral alguno, todo obrero tiene el deber de dejar de serlo. Olvidarse del folclore de la permanencia y reivindicar el derecho a vivir mejor.
Cuando el presente se ha descolgado de un mañana, solo queda en pie su relación con el pasado. No es extraño que el arte, más inteligente que la ciencia, busque alternativas trayendo distintos caminos a nuestra actualidad. La cuarta, o quinta, ola psicológica es muestra de la incertidumbre general que nos gobierna. Si nadie mira, ninguna identidad es construible. ¿Cuántas asambleas no mantienen ese tono que desespera a Duval en Reina?
Como últimas pinceladas pongamos el ejemplo catalán: Hasel, su discurso de izquierda rudimentaria, ha sido la excusa para despertar el anhelo de una época mejor que habita en todos. El FMI internacional alertaba sobre los posibles levantamientos que pueda haber en occidente tras el Covid. Bien, dichos levantamientos no aparecerán sin un compromiso con todas las experiencias que ha vivido cada uno de nosotros. No, la siguiente revolución no se inspirará en ningún progreso prometido.
Ni Ana Iris, ni C Tangana, ni Elizabeth Duval han inventado nada; únicamente nos han mostrado que nuestro presente es un pasado continuo. Si mi protagonista regresa a su vieja casa es para poder seguir hacia adelante.
Todo lugar común es susceptible de ser un cambio.
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