«Viajamos en el tiempo a aquella guerra en el corazón de Europa, que mostró a las claras que Europa no tenía corazón».
Por Angelo Nero
“En las derrotas, lo primero que olvidamos son las voces. Sucede casi sin darnos cuenta, sin tiempo de despedirnos. De golpe, una madrugada, ya no eres quien de recordar los sonidos de aquellos eses. Aquella forma tan suya de curvar los labios para decir te quiero. De golpe, tu nombre suena metálico, artificial, mil veces repetidos en la boca de otros.”
Quise recuperar una cita de una novela del periodista gallego Pablo López Orosa, tristemente desaparecido en 2019, cuando solo contaba 34 años, para recordar la historia de otro periodista que murió también demasiado joven, el suizo Christian Würtenberg, a los 27 años de edad. Pablo murió en su casa familiar de Oza dos Ríos, después de un viaje a Mozambique, y ya le había dado tiempo de cubrir el genocidio rohinya, la lucha contra el yihadismo en Somalia, la explosión de las maras en Guatemala, los conflictos étnicos de Etiopía, las heridas de la guerra en Sri Lanka. Christian no tenía tanta experiencia como periodista cuando llegó, en 1992, a Croacia, aunque ya había conocido la guerra en Namibia, encuadrado en una brigada sudafricana. Su voz se apagó, prematuramente, en ese país de los Balcanes, sin darle tiempo a sacar a la luz el libro que estaba escribiendo, y que, probablemente, fuera una de las causas de su muerte.
Su prima pequeña, Anja Kofmel, que tenía nueve años cuando Chris murió, creció con la sombra de esa voz que se fue olvidando, y para recuperarla quiso documentar cinematográficamente los caminos que llevaron a su primo al frente de una guerra a la que llegó como periodista, pero en la que murió como miliciano del Prvi Internacionalni Vod, en Osijek, en Eslavonia. El PIV, el Primer Batallón Internacional, que actuaba a favor del bando croata, nada tenía que ver con las Brigadas Internacionales que combatieron a favor de la República española, sino más bien con un grupo de mercenarios, comandado por el boliviano Eduardo Rózsa Flores.
Eduardo Rózsa Flores, de ascendencia húngara y catalana, se había entrenado en la Academia Felix Dzerzhinsky de la KGB, y había servido en los servicios de inteligencia húngaro, fuera el último secretario de organización de la Juventud Comunista en la Universidad Eötvös Loránd, en 1990, y comenzara su carrera periodística en Prensa Latina, de Cuba. En junio de 1991 apareció en Croacia, como corresponsal del diario catalán La Vanguardia, pero en otoño de ese mismo año cambia las máquina de escribir por el fusil, uniéndose a la Guardia Nacional Croata como voluntario, y posteriormente creando el PIV, del que sería su comandante, llegando a obtener el grado de coronel en el ejército croata.
A través del viaje de Anja Kofmel a Croacia, en busca de respuestas sobre un nombre repetido mil veces en boca de otros, pero cuya muerte seguía envuelta en las sombras, viajamos en el tiempo a aquella guerra en el corazón de Europa, que mostró a las claras que Europa no tenía corazón, si no los intereses propios de cada uno de los estados, que apoyaron a uno u otro bando según conveniencia. Anja, utilizando con maestría las imágenes que documentan su viaje al pasado, con amplios recursos audiovisuales de la guerra, recurriendo a los diarios de Chris, y con la animación de sus propios dibujos -estudió animación en la Escuela de Diseño y Arte de Lucerna, después de estudiar en la Universidad de las Artes de Zúrich-, así como recogiendo testimonios de su propia familia, y de compañeros que cubrieron la guerra balcánica, como el valenciano Julio César Alonso, o la alemana Heidi Rinke, que compartieron los últimos meses de vida del joven suizo.
Otro periodista, el fotógrafo británico Paul Jenks, encontró la muerte prematuramente en Osijek, en el mismo tiempo que Christian Würtenberg, y todo parece apuntar a la implicación de Eduardo Rózsa Flores en los dos asesinatos. Otra vez la sombra siniestra de Rózsa Flores, el comandante del PIV, poeta, espía comunista, actor de cine (protagonizó incluso su propia biografía “Chico” en 2001), miembro del Opus Dei, mercenario, ultraderechista, que fue abatido por la policía boliviana en 2009, tras destapar un complot en el que participaba para asesinar al presidente Evo Morales. El antiguo periodista de La Vanguardia se llevó a la tumba el misterio sobre la muerte de Chris, quizás fue el que arrancó las últimas páginas del diario del suizo, y su sobrina, Anja Kofmel, sigue rodeada de interrogantes, mientras sus dibujos animan la parte más sombría de la guerra, los motivos ocultos, los testigos que se convierten en verdugos o en héroes, a veces según quien los nombre.
“Chris the swiss” es un docu-thriller, una investigación sobre los motivos que hicieron pasar la línea roja a un joven que quería contar demasiado, y que terminó enrolado en uno de esos viajes hacia el abismo, del que el regreso no es posible. La película de Anja Kofmel, nos lleva también a los espectadores hacia ese abismo que fue la guerra de Yugoeslavia, que durante las décadas siguientes incendiaría los Balcanes, comenzando por Croacia, y acabando en Kosovo, para mostrarnos una profunda herida que todavía no está cerrada.
La película se ha llevado el Premio de la Crítica de la Asociación de la Crítica y la Escritura Cinematográfica de Catalunya (ACCEC), en la edición de 2019 del El Atlàntida Film Fest, el mayor festival de cine online de Europa.
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