Clases hay muchas, solo una es revolucionaria

Por Ana Barradas / Bandeira Vermelha

El proceso productivo evolucionó mucho desde el tiempo de Marx. De hecho, a medida que se altera el modo de producción capitalista, también se alteran las formas sociológicas de clase, como el propio “Mouro” señaló. Las clases sociales y la estructura económica de nuestra época no son iguales al pasado, mucha cosa cambió. Más no cambió la contradicción principal entre el capitalismo y los productores, entre los explotadores y los explotados, entre los que se apropian de la riqueza y aquellos que la crean produciéndola. Negar esto es negar los principios fundamentales del marxismo, y pasar de contrabando otra lógica, la de la conciliación entre clases.

De hecho, lo que no se alternó fue el hecho de que la fuerza de trabajo sea una mercancía y la clase operaria dependa de la venta de esa mercancía para mantener la existencia diaria. Así, solo una revolución proletaria podrá producir la emancipación económica del trabajo, recorriendo, entre otras cosas, a la destrucción de la maquinaria del Estado burgués. La clase operaria tiene más razones para el combate que cualquier otra: no tiene medios de producción, solo tiene la fuerza de trabajo para poner al servicio del capitalista a cambio del mínimo indispensable para sobrevivir. “El proletariado, la camada más baja de la sociedad actual, no puede elevarse, no puede enderezarse, sin volar por los aires toda la superestructura de las camada que forman la sociedad oficial.” (Manifiesto Comunista)

No hay otra manera de resolver esta contradicción, porque, tal como en tiempos de Marx, una clase explota a otra y esta tiene que liberarse derrumbando a su explotador. La explotación continua a ser la esencia del capitalismo: no hay producción de valor sin extracción de plusvalía a partir de la explotación directa del trabajo, fuente originaria de cualquier remuneración del capital (incluyendo las tarifas o las rentas especulativas, no obstante la gran autonomía relativa que esta dimensión ganó en las últimas décadas). Esto es, solo existe una forma de crear valor: en la producción y por medio del trabajo productivo.

Aunque muchas otras subcategorías de clase puedan ser útiles al sistema capitalista y ejercer funciones que contribuyan para el valor de cambio, la única clase que genera plusvalía está constituida por operarios de la industria y de la agricultura, construcción civil, almacenaje y transportes industriales.

Por esa razón material, solo ella tiene interés y capacidad para apropiarse de los medios de los que fue expoliada –en el sentido literal, y también en todos los otros sentidos: político, social, económico, filosófico, moral e histórico.

Pueden enumerarse varios criterios de clase: la posición del individuo en el sistema de producción social, la relación con los medios de producción, el papel de la organización social, la relación con los medios de producción, el papel en la organización social del trabajo, la forma como recibe su cuota de la riqueza social y de las dimensiones de esa cuota. Por ejemplo: un policía no es un trabajador uniformado, porque es parte integrante del aparato represivo del Estado burgués. No todos los asalariados son proletarios por el simple hecho de no poseer propiedad. Trabajadores de servicios descritos como “la periferia de la clase operaria” no por eso pasan a ser operarios. Trabajadores que apenas hacen tareas en la ausencia de empleo forman parte del ejército industrial en la reserva, pero no por eso pasan a ser operarios. Ni unos ni otros generan plusvalías.

La globalización dominante, por la mano de sus teóricos, remodeló el análisis de las relaciones de clase: en la sociología, en las academias, en las estadísticas oficiales, en todas partes dejó de aplicar la clásica clasificación inspirada en conceptos marxistas: grande, media y pequeña burguesía (englobando esta pequeños propietarios, asalariados de servicios, productores aislados, semiproletarios) y proletariado (agrícola e industrial, construcción civil, etc.). El posicionamiento teórico de la actual sociología de clases y la respectiva estratificación social deliberó alejarse de estos conceptos que clasificó de obsoletos y para eso procede a la introducción de indicadores de recomposición social más ajustados a las necesidades y a las posibilidades operacionales del sistema capitalista.

Para los marxistas, la distinción entre quien genera y quien no genera plusvalía tiene toda la razón de ser porque de ella dependen las opciones tácticas y estratégicas que asumen. Aunque, esta distinción, siendo fundamental, es insuficiente. Los marxistas también reconocen que las características sociológicas de ciertos estratos, tanto o más de su relación con los medios de producción, las definen como aliados o enemigos del proletariado. Así, en la clase media hay profesiones que, habiéndose degradado y aproximado sus miembros a las condiciones de vida de los operarios, constituyen aquello que se llamó inapropiadamente como “la nueva clase operaria”, los “proletarizados”. Del mismo modo que hay sectores sociales (mujeres, inmigrantes, negros) que son especialmente oprimidos y rebajados en su condición social y por eso potenciales aliados. Esta opresión que sufren se vuelve con frecuencia factor importante en la “proletarización” de estos sectores. El capital tienen a aprovecharse de estas opresiones delante del abaratamiento de estas fuerzas de trabajo, imposición de funciones más degradantes, etc. Lo que no se comprende es lo que algunos ahora dan en llamar “aristocracia laboral”, tergiversación grosera del concepto de aristocracia operaria enunciada por Lenin.

EL ANTIMARXISMO DISFRAZADO DE MARXISMO

Muchas de las tesis que por ahí circulan y se hacen pasar por marxistas son concepciones poco científicas, construcciones pragmáticas que acaban por conferir a ciertos sectores una cualidad revolucionaria que no tienen. Si quisiéramos ser rigurosos, ciertas categorías sociales más próximas a la clase operaria son semiproletarias, y aliados probables de los proletarios, sobretodo en tiempos de crisis. Del mismo modo, debe también reconocerse que, dentro del proletariado, la aristocracia operaria ejerce un poder corruptor sobre los operarios y se vuelve contra ellos, asociándose con los intereses de otras clases.

Concluyamos pues que la consistencia de clase del proletariado industrial no es el mismo fenómeno que el sentimiento de rebeldía y militancia que se apodera de los restantes asalariados descontentos y los empuja para la acción.  En vez de eso, esa consciencia de la “clase para sí” está directamente relacionada con la propia base de lucha de clases, a partir de la relación de cada uno con la creación del valor de cambio. El proletariado, y solo el, a pesar de ser una minoría en las sociedades industrializadas actuales –como del resto fue en el pasado, en todas las revoluciones de los de abajo-,  continúa a ser la fuerza motivadora que podrá desencadenar la destrucción del Estado burgués.

Si insistimos en estos postulados es porque la predominancia de las clases medias en la política de la izquierda desde 1935 tiene constituido la base social para una práctica que revisa estas concepciones marxistas. Así los comunistas educados en la escuela de conciliación de clases salida del VII Congreso de la Internacional Comunista, en vez de posicionarse como el sector más firme, constante y revolucionario de las clases trabajadoras y contribuir con su acción para  que el proletariado se vuelva una “clase para sí”, y proceder a la negación del capitalismo moderno, globalizado, a la abolición de la propiedad privada de los principales medios de producción, lo sacaron de su conciencia de clase, le señalaron formas de conciliación, sofocaron sus manifestaciones más radicales y avanzadas. Por eso el proletariado está amarrado a compromisos interclasistas y dominado por la clase capitalista, no solo desde el punto de vista económico, sino también ideológico.

Por su lado, casi toda la “izquierda” amplia abandonó el marxismo y está ganada por los conceptos políticos e ideológicos de la clase dominante, actúa de acuerdo con ellos. Al frente de todo el pueblo contra el capital monopolista y financiero, o contra el neoliberalismo, o contra el fascismo, que muchos abogan, y que los comunistas en general también adoptaran como modelo táctico, es una ficción idealista y oportunista que no solo tiene transposición para la práctica de la lucha de clases si queremos concebir esta como resultante de la explotación, en el sentido económico marxista. Conceptos como “sociedad post-industrial”, “mayoría social”, “sociedad de conocimiento”, etc, intentan reforzar la idea de una deslocalización del proletariado para fuera del centro de la lucha de clases, puesta al servicio de otros sectores de clase, pero en realidad no son los estratos medios quien podrán da a luz un nuevo mundo, libre de exploración, como se nos pretende hacer creer. La alianza que tiene sentido hoy, en contraposición a esas que solo puestas en práctica por la gran izquierda, es la de todos aquellos que aceptan la idea de que es necesario organizar una sociedad sin explotadores ni explotados, implantar un nuevo sistema no capitalista y entregar el poder a los productores. Esta línea demarcatoria aleja tal programa de cualquier tutela reformista, reafirma la hegemonía del proletariado y marca toda la diferencia en términos de aliados.

La desindustrialización a la que se asiste en los países capitalistas del centro, que deslocalizan para los países periféricos o semicoloniales su producción de gran escala, hace crecer los sectores improductivos y asalariados de servicios, la llamada nueva pequeña burguesía, y produce una compleja estratificación social con un gran peso ideológico, como por ejemplo los “nuevos pobres”, los asalariados cuyo salario no es suficiente para salir de los límites de la pobreza. Estas camadas intermedias, tomadas como subclases, tiene la particularidad de tender a reproducir los sistemas de relaciones vigente, sin intentar cambiarlo.

Esto no quiere decir que todos los trabajadores asalariados constituyan una única masa reaccionaria. Pero la verdad es que el proletariado se diferencia del resto del pueblo, porque, gracias a su puesto en el aparato productivo, mira el mundo con sus propios ojos cuando se libera de la tutela pequeño-burguesa a la que está amarrado. En los tiempos que corren, su antagonismo a la burguesía en el poder necesida complementarse con la oposición a la burguesía reformista y también con una demarcación cara a los operarios y otros trabajadores que intentan salvarse dentro del sistema.

LA ESCALA DE LA REVOLUCIÓN

Las cadenas globales de valor que están creadas responden a las necesidades de esta fase actual del capitalismo, pero también constituyen una respuesta de la burguesía en la lucha de clases, con el objetivo de desarticular y dividir el proletariado. Ganan cada vez más relevancia las revoluciones tecnológicas en los transportes, en la comunicación, en la automatización y los modernos modelos de explotación del trabajo –teletrabajo, bancos de horas, flexibilización, cultura de empresa, just in time, etc.- aliados de la sobreexplotación de inmigrantes, mujeres, niños, minorías étnicas y la progresiva erosión de muchas de las conquistas laborales de los últimos 150 años.

La globalización tiene producido un proletariado mundial más diseminado y menos homogéneo, pero también más brutalmente explotado y más móvil e internacionalizado. A escala mundial, que es la verdadera escala de la revolución, la clase operaria continúa a crecer en términos absolutos. Todavía es temprano para saber de qué este nuevo contingente mundial será capaz, pero las “alternativas” centristas a la dictadura del proletariado ya han probado su quiebra. A largo plazo, el proletariado, incluso en los países en que es minoritario, puede, en momentos de crisis, arrastrar consigo al semiproletariado, neutralizar a la pequeña burguesía y otros sectores explotados o marginalizados e invertir la correlación de fuerzas, posibilitando la revolución. Ya pasó antes, y volverá a pasar. Por consiguiente, quien quiera trabajar por la revolución socialista tiene que volver primero para la clase operaria, batirse por su hegemonía y por su independencia ideológica y política.

El nuevo orden económico post-pandémico que se anuncia –sea el capitalista u otro cualquiera, intermedio, de transición o definitivamente socialista- dará origen a una superestructura legal y política a la cual corresponderán determinadas formas de consciencia social. Todavía es temprano para vaticinarnos acerca de la forma que tomarán las distintas evoluciones, pero todos sabemos que están históricamente próximas. Y, a la larga, pueden ser buenas o malas para el proletariado, todo depende de la correlación de fuerzas. Pero con la actual crisis de sobreproducción, los despidos en masa, el agravamiento de las condiciones de vida, la contracción del consumo, la recesión y el estancamiento de la economía global, la escasez alimentaria, las amenazas de guerra, los conflictos interimperialistas, etc, podemos tener la certeza de que los explotados se verán obligados a luchar por sus derechos y a buscar salidas para su propias crisis. A cada momento surgen un poco por todo el mundo pequeñas y grandes explosiones de protesta, descontento y reivindicación, algunas de ellas espontaneas y de libre iniciativa de las masas, hartas de bajar la cabeza e impelidas por el desespero de su situación. Infelizmente, por todo cuanto sabemos y verificamos, la franca presencia de comunistas en estas luchas no ha sido suficientemente enérgica para incentivar y dar continuidad a movimientos de carácter potencialmente revolucionario. En una nueva conyuntura social, en la práctica de las masas podrán surgir nuevas formas de intervención todavía desconocidas, con las cuales los marxistas podrán aprender mucho.

El comunismo, dijo Marx, “rompe de la forma más radical con las ideas tradicionales”, y hace surgir “una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno es una condición para el libre desenvolvimiento de todos”. Es por causa de esto mismo que la burguesía viene anunciando constantemente la enésima muerte del marxismo. No nos dejamos engañar, porque sabemos que renovar el marxismo en los combates que se avecinan es retornar a la posibilidad de que la revolución triunfe.

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