Opositor acérrimo contra la Unión Soviética hasta el punto de negarles ayuda o la formación de un frente común en los momentos más duros de la II Guerra Mundial. Defensor de la no intervención en la Guerra Civil por considerar más legítimo un gobierno de militares que de comunistas. El responsable de la muerte de entre 3’5 y 5 millones de personas en Bengala entre 1942-1944. El primer líder en ordenar gasear a civiles en Iraq.
Este es Winston Churchill el líder británico al que homenajean las películas nominadas al Óscar “Dunkerque” y “El instante más oscuro”.
Muchos han sido los medios que han denominado “Dunquerke” como la mejor obra de Nolan, una reinvención del cine bélico y demás despropósitos de grandeza a los que Nolan ya se ha acostumbrado y que le permiten hacer lo que le da la gana. En esta ocasión el resultado ha sido una película de cine bélico sin un un solo combate, una película sobre un acontecimiento histórico que no explica sus antecedentes, no menciona la magnitud de lo que ocurre y no avisa de lo que podría haber pasado si las tropas inglesas no llegan a evacuar la playa de Dunquerke a costa del sacrificio de los 4.000 soldados británicos y franceses que se encontraban en Calais. Junto a todo esto, en la película no se menciona apenas ningún nombre, los personajes no tienen una historia personal, todo ello intentando conseguir una metáfora del caos de la guerra, pero en su caso sólo consigue que todo lo que muestra sea un conjunto vacío. La única interpretación posible de “Dunquerke” como una buena película sería verla como un cuadro costumbrista de la guerra, pero para ello necesitaría ser realista y el civil que va a rescatar a los soldados varados en el mar al principio de la película y la reacción del alto mando británico al final de ella le quitan todo el realismo que uno puede llegar a asimilar en dos horas de propaganda británica.
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“El instante más oscuro” no juega al deleite patriótico de enfocar a los soldados, pero no por ello es menos propaganda. Aparte de ignorar las atrocidades mencionadas anteriormente, sí que recoge los errores económicos y sociales que Churchill cometió al apostar por el patrón oro (sistema que fija el valor de la moneda nacional en relación a la cantidad de oro existente en el país) o por Galípolis (donde murieron cerca de 200.000 soldados británicos por una arriesgada apuesta personal de Churchill como Primer Lord de Almirantazgo). Además recoge algunas de las críticas feroces y veraces que el resto de los personajes hacen sobre él, como por ejemplo el reconocimiento de la manipulación de los medios, pero según avanza la película la figura de Churchill se va engrandeciendo, se nos va presentando como un pobre hombre que sólo quiere hacer lo correcto y cuando el espectador se viene a dar cuenta ya es más fan de Churchill que Albert Rivera con una taza de Mr. Wonderful en la mano. Aunque haciendo una crítica positiva, explica mejor el contexto de Dunquerke que “Dunquerke”.
ALERTA SPOILER (A partir de este párrafo se comentan fragmentos concretos de la película, si no quiere saber más de su argumento, detenga aquí la lectura)
En la película hay varias escenas que te sacan de la película, y es que en principio es un trhiller político bien logrado, más allá de sus silencios. Un par de estas escenas son la de un avión que va bombardeando el litoral y poco a poco se convierte en un ojo rojo, no un ojo ensangrentado, no, un ojo rojo. Otra recoge cuando mientras Churchill se dirige al Parlamento a aceptar las negociaciones con la Alemania nazi forzado por el ministro Halifax, de repente ve a unos niños corriendo frente a él con unas máscaras de Hitler; ambas escenas un poco poéticas en exceso, pero nada imperdonable.
Lo sangrante viene con la escena clave de la película, en la que Churchill se baja de su limusina antes de llegar al Parlamento, nadie lo detiene, y se decide a coger el metro por primera vez en su vida. Todo esto incentivado por una reunión la noche anterior con el rey y su consejo mesiánico de “Winston, ve y pregunta al pueblo lo que quiere” que tanto aportan los reyes siempre, claro. Con todo ello Churchill baja al metro y todos los viajeros se quedan boquiabiertos, le ofrecen su sitio, todos en silencio… vamos, todo cordialidad, y Churchill les manifiesta sus dudas y les pregunta qué prefierren ¿Luchar o negociar? Y todos responden que luchar, personas a las que por probabilidad les hubiese tocado sufrir la muerte de familiares y amigos en la I Guerra Mundial hacía 20 años están completamente recuperados de sus miserias y apoyan sin dudas ir a la guerra. Entonces Churchill conmovido se pone a recitar unos versos del “Julio César” de Shakespeare que un señor negro de la clase trabajadora le completa y Churchill se lo agradece cubriendo sus manos con las suyas, el mismo Churchill que había defendido el orden en las colonias británicas a toda costa y para ello había ordenado el asesinato de millones de personas africanas y asiáticas.
Parece ser que lo vintage está de moda, a Hollywood le está encantando las películas ambientadas en la primera mitad del siglo XX, y es que quizás la propaganda a la que nos tenían acostumbrados mediante soldados americanos invadiendo Iraq, Somalia o Vietnam ya huelen un poco a tufillo y han decidido aprovechar el acento inglés para fortalecer la idea de que la cultura anglosajona es la que articula el mundo, ya que la percepción sobre temas como el origen parlamentarismo parece tener más glamour en Inglaterra que en León, Islandia o Cataluña y la Segunda Guerra Mundial siempre será más fílmica con los aliados que con los soviéticos, por desgracia.
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