Khan había tratado de ofrecer un punto de vista no alineado en los márgenes del conflicto ruso-ucraniano y, sobre todo, de la ruptura occidental con Rusia. Por ello cualquier política como la que India había mostrado hacia Rusia iba contra los intereses occidentales
Por Alejandro López Canorea / Descifrando la Guerra
La caída del gobierno de Imran Khan es un síntoma del enconado momento político que vive Pakistán, con potencial de que sus implicaciones alcancen el espacio geopolítico. Khan era el líder del Pakistán Tehreek-e-Insaaf (PTI), partido apoyado en un movimiento de pretendido ánimo regeneracionista frente a los tradicionales Partido del Pueblo Pakistaní (PPP) a la izquierda y la Liga Musulmana de Pakistán (PML-N) a la derecha. El dominio de Imran Khan y el PTI ha sido fuerte desde el año 2018 pero se ha visto azotado por graves crisis económicas, epidemiológicas, insurgentes, territoriales con India, protestas masivas internas y la desestabilización de sus relaciones con los talibanes.
Sin embargo, su gobierno en coalición dejaba al PTI en una situación de minoría parlamentaria cuya fragilidad se haría notar con las sucesivas crisis. Los partidos de oposición aprovecharon la tensión interna creciente en el país para plantear una moción de censura en los primeros meses de 2022, pero se fue posponiendo varias veces en marzo y el sector de Khan se apresuró a movilizar a su base político-social. El destino del país se decidiría en el reflejo parlamentario de las calles.
La crisis constitucional
Tras los mencionados retrasos, el día 3 de abril llegaba el punto de inflexión. El portavoz adjunto de la Asamblea Nacional rechazaba la moción de censura al considerarla inconstitucional según el artículo 5 de la Carta Magna, en referencia al deber de lealtad al Estado. Esta deslealtad se guiaba por las acusaciones de “conspiración extranjera” que desde el lado oficialista -incluyendo al Ministro de Justicia- se lanzaba contra la oposición, en referencia a la supuesta injerencia de Estados Unidos para derrocar al primer ministro, Imran Khan. Una vez el portavoz adjunto había despejado el camino de la disolución parlamentaria, en virtud de su prerrogativa para el rechazo de mociones según el artículo 54, Khan no tardaba en solicitar la disolución de la cámara.
Ahí residió el nuevo conato de crisis constitucional. La disyuntiva entre dimisión, derrocamiento o elecciones se aproximaba, por primera vez, más al tercer escenario. La oposición negaba cualquier injerencia extranjera por lo que para ellos no podía servir de pretexto para la invalidación de la moción y, consecuentemente, la disolución de la cámara era inconstitucional. Como ejemplificase el líder del PPP, la oposición a Khan consideraba violados sus derechos constitucionales y quería acudir a la justicia.
El ministro de Justicia había mostrado su apoyo a la teoría de la conspiración extranjera, así que la vía judicial que debería dirimir la vía del proceder legal quedaba cuestionada. Con la rápida solicitud de la disolución de la cámara, se dejaba fuera de juego el plazo para que la Corte Suprema pudiera decidir sobre la suspensión de la moción contra Khan, aunque ésta ya se había pronunciado previamente en contra por lo que cabía la interpretación de la invalidez de su nulidad. Por lo tanto, la celeridad de los plazos hacía difícilmente conjugable con la justicia tanto las intenciones del gobierno y su disolución legislativa como de la oposición y su derrocamiento gubernamental.
La injerencia extranjera
También al poco tiempo, el presidente pakistaní, Arif Alvi, accedía a la solicitud apresurada del primer ministro y hacía efectiva la disolución de la Asamblea Nacional, dando comienzo al plazo de 90 días para la celebración de elecciones anticipadas. Este movimiento se alienaba con los intereses de Khan, aún con un discurso contra las élites, los partidos tradicionales, la corrupción y, ahora también, la injerencia extranjera de Estados Unidos u otros actores. Incluso se había dado la notoria declaración de admiración sobre la política internacional de India, claro rival pakistaní, por su “independencia” en defensa de los intereses indios.
Khan había tratado de ofrecer un punto de vista no alineado en los márgenes del conflicto ruso-ucraniano y, sobre todo, de la ruptura occidental con Rusia. Por ello cualquier política como la que India había mostrado hacia Rusia iba contra los intereses occidentales y, más allá de si era cierto el ánimo injerencista, sí parecía entrar en los intereses estadounidenses la salida de Imran Khan. Según palabras matizadas del propio Khan, “Estados Unidos o algún otro país extranjero” envió un mensaje a Pakistán el 7 u 8 de marzo con presiones políticas. A su vez, Khan señaló a algunos sectores del ejército que le pedían una dimisión ante la posibilidad de ser derrocado. Al mismo tiempo desde el ejército se hacían declaraciones en favor de las relaciones con Washington y criticando la agresión de Rusia a Ucrania. Imran Khan volvería a hablar de una clara “interferencia flagrante de Estados Unidos” para expulsarle del poder ante su política independiente a nivel internacional y promover “un cambio de régimen” en Pakistán.
La siguiente ruptura se daría desde la oposición al apostar por continuar con la sesión parlamentaria, eligiendo su propio portavoz de la cámara y procediendo así a votar la moción contra Khan. La oposición lograba reunir 197 votos por lo que finalmente sí se confirmaban casos de transfuguismo entre las filas de PTI. Sin embargo, el ejército por el momento se mantuvo a un lado durante la crisis política, cuando tanto la Asamblea Nacional como el primer ministro seguían en funcionamiento sin la legitimidad del rival. El propio PTI había acusado a varios de sus legisladores de desertores y les había dado un ultimátum para cambiar su oposición a Khan durante los meses de tramitación de la moción.
La batalla de Punjab
Para construir una coalición estable, Khan cedió el bastión de la región de Punjab a sus socios del PML-Q, la facción de la Liga Musulmana de Pakistán liderada por Chaudhry Shujaat Hussain, favorable al régimen militar de Pervez Musharraf (1999-2008). Pero otros parlamentarios cercanos a la coalición, como aquellos díscolos mencionados en el PTI, se marcharon a posiciones opositoras. El liderazgo de la moción, la crítica a Khan y la magnificación de los escándalos del gobierno de Punjab afín a Khan habían corrido a cargo de la PML-N, facción liderada por la familia Sharif. A mediados de abril caía también el gobierno de Punjab al tiempo que la opositora PML-N elegía un sucesor para el líder de Punjab afín a Khan, con el obvio rechazo del PTI, que se negó a reconocerlo.
La batalla de Punjab llevó a los propios miembros del PTI a presentar una moción de censura contra el vicepresidente de la asamblea regional, de su partido, por adelantar los plazos para la elección del nuevo líder. La elección alternativa que llevó al poder regional paralelo al candidato del PML-N se tuvo que producir en un hotel dado que el gobierno regional ordenó el cierre del parlamento incluso empleando alambre de púas para bloquear su asalto. La legitimidad del nuevo gobierno regional quedaba, por el momento, en el limbo.
La justicia y las calles
La movilización popular venía durante semanas apostillando a sus respectivos frentes políticos entre el clima de crispación. Ambos sectores movilizaban a los suyos para reforzar su baza frente a sus rivales. La oposición ya había acusado al presidente Alvi de posicionamiento cuando logró retrasar la presentación de la moción en el mes de marzo, lo cual solo se reforzaba con la apresurada disolución de la Asamblea. Alvi ponía en juego su propio capital político al situarse del lado de Khan en una batalla que parecía estar perdiendo por la aritmética parlamentaria interna de la coalición gubernamental junto al empuje de la oposición. Si Khan perdía la batalla legislativa solo podía mantenerse en el poder por dos vías: una crisis constitucional profundizada que apuntalase su posición por el apoyo de las calles o del ejército y un autogolpe. En cualquier caso era necesario apagar la vía opositora para asentar a un gobierno que había perdido el apoyo del parlamento y su reflejo social.
Así que entre las masivas manifestaciones y protestas entre los bandos, la justicia tomó una decisión que cambiaría el rumbo de las cada vez más profundas vías de crisis constitucional. El 7 de abril la Corte Suprema de Pakistán declaraba inconstitucional la disolución de la Asamblea Nacional que había empleado como pretexto la legitimidad del argumento injerencista para tumbar la moción. Esta decisión era clave porque la validez de este argumento era la que abría el camino a dicha disolución de la cámara desde la portavocía de la cámara. Al no resultar constitucional la disolución, quedaba rechazado el argumento de base. Pero, a su vez, la moción de censura se había votado de manera paralela y sin seguir el procedimiento de espera a la restitución de la cámara por la justicia, por lo que también quedaba invalidada. Imran Khan debía ser restaurado como primer ministro, posición que nunca había abandonado de facto, para que una nueva moción fuese votada en la cámara también restaurada. La presencia y validez de la moción impedía la disolución de la Asamblea Nacional.
La esperada caída
La Corte Suprema había logrado echar para atrás las decisiones del primer ministro y el presidente para la disolución de la cámara, la decisión de la oposición para destituir al primer ministro de forma paralela y la decisión del portavoz de la cámara de tumbar la moción. Pero aunque Imran Khan aceptó el veredicto que le mantenía en el poder acabando con la crisis constitucional que le habría eliminado en una de sus dos vías, el nuevo proceso solo le daba tiempo. La aritmética estaba en su contra. Y el primer ministro criticó que la Corte Suprema no hubiera tenido en cuenta la “carta amenazante” del actor extranjero (presumiblemente Estados Unidos según sus palabras) para aceptar la conspiración extranjera. Para investigar esta injerencia creó una comisión especial desde el gobierno y llamó a nuevas movilizaciones masivas que defiendan su posición frente a un potencial “gobierno importado” por las fuerzas injerencistas.
La sesión definitiva para la votación de la moción el día 9 tardó 13 horas en ofrecer un resultado. El gobierno había convocado reuniones coincidentes, los líderes de la cámara legislativa dimitieron y se pidió a la Corte Suprema una revisión del veredicto emitido dos días antes. Imran Khan era destituido con 174 votos a favor, en una votación más ajustada que la que la oposición había realizado en el anterior intento deslegitimado. Eran necesarios 172 votos a favor. Al día siguiente era nominado Shehbaz Sharif como nuevo primer ministro de Pakistán, de la PML-N, siendo elegido el día 11 de abril. Como se ha comentado, la derechista PML-N estaba controlada por la familia Sharif. Shehbaz es hermano del también primer ministro pakistaní entre 1990 y 1993, entre 1997 y 1999 y entre 2013 y 2017, Nawaz Sharif. Poco antes de la elección de Sharif un importante grupo de parlamentarios del PTI dimitía en masa como miembros de la Asamblea Nacional. La presión volvería a las calles, con el objetivo de adelantar las elecciones. La estrategia de martirio de Imran Khan apostaba por que el año restante de legislatura sirviera para presionar desde fuera y retornar al poder con un refuerzo ante su derribo, caso similar a lo sucedido tras la destitución del primer ministro de Kosovo en 2020 y su retorno en 2021.
El gobierno importado
Una vez consolidada la posición de Shehbaz Sharif, también se desharía el enredo de Punjab, con la elección de Hamza Shehbaz como nuevo primer ministro regional, también desde la ahora oficialista PML-N. Los enfrentamientos se extendieron al interior del parlamento entre varios de sus miembros. Pero el foco principal de tensión volvía a Islamabad, con el gabinete de Sharif prohibiendo los movimientos de protesta masivos en favor de Imran Khan. La presión contra los seguidores del PTI llevaron no solo a sucesivas represiones y prohibiciones de protestas antigubernamentales sino también a redadas y registros coordinados en residencias de miembros del partido. En el contexto de esas redadas, fue asesinado un policía a manos de un simpatizante del PTI que pretendía evitar que entrasen en su vivienda. Los ánimos se tensaron aún más durante el mes de mayo y el ex PM Imran Khan llamó a una marcha sobre Islamabad. La logística de la protesta no fue tan atinada como para establecerse de manera permanente hasta el adelanto electoral pero sí se dieron choques importantes. Las fuerzas de seguridad bloquearon el acceso a infraestructura crítica desde las principales vías de la capital.
Imran Khan y sus seguidores marcharon sobre Islamabad y pidieron mantener la presión sobre la capital y la Asamblea en especial, hasta que el que seguían calificando como “gobierno importado” adelantase las elecciones de 2023. Sharif aseguraba que no se cedería al chantaje de Khan y que sería la Asamblea Nacional la que decidiese la fecha de las elecciones. Pero Khan no cesó en convocar nuevas movilizaciones una vez su órdago del mes de mayo fue ignorado. El gobierno autorizó la militarización de la Asamblea Nacional, de la Corte Suprema y de otros edificios clave para sostener la vía escogida en Pakistán. Por si fuera poco la facción del PML-Q se dividió entre los partidarios de apoyar al nuevo gobierno y los de pasar a la oposición. Pero Khan prefirió asegurarse el amparo de la justicia para evitar que su gran marcha se topase con la prohibición gubernamental o evidenciar que su veto carecería de legitimidad.
El precipicio de Pakistán
Sin embargo, la ruptura de la convivencia política seguía siendo un riesgo real, con buena parte de la Asamblea Nacional desierta y la otra bajo la lupa de la militarización ante el peligro de una subversión. El discurso de la injerencia externa podía evolucionar en acusaciones de golpismo si las movilizaciones y la represión no desescalaban. En cualquier caso, si se daba la ruptura política antes de unas nuevas elecciones, el riesgo de un conflicto posterior o una negativa al reconocimiento del resultado abrían las puertas de la ruptura social. La movilización de las calles y el ejército en un país con tantos frentes abiertos como Pakistán mostraban la debilidad del equilibrio.
El gobierno de Sharif fracasó en su primer intento de paliar la crisis económica en sus negociaciones con el Fondo Monetario Internacional para reactivar un programa de 6.000 millones de dólares puesto que el FMI exigía eliminar el subsidio a los combustibles. Si no se lograba un influjo dinerario urgente, la crisis alimentaria y energética mundial podían acechar a un gobierno ya enfrentado de partida a buena parte de la sociedad. Si se cedía y se eliminaban los subsidios a los combustibles, la crisis energética podía alcanzar dimensiones insospechadas y restallar en un estallido como el de Ecuador. Si además se confirmaba el cambio de sensibilidad geopolítica, sería el fin de la bendecida por Khan “política de independencia” seguida por India y Pakistán con respecto a Rusia en el contexto de Ucrania. El acercamiento de Estados Unidos a Arabia Saudí, Emiratos Árabes o Venezuela presionaba sobre cualquier socio que pudiera salvar las exportaciones rusas. El nudo sobre India se ajustaba con prudencia pero no era descartable que Pakistán virase en políticas comerciales en dirección, aunque no comparable en dimensión, hacia la estrategia de la Unión Europea contra sus propios intereses inflacionarios y cerco a Rusia.
La tensión con la insurgencia no sería menor cuando el gobierno pakistaní seguía complicando sus relaciones hacia el oeste pakistaní, con Khan o con Sharif. El alto el fuego negociado con los talibanes pakistaníes (TTP) sería prolongado de manera indefinida mediante importantes cesiones y la mediación del gobierno talibán de Afganistán. La oposición a Khan se había mostrado crítica ante la pérdida de influencia de Pakistán sobre los talibanes afganos durante el final de su periodo en el poder, cuya tibieza habría permitido por un lado el refuerzo de la lealtad del TTP al Emirato Islámico de Afganistán y por otro el afloramiento de escaramuzas fronterizas con Afganistán. El gobierno de Sharif se encontraba ante otro dilema entre el apaciguamiento de las posiciones extremas o su choque, previendo posibles enfrentamientos sociales como el del partido fundamentalista islámico TLP y el gobierno de Khan. La vía del apaciguamiento también ofrecía riesgos importantes ya que la desmilitarización central de las áreas tribales de control federal, en Waziristán del Norte, solo daría más poder al TTP y a los partidarios de implantar interpretaciones más estrictas del islam en la legislación regional. El porvenir en Pakistán se asomaba al desfiladero de la inestabilidad, importada y/o genuina, por tantos frentes que merece un análisis especialmente minucioso.
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