El Pacto de Locarno fue una clara apuesta contra la guerra. El recurso a la violencia solamente estaría legitimado en caso de agresión o en cumplimiento de las órdenes de la Sociedad de Naciones. Las fronteras de los Estados deben ser respetadas.
Por Eduardo Montagut
Los acuerdos que se firmaron en Locarno en 1925 suposieron un capítulo importante en la Historia de las relaciones internacionales porque intentaron restañar las heridas de la Gran Guerra, así como intentar diseñar un sistema internacional de convivencia con renuncia a la guerra. Poco duraría esta distensión, como bien sabemos.
Versalles no garantizaba la paz en Europa. Muy pronto se vio que la Sociedad de Naciones, a pesar de su ferviente convicción a favor de la paz y de la convivencia internacional, no tenía medios prácticos para conseguir estos objetivos. Además, las dos grandes potencias emergentes del momento, Estados Unidos y la URSS, no pertenecían a esta organización. En 1924 se firmó el Protocolo de Ginebra que pretendía poner fin a las políticas de agresión. Fue firmado por catorce países, pero el Reino Unido no intervino en el mismo. Así pues, serían París y Berlín quienes decidieron sentarse a negociar para avanzar.
El resultado fue que en Locarno se reunieron los principales líderes europeos, destacando Gustav Stressemann, Aristide Briand y Joseph Austen Chamberlain, además de Mussolini, llegando a siete acuerdos de arbitraje y/o alianza que afectaban a Francia, Alemania, Bélgica, Italia, Polonia y Checoslovaquia, además de una declaración final sobre garantías mutuas sobre la forma de interpretar algunos puntos de la Carta de la Sociedad de Naciones.
El Pacto de Locarno fue una clara apuesta contra la guerra. El recurso a la violencia solamente estaría legitimado en caso de agresión o en cumplimiento de las órdenes de la Sociedad de Naciones. Las fronteras de los Estados deben ser respetadas. Todos se comprometieron a recurrir al Tribunal de la Haya para resolver conflictos, agravios y litigios. Alemania solicitaría el ingreso en la SDN obteniéndolo, aunque al exigir ser miembro permanente del Consejo, hubo que reformar los estatutos de la organización.
Pues bien, el ministro de asuntos exteriores belga, Émile Vandervelde (1866-1938), fundamental socialista en su país y en la Segunda Internacional, se negó a saludar a Mussolini porque perseguía a los trabajadores en Italia, dentro de un conjunto de episodios poco conocidos de esta importante reunión de la diplomacia europea.
Al parecer, según el Daily Herald este suceso tuvo su continuación cuando la mayor parte de la prensa se negó a asistir a una rueda de prensa convocada por el dirigente fascista, provocando que Mussolini tuviera un altercado, precisamente, con el corresponsal de dicho diario londinense.
Por otro lado, una comisión de periodistas socialistas y un grupo de refugiados italianos visitó al ministro belga para entregarle un ramo de flores rojas como testimonio de agradecimiento por la actitud de la Internacional Socialista por el asesinato de Matteotti.
Los socialistas españoles querían destacar esta actitud con el líder fascista como un ejemplo frente a lo que consideraban complacencia de los comunistas rusos y alemanes con Mussolini, alegando algunos hechos, en un momento muy significativo cuando había surgido el PCE.
Sobre Locarno podemos consultar el libro de Jean-Paul Brunet y Michael Launay, De una guerra a otra, 1914-1945, Madrid, 1991.
Los hechos narrados pueden ampliarse en el número 5.220 de El Socialista, del 28 de octubre de 1925.
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