Diez cosas en las que pienso cuando pienso en España

Por Carmen Sereno @spicekarmelus | Ilustración de J.R. Mora @JRMora


  • En una clase política despreciable y muy venida a menos. Toda, sin excepciones. Desde la derecha mentirosa, rancia y corrupta que camufla su desvergüenza bajo un traje de firma y aplasta voluntades a golpe de recortes, hasta esa izquierda supuestamente tan progre que se ha dejado fagocitar por el inmovilismo.
  • En la mala malísima memoria a largo plazo de los españoles y su absurda indulgencia votando. O dicho de otra manera, y por poner un ejemplo, en que los más de 7.500 millones de euros de las arcas públicas que han sido saqueados entre unos y otros no hayan conseguido que a los electores les tiemble el pulso a la hora de introducir la papeleta -ésa y no otra- en la urna.
  • En la intolerable tendencia a la perversión de ciertos episodios nacionales del pasado. Mientras algunos se empecinan en apelar constantemente a la historia reciente de España para justificar la coyuntura actual, otros parecen haberse olvidado convenientemente de que ciertas heridas continúan abiertas y sangrando. De nuevo, la mala memoria.
  • En un mercado laboral cada vez más hostil y precario, que deniega sistemáticamente segundas oportunidades, y en el que, a pesar del doloroso 23% de paro, la contratación de becarios -sí, has leído bien- ha crecido la friolera de un 350%. Becarios que, a diferencia de lo que ocurre en otros países, no siempre son remunerados, sufren jornadas maratonianas, o cuentan con responsabilidades que exceden con mucho la finalidad formativa de los contratos de prácticas. Un mercado laboral para el que valemos 655, 2 euros, frente a los 1.473 de Alemania, los 1.458 de Francia, o los 1.510 de Reino Unido. Que nos exige experiencia, conocimientos cada vez más multidisciplinares, capacidad para gestionar la presión y el estrés, y, por supuesto, que nos olvidemos de esa cosa tan exótica llamada conciliación. Y, a cambio, ¿qué nos ofrece? Un contrato temporal. O lo que es lo mismo, la posibilidad de dejar de ser una estadística durante unos pocos meses.
  • En un modelo productivo basado en la sustitución de una burbuja por otra. Primero, la inmobiliaria; luego, la del turismo. De sol y playa, preferentemente. Un modelo para el que la tecnología, la ciencia o la industria no cuentan porque un lobby de engominados considera que construir aeropuertos fantasmas u hoteles en primera línea de mar es mucho más rentable.

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  • En unos medios de comunicación ridículamente controlados por el gobierno -no importa el color político- o ciertos conglomerados de empresas afines al gobierno, cuyas únicas funciones son, por un lado, crear una agenda perfecta para inocular el miedo y el pensamiento único en la masa; y por otro, asegurarse de que la masa siga siendo justamente eso, masa. Y todo ello funcionando a pleno rendimiento gracias a una clase periodística aduladora por convicción, o condescendiente por obligación.
  • En una sociedad fundamentalmente desprotegida frente a los abusos de los poderes fácticos. Una sociedad que no entiende la letra pequeña, que no la ve, o que, ni siquiera la cuestiona.
  • En una Administración Pública despótica, sobrecargada, parsimoniosa e ineficaz que recuerda demasiado a la que Larra ya retratase en su célebre Vuelva usted mañana de hace un par de siglos.
  • En un país hecho de muchos pequeños países a los que no les da la real gana entenderse entre ellos a pesar de compartir la misma lengua y que se la pasan culpándose mutuamente de sus desmanes. Tú me robas más. No, tú.
  • En un país que vive simultáneamente a dos velocidades. Mientras unos, los acomplejados, corren casi sin aliento para alcanzar el último vagón del carro europeo, otros, los apalancados, sobreviven respirando el cómodo aire de las subvenciones.

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